The East
Un mal sueño para Bakunin Por Jose Cabello
Naomi Klein a través del ensayo No logo radiografiaba el germen de la cultura orientada hacia la marca y estudiaba la evolución de las grandes empresas, la praxis imperialista que muchas de ellas siguen para la expansión de su cuota de mercado implantando un establishment de marca donde lo primordial ya no lo conforma el producto en sí mismo, ni su calidad técnica, sino la cifra invertida dentro de la partida de marketing. Así, el producto muere dejando paso a un ideal de vida que, supuestamente, los consumidores adquieren con la compra del mismo, provocando una asociación instantánea entre la marca comercial y el prestigio social a través de imágenes evocadoras inyectadas en los consumidores finales. La dictadura de la publicidad.
No es casual que cada vez más films retraten, de un modo más o menos somero, el discutible funcionamiento del sistema económico imperante por antonomasia, así como sus principales consecuencias no solo susceptible al estricto ámbito pecuniario sino también capaz de generar conciencia bajo la filosofía de otras corrientes ideológicas no mayoritarias. Como ejemplo resultante, un fuerte pero desorganizado movimiento antiglobalización, hijo de las deficiencias intrínsecas del capitalismo, refleja el malestar de un sector de la sociedad que perdió la venda tiempo atrás y ahora exige un cambio de modelo donde la sostenibilidad configure el factor clave. El movimiento que combate la globalización aglutina internamente otra serie de corrientes activistas derivadas de él. Una de las ramas del árbol lo forma el movimiento ecologista a favor del desarrollo sostenible.
Zal Batmanglij dirige The East: un grupo ecologista cuya existencia se fundamenta en las acciones de ataque -entendido más bien como un contraataque de los consumidores a las empresas- hacia las grandes corporaciones que de manera fehaciente dañan, directamente sobre el ser humano o indirectamente sobre el medioambiente, la vida del planeta. La continuidad reivindicativa de los activistas peligra cuando una espía, procedente de una empresa de seguridad privada, se infiltra con el objetivo de interceptar dichos ataques.
Lejos del cine de espionaje donde los giros de trama, el riesgo y el efectismo visual constituyen la piedra angular, The East da un paso al frente para diferenciarse de su reminiscencia del género y erigir su discurso en lo trascendente, escogiendo dos piezas en bruto con personalidad opuesta a priori, la espía y el ecologista, y esculpiendo, previa interacción del sujeto de estudio con el elemento foráneo, una única figura que representa la problemática común. No son pocos los ejemplos retratados en el cine: el oficial de la Stasi que espía a una pareja bajo sospecha en La vida de los otros (Das Leben der Anderen, Florian Henckel von Donnersmarck, 2010); el viejo impertinente apabullado ante la llegada de jóvenes inmigrantes a su barrio en Gran Torino (Clint Eastwood, 2008) ; el desprecio del arquetipo cubano viril hacia el amanerado protagonista de Fresa y Chocolate (Tomás Gutiérrez Alea) ; e incluso la visión de Occidente, sinónimo de normalidad católicamente aceptada, en contraposición con la imagen distorsionada del mundo árabe definida como fanatismo islámico en la serie de televisión Homeland (Howard Gordon, 2011- ) donde se crea una dualidad que, al igual que en el resto de ejemplos, funciona como enemistad declarada innata por la sociedad o el momento histórico, compartiendo una vestimenta fantasmal bajo realidades ajenas izadas como estandarte de la ignorancia. Montañas desmoronadas tras el conocimiento del otro y el acercamiento de posturas aparentemente irreconciliables cuando desaparece el antagonismo y se revela la naturaleza del prójimo.
Esta temática de la simbiosis realizada a través de la infiltración en un grupo de personas que defiende o promulga unos ideales, resulta estimulante para el desarrollo cinematográfico del dúo Zal Batmanglij y Brit Marling, otra vez juntos tras Sound of my voice, donde dos periodistas que mantienen una relación sentimental se introducen en una especie de secta para destapar a su líder. El vínculo afectivo gira de un film a otro. Mientras que The East muestra la atracción del líder hacia la nueva incorporación, en mayor o menor medida correspondido, en Sound of my voice el propio periodista, como agente extraño, siente fascinación, unilateral, por el personaje de la líder. Independientemente de este pequeño matiz, el magnetismo en ambos casos se despliega una vez los ojos del elemento ajeno mutan para observar la realidad con los del componente propio.
La recreación de la trama también incurre en una atmósfera sectaria. Si bien el debut del director partía propiamente de esta premisa, en esta segunda propuesta cuestiona determinadas actitudes imputables a un clan religioso, como muestran las escenas durante el baño conjunto, el pensamiento colectivo o la efigie de un líder. Pero suscita controversia solo a modo de guiño para el incrédulo iconoclasta autoconvencido de la labor maquiavélica que desempeña el movimiento ecologista. El quid. ¿Es loable o no la actitud de The East ante las llamadas grandes corporaciones? El documental The Corporation (Mark Achbar, Jennifer Abbott, 2008) evidencia como las empresas multinacionales camuflan la definición de negocio bajo el concepto de persona jurídica, dotándolo de carácter impersonal para describir a un ente que por sí mismo carece de representación natural con el fin de dificultar el discernimiento visual rápido de aquellos que configuran la sociedad. Por tanto, una corporación es un conjunto de personas, sin necesidad de especificar una u otra legislación aplicable, situado detrás de una entidad pero actuando de motu proprio a la hora de la toma de decisiones.
Conviene aclarar el término ya que el grupo The East hace frente a personas, no a entidades.
Varios ataques se llevan a cabo durante el film, pero todos con la misma moneda de cambio: si una farmacéutica fabrica un medicamento que provoca lesiones cerebrales, The East penetra en su seno para que beban de su propio trabajo; si contaminan el medio ambiente con aguas residuales tóxicas, pedirán el baño de su presidente en el líquido infeccioso, pero siempre por la fuerza. De ahí el uso de armas, el riesgo vital y la continua desintegración a la que el grupo está sometido. Infringir la ley para hacerla cumplir a todos, hasta el legislador último en el capitalismo: el lobby empresarial.
Erróneamente la crítica cataloga de anarquista esta corriente ecologista que nada tiene de anárquica pues la estructura y el procedimiento lejos queda de cualquier comparación.
El mensaje didáctico en The East subyace desde el principio, aunque peca de un inequívoco embalaje indie.
No obstante, resulta innegable atender a un producto Made in USA que defiende la acción ante la invasión continua de un capitalismo indomesticable además de propiciar un final acorde con el ideal expuesto durante todo el metraje: la elección personal, tomar o no partido una vez conocidos los hechos. Girar la cara o actuar. El duelo final sobre qué prevalece, si el fin o los medios, en la consecución de una meta, irá en consonancia con cada personaje. Más concretamente, con la ética particular ejercida por cada uno, incluyendo al público, siempre que la vía escogida sea el activismo, independiente de su forma, y abandonando la pasividad que el propio cine ha reforzado en pro de una repetida cartelera palomitera.