The Florida Project

La identidad como proyecto Por Paula López Montero

Un proyecto es algo en curso. Algo que viene desde un pasado, que va hacia un futuro pero que en ningún caso está terminado en un presente. Es un lanzamiento, un envío, una flecha, una bala que mira ya a su objetivo. The Florida Project puede ser el proyecto de una película que no se acata con un final solemne sino que está en un quehacer, o el proyecto de una vida en curso, de una infancia o incluso el proyecto de una identidad que se está forjando. El cine no es otra cosa que esta máquina proyectiva. Y para este proyecto, Florida no podía ser otro que el marco elegido por Sean Baker porque, en realidad, The Florida Project –además de todo lo anterior- habla del proyecto que tenía Walt Disney para esta porción de terreno.

Nadie se leería la historia de los famosos parques temáticos de la factoría Disney. Simplemente son productos de consumo de los cuales no nos preguntamos su por qué –he ahí la clave de su funcionamiento-. Pero a una servidora le ha dado por ahondar en el plano urbanístico de Disney World y en su desarrollo. Walt Disney que había recientemente construido su emblemático parque en California entorno a los años 50, tras unos estudios de mercado se dio cuenta que una gran parte de sus visitantes provenían del otro lado del Mississippi. En el 63 ya estaba volando a Florida para rebuscar en su terreno y quedó asombrado de las bien trazadas carreteras y de las grandes hectáreas de terreno que había. En poco tiempo sus inversores ya habían comprado casi toda la parte del terreno fácilmente ya que la gente quería deshacerse de las parcelas que en su mayoría eran lodazal, pantano. En 1965 Walt Disney ofreció una rueda de prensa en la que presentó EPCOT (Experimental Prototype Community of Tomorrow), conocida como la ciudad del progreso, una comunidad modelo, hogar de veinte mil residentes, que sería el germen para la creación de la ciudad. En los planes de Disney estaba que EPCOT fuera una ciudad real en vez de un parque temático. Pero falleció antes de que sus planes se llevaran a cabo. EPCOT acabó siendo una extensión del parque temático de Disney, pero ya lejos del plan urbanístico que tenía en mente. Sean Baker, elige este subliminal telón de fondo para retratar el proyecto fallido de Disney y la inminente realidad de los excluidos incluso dentro del plan de Donal Trump. También en The Florida Project es evidente ese lodazal y el desierto del plan urbanístico de la nación estadounidense.

The Florida Project

Después de haber rodado Tangerine (2015) entera con un Iphone, aclamada por una crítica de festival, Baker nos propone seguir fijando la mirada en las clases excluidas del American Way of Life, pero esta vez poniendo su foco de atención en la infancia de una niña, Moonee (interpretada por la irreverente, exaltante y carismática Brooklyn Prince que le da una frescura al film que hay que destacar) que vive en un motel a las afueras del emblemático país de los sueños, Disney World, donde el alcohol, las drogas y la prostitución son el rumor de fondo de una infancia disimulada, marcada por la imitación de los roles paternos, el consumismo sin control y la laxitud en la educación.

The Florida Project bien podría parecerse a una precursora ¡Qué verde era mi valle! (How Green Was My Valley, John Ford, 1941), a Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006) o a Boyhood (Richard Linklater, 2014) en esa mirada hacia la infancia contada a través de Huw, Olive, Mason o Moonee, pero encuentro varias cosas que cabe diferenciar o destacar. La primera importante es que la elección del personaje haya sido femenina. Fácil habría sido volver a ofrecernos un relato donde el personaje principal vuelve a ser un niño o un adolescente como nos vienen acostumbrando, sin embargo, Baker abre el horizonte de lo femenino y de la maternidad en un Estados Unidos muy alejado de su idílico sueño. En este sentido le acompañan American Honey (2016) de Andrea Arnold o la reciente Demasiado cerca (Tesnota, 2017) de Kantemir Balagov cuya mirada se posiciona en la conflictiva identidad femenina. La segunda es que Baker, en algunos puntos coincidente con Linklater (ambos acostumbrados al circuito minoritario), propone un relato donde no se ejerce ningún juicio moral o de comportamiento acerca de lo que se nos está contando. Simple y llanamente los dos ruedan la vida de dos personajes donde no pasan muchas cosas. Sin embargo, donde Boyhood era un desarrollo con unas consecuencias de la infancia en el carácter identitario del ya adolescente Mason, Baker corta la narración en esa misma infancia y en el episodio más o menos traumático que supone la separación de Moonee de su madre acusada de prostitución y consumición de drogas.

The Florida Project Sean Baker 2017

En este sentido, el final ofrece el punto álgido de la tesis con la que trabaja Baker. Moonee, huyendo de los servicios sociales que la obligan a irse con una familia de acogida, corre a buscar a su amiga Trancy a su casa y las dos de la mano huyen por la mítica avenida de Disney World donde, ahora sí, el castillo emblemático de la Bella durmiente se asoma a lo lejos. Pero todo ello rodado con una estética como si fuera de una cámara dsr doméstica, aludiendo a esos videos caseros, torpes, memorísticos que componían el retrato de la familia ideal y que todo padre llevaba encima para filmar a sus hijas en sus aventuras por Disneyworld. Sobre esto tendré algunas consideraciones que añadir más adelante.

En cuanto a la forma de The Florida Project obedece al rumor de una realidad acentuada por los escaparates, las pantallas y el exceso de motivación audiovisual. Por ello, Baker compone una burbuja visual marcada por los colores pastel que intentan dulcificar la mirada, transportarnos a un imaginario infantil o a medio camino entre la mojigatería pastel de los años 50, los tatuajes pinup, las zapatillas Nike, la lencería de encaje y el último Iphone del mercado. Sin embargo el motel “Magic castle” donde viven Moonee y su madre hace de escaparate a una realidad muy alejada del mundo imaginario de Disney. Mientras tanto, una señora ochentera juega a ser Pamela Anderson enseñando sus pechos y con una piña colada en una piscina sin césped y casi colindando con la carretera, los hombres se pavonean de sus coches al ritmo del trap y las mujeres salen al balcón a exhibirse. No hay ninguna identidad ni ninguna familia estable que viva en un motel. Y en todo eso ¿dónde está la infancia? Lo excelente de Baker es que ha sabido abrir el mundo infantil y su color a una realidad realmente terrible más cercana a Spring Breakers (Harmony Korine, 2012) que a Cenicienta (1950).

Y en ese marco, Moonee vaga por sus días de vacaciones haciendo trastadas inocentes, comiendo helados, vendiendo perfumes ilegales con su madre a los multimillonarios en los campos de golf para su supervivencia diaria, tirando escupitajos a los coches desde la barandilla para pasar el rato y haciendo este relato muy leve, ácido y en algún momento hasta gracioso y adorable. No obstante, considero que la reflexión de The Florida Project, a pesar de no ejercer ninguna presión moral al respecto, como también nos proponen otros filmes que podrían parecer conflictivos en el plano ético pero que no lo son, como Alanis (Anahí Berneri, 2017), o Mommy (2014) ahonda en ese proyecto identitario y la exclusión de ese American Way of Life.

 The Florida Project 2017 Baker

En cuanto a la BSO elegida, siempre diegética, tiene cierto parentesco con la elegida por American Honey, ese hip hop machista, ese twerking hipersexuado interpretado ya por una Moonee que apenas llega a los 10 años. En este sentido la reflexión sobre la influencia de la música en la identidad viene muy bien reflexionada en Todos queremos algo (Everybody Wants Some!!, Richard Linklater, 2016), solo que el paso de los años 80 a la era millennial ha supuesto el triunfo del reggaetón y del trap Algo tendrán que decir de sus oyentes, ¿no?

Y siento seguir hablando de las similitudes de fondo que pueda tener The Florida Project con otros filmes pero es que me parece destacable que en los últimos años hayamos accedido a relatos que en el fondo nos tienen cosas similares que contar. En este sentido puedo hacer una extensión entre, también la recientemente estrenada Wonder Wheel (Woody Allen, 2017) y The Florida Project. Woody Allen ya nos habla de la caída del sueño americano en los años 50 en los albores de un parque temático y Baker nos habla en 2017 de la evidente quiebra del sueño y de la inminente llegada del extrarradio (los zombies para el universo trumpiano) para romper el espejismo de cristal. Caso similar es el telón de fondo que propone Adventureland (Greg Mottola, 2009) donde los adolescentes obligados a trabajar en un parque temático para sacarse unas perras para ir a la universidad descubren que están rodeados de mentiras y falsas esperanzas. Algo hay que repensar de las ciudades como Las Vegas, Los Ángeles o Nueva York, donde el exceso de imaginario y de ideología construido alrededor de odiseas visuales de cartón piedra y luces de neón ya no deslumbran ante la pobreza, el alcoholismo, la drogadicción, la prostitución, la pederastia, etc.

 The Florda Project gif

Siguiendo con esto, son destacables la aparición de una oleada de filmes de carácter infantil-adolescente que hablan de esta desorientación, de esta sociedad de consumo, de esta falsa realidad que dan a ver los idearios estadounidenses de unidad familiar y de buen samaritano (ahora más que nunca que llega la Navidad). También los hay del otro lado del atlántico que no se quedan tampoco cortos en los resquicios que quedan por salvar de una moralidad cristiana. En la larga lista de películas cabría generar varias casillas que nos ofrecieran un panorama de lo que nos inquieta, asusta o motiva de la infancia y de la adolescencia como por ejemplo los excesos, el sexo, drogas y alcohol [Spring Breakers, Proyecto X (Project X, Nima Nourizadeh, 2012) o Mentiras y gordas (Alfonso Albacete, David Menkes, 2009)]; la influencia del pasado, los populismos y el nacionalismo [La ola (Die Welle, Dennis Gansel, 2008), Cría Cuervos… (Carlos Saura, 1976) o El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)]; la emergencia de la violencia, la psicopatía y los estados mentales [Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, Lynne Ramsay, 2011), Elephant (Gus Van Sant, 2003) o Funny Games (Michael Haneke, 1997)]; la nostalgia de una época mejor y un tono condescendiente a los “raritos y raritas” [Las ventajas de ser un marginado (The Perks of Being a Wallflower, Stephen Chbosky, 2012) o Moonrise Kingdom (Wes Anderson, 2012)]; el moralismo divergente, distópico y salvífico [con las sagas adolescentes Los juegos del hambre (The Hunger Games, Gary Ross, 2012), Divergente (Divergent, Neil Burger, 2014), Crepúsculo (Twilight, Catherine Hardwicke, 2009)]. Y claro que caben diferencias entre ellas, pero todas con ese telón de fondo a medio camino entre la la niñez y la adolescencia vienen a hablarnos de las consecuencias de varios proyectos identitarios donde el ideal, especialmente el americano, el de High School Musical de Disney, está ya muy lejos. Además, creo que nunca se había puesto tanto ahínco en la influencia en una generación futura que nos sacase de este debacle catastrófico al que nuestra generación se vio abocada por la sociedad de consumo. En realidad, muchas de estas películas más que ser infantiles son películas para adultos nostálgicos y reflexivos.

Como prometía, el final de The Florida Project alude con su estilística a a una clave para entender los instrumentos ideológicos de la nación-estado de los que habla Iván Darias en su recientemente presentada tesis La realidad intervenida. Prácticas identitarias del espectador audiovisual en la Posmodernidad. En ella, Darias ahonda en los cambios advenidos en el panorama audiovisual impuestos por una sociedad de consumo en la que ahora el eje ideológico deja de ser unidireccional para crear un espectador que a la vez es prosumidor (productor y consumidor). En su capítulo La identidad como proyecto y en su estudio de caso sobre America’s Funniest Home Videos: 25 años de álbumes compartidos, reflexiona sobre la influencia del aparato tecnológico en la nación estadounidense donde la electrónica fue una de las ramas fundamentales de la economía de la nación tras la Segunda Guerra Mundial y donde ahora sigue, de alguna forma, siéndolo.

 The Florida Project Cine Divergente

En las familias estadounidenses donde antes había una dsr que grababa los momentos familiares, ahora hay un iphone, un snapchat y un Instagram que haga al completo del pack (espontaneidad-instantánea, manejabilidad y colección de momentos biográficos). Que Baker rodase Tangerine entera con un Iphone no es baladí, que ruede los últimos minutos de The Florida Project con una dsr tampoco, y que la presencia de los Ipad, Iphones y selfies sea alusiva desde luego no lo es. Baker reflexiona sobre el modo en que la sociedad cambia a la par que el medio tecnológico, reflexiona sobre la presencia del testigo a través de un Smartphone, sobre la base del selfie y el exhibicionismo y también sobre los proyectos fallidos de la identidad de la nación estadounidense y sobre las prácticas y comportamientos de las minorías excluidas.

No obstante ¿Por qué conecta la grabación de un film entero con un Iphone, o los últimos minutos de The Florida Project con la tesis de Darias? El proyecto de la nación estadounidense, cargada de artillería tecnológica es unificar la unidad familiar a través de los parques temáticos, de los tonos pastel o la simulación de una vida auténtica a través de los selfies y snapshots. En The Florida Project a esto se le da la vuelta, la unidad familiar, ahora quebrada, sólo deja retratos en dsr de la tristeza y el abandono de dos niñas huérfanas vagando por Disneyworld. Esta es la cara b del proyecto de Florida, proyectos urbanísticos desolados, una multiculturalidad no deseada. Aunque imagino como hubiera sido esa comunidad del mañana que imaginaba Walt Disney…inevitablemente se genera en mi mente un clima distópico, cercano a Nosedive (en la tercera temporada de Black Mirror) o quizás a El Show de Truman (The Truman Show, Peter Weir, 1998), donde se haría insoportable una vida tan herméticamente perfecta.

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