The Green Prince y The Dog
Antropología fílmica Por Belén Sagredo
El punto de vista, siempre el punto de vista. Si en el cine de ficción éste es determinante respecto al qué y al cómo de lo que narra, tanto o más importante resulta cuando existe una pretendida expresión del registro de lo real. Ésa a la que, al menos a priori, aspira el cine documental, donde en enfoque, bien sea político o personal, es un protagonista mucho más significativo y definitorio que los propios personajes o acontecimientos que se retratan en la pantalla. Pero por necesario y legítimo que éste sea, no puede ni debe ser ignorado.
En este contexto de parcialidad e interesada visión de sus autores se enmarcan las películas documentales, absolutamente dispares en cuanto a temática y narrativa, presentadas dentro de la Sección Oficial de Largometrajes de Documenta Madrid: la ganadora del premio del público en la más reciente edición del Festival de Sundance: The Green Prince y The Dog.
The Green Prince
Así, y con el conflicto árabe-israelí como telón de fondo, el director israelí Nadav Schirman (The Champagne Spy, 2009) reconstruye en The Green Prince la historia del espía palestino infiltrado Mossab Hassan Yousef (conocido bajo el pseudónimo de “El Príncipe Verde”), hijo del líder de Hamás Hassan Yousef, a través de su relación con el agente del Servicio de Inteligencia de Israel (Shin Bet) que le recluta: Gonen Ben Itzhak.
Con una estructura capitular que hace referencia a Hamás, al propio Shin Bet y a sus “dos mundos” -entre otros-, Schirman establece un diálogo fílmico entre sus dos protagonistas principales, y de estos con el espectador.
Valiéndose de sus testimonios y de un interesante e inédito material documental que radiografía el longevo e interminable conflicto en Oriente Medio, el director israelí deconstruye durante la primera mitad del metraje la historia de reclutamiento y acción del “Príncipe Verde”, desde que en 1997 es encarcelado por el robo de armas. Para reconstruirla en una segunda mitad, mucho menos árida, en la que su artefacto cinematográfico y político (aunque Schirman insista en desligar su película de tal adscripción) recorre caminos mucho más emocionales con los que explica la historia de traición de Mossab a su padre y la amistad entre el propio Mossab y su superior.
Todo ello obviando una parte fundamental en la comprensión de la historia: la motivación de sus protagonistas, fundamentalmente la de “su príncipe” para acometer la traición a su pueblo y a su familia en un acto que en sus propias palabras es considerado por los suyos como “más vergonzoso que violar a su madre”.
Disipa así el director la loable pero, obviamente, ni requerida ni necesaria función del cine como artífice del cambio. En este caso, el del entendimiento de la complicada y dolorosa realidad árabe-israelí por el que algunas ficciones ciertamente utópicas como Una botella en el mar de Gaza (Une bouteille à la mer, Thierry Binisti, 2011) o Los Limoneros (Etz Limon, Eran Riklis, 2008) sí apuestan.
No obstante, cinematográficamente hablando, no se le pueden poner “peros” a este thriller psicológico apabullante de impecable factura técnica y visual -no olvidar que los productores tras el proyecto son los mismos responsables de la joya documental Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012) y Man on Wire (James Marsh, 2008)- y que además cuenta con la espectacular y omnipresente banda sonora a cargo del experimentado Max Ritcher (Vals con Bashir, Ari Folman, 2008). Elementos todos ellos en favor de una obra y una historia que, con sus cuestionamientos éticos necesarios, es la que pretendía contar su director, guste o no.
The Green Prince
También resulta determinante en la película que se ha alzado con el Segundo Premio del jurado en esta edición de Documenta Madrid: The Dog 1, la autoconsciente y condicionante visión personal de sus directores interesados en construir una historia anti patética y luminosa en detrimento de una visión quizás más realista, así como la del propio protagonista que se convierte en narrador en primera persona.
Describiendo un movimiento pendular que avanza del pasado al presente y viceversa, The Dog ilustra la fascinante y atrayente personalidad de John Wojtowicz. El neoyorkino, que el 22 de agosto de 1972 tambalea los cimientos de la puritana sociedad norteamericana, acometiendo el robo de un banco de Brooklyn -secuestro de rehenes mediante- con el objetivo de obtener la suma de dinero que permita a su amante transexual una operación de cambio de sexo en un acto sólo delictivo para algunos y encomiable también para otros.
Hazaña que se hace visible para el mundo entero a través de su plasmación cinematográfica tres años después por Sidney Lumet, y Al Pacino como el propio John: Tarde de perros (Dog Day Afternoon, 1975), y cuya repercusión e influencia en el verdadero protagonista –elevado a la categoría de héroe mediático y portavoz de la liberación sexual- es tal, que a partir de entonces él mismo se auto denomina “The Dog” como recoge el título de la película.
En el contexto de esa sociedad estadounidense de los años 70 en que la filosofía punk de los New York Dolls, los Ramones o Iggy Pop -entre otros- anuncia el rechazo y la ruptura de las convenciones establecidas, y donde la homosexualidad y la transexualidad parecen (sólo parecen) ser aceptadas e integradas en una sociedad que se presenta como moderna, The Dog deja en evidencia la hipocresía de esta misma sociedad de doble moral, ávida de héroes a los que venerar para después denostar, dejándolos desasidos en su propia lucha.
La distancia temporal y el pretendido humor bufonesco con que Wojtowicz reconstruye su historia personal, así como el modo en que éste desdramatiza los episodios más trágicos de su vida, así como su paso por la cárcel donde es violado en numerosas ocasiones, o la muerte a causa del SIDA de Liz Eden (la amante convertida ya en mujer, motivo del famoso atraco) no evitan la percepción trágica de una historia con muchas víctimas y ningún vencedor.
Más aún cuando asistimos a través de la interesante película de Berg y Keraudren -rodada a lo largo de 10 años- a la degradación física del propio John (para el final del documental ya muy enfermo de cáncer) y que materializa el dramatismo de una vida estancada en el tiempo: en esa eterna adolescencia donde las pulsiones sexuales determinan unos actos cuyas consecuencias no son calibradas, para desgracia de quien los comete y del resto de su entorno.
The Dog
- Palmarés de Documenta Madrid 14: 1er premio del jurado para My Name is Salt (Farida Pacha, Suiza, 2013), 2do premio del jurado para The Dog , Premio especial del jurado para Iranien (Iranian, Mehran Tamadon, Francia, 2014). Premio del público para Al Awda ila Hims (Return to Homs, Talal Derki, Alemania, 2013). Premio Canal + al mejor Documental español para Gabor (Sebastián Alfie, España, 2013). Palmarés completo en la web del Festival ↩