The Guilty
La sonrisa telefónica Por Javier Acevedo Nieto
Son las 10.58 de la mañana en Valladolid, y el pase para ver The Guilty (Denskyldige, 2018) ha concluido. Gustav Möller debuta con un largometraje donde Asger Holm, un policía cabreado con la vida es relegado al puesto de teleoperador del servicio de emergencias. Son las 11 de la mañana en Valladolid, y en esta suerte de crítica me van a permitir que recurra al uso de la primera persona y que hable desde la perspectiva de quien escribe una crítica. Eso no me convierte en crítico de cine, algo que no solo me repito a mí mismo sino a todos. Del mismo que un cineasta no es cineasta en su primer largometraje. Dicen que lo más complicado para un crítico es tener ya no solo un estilo, sino una teoría, algo así como una cosmovisión propia que le separe del resto de críticos. Pocos lo consiguen, y ninguno de los que lo consiguen alardean de ello. Lo mismo sucede con los cineastas, poco consiguen tener una huella propia. Es maravilloso cuando uno puede reconocer en un director esa huella. También es maravilloso cuando un crítico con una teoría reconoce a un director con esa huella.
Son las 11.03 de la mañana. The Guilty dura aproximadamente 85 minutos. No me gusta escribir en primera persona. La subjetividad del crítico es necesaria, pero no quiero ser una de esas personas que escriben sobre cine y acaban convirtiéndose en un personaje más de las películas que comentan. Por desgracia con frecuencia la subjetividad de quien les escribe se confunde con la circunstancia personal. La intimidad no debe exudar en el texto. Sí la ideología, pero no la circunstancias en las que el crítico ve la película. Son las 11.06 y estoy esperando a que el té verde se enfríe. Dispongo más o menos de otros 85 minutos para intentar transmitir una crítica que permita al buen lector empatizar con el filme. Empatizar, palabra repudiada por muchos críticos. El film de Möller trata bastante sobre la empatía. Sobre cómo ese teleoperador experimenta un arco de transformación. Del enfado vital a la empatía por el sufrimiento ajeno, llegando hasta la misericordia y culminando en una amalgama de sentimientos encontrados. Empatía por el sufrimiento ajeno, Möller juega con esa idea en mente durante toda la película. El crítico olvida empatizar. Existe en alemán, esa lengua tan lógica como romántica, un vocablo llamado Schadenfreude. Describe el placer obtenido al contemplar el sufrimiento ajeno. Muchos críticos tienen esa palabra tatuada en sus traseros. Esperan pacientes a que el filme les defraude para añadir unas pocas líneas autoindulgentes. Deleitarse con ese segundo párrafo que cierra una crítica con una detallada sinopsis del film. Qué considerado con el lector, el cual debe estar a ciegas cuando ve una película, del mismo modo que Asger Holm depende solo de su voz y empatía para intentar solucionar una situación de vida o muerte.
Son las 11.12. El crítico no sabe empatizar. Personalmente me duele hablar en primera persona, del mismo modo que sufro un poco cuando debo dar a entender que un filme falla en algún aspecto. Por eso mi empatía consiste en regalar mi atención durante el metraje e intentar fustigarme encontrando las palabras justas que transmitan por qué algo falla. Y al mismo tiempo hago un ejercicio de simple inventiva. Intento imaginar cómo le leería mi crítica a Gustav Möller. Cómo le diría que me parece que The Guilty es una propuesta honesta y empática, que de verdad me creo a Asger Holm, pero que estimo que esa empatía le lleva a ser redundante, a rozar la verborrea discursiva cuando intenta transmitir el sufrimiento nacido de la mutua comprensión. Empatizar es comprender el filme y es resultado de mucho sufrimiento, de sacrificar muchas cosas que se querrían decir pero que no se deben decir. Porque un cineasta se debe a una idea y si se mueve en el terreno de la narrativa audiovisual, esa idea se enmascara bajo la apariencia de una imagen que necesita hablar por sí sola. La mayoría de los críticos tienen ideas, deberían someterse a la palabra, pero en su lugar son esclavos de la idea furibunda. Son presos del fetiche de la mercancía. Conciben la película como un producto con voluntad propia, algo fantasmagórico situado al margen del artista que lo produce y las condiciones de su producción. Se entregan con denuedo a pasar por el tamiz de su circunstancia personal un producto.
Son las 11.20. Durante la proyección ha sonado un teléfono móvil cinco veces. Más de cuatro espectadores han tosido hasta y expulsado expectorante, y por poco no se dejan la garganta. Es frustrante que esos mismos críticos exijan al filme de Möller ciertas pautas que luego en sus textos no se ven reflejadas. The Guilty es víctima de su condición. Un único espacio, un único personaje y la necesidad de expresar la idea de empatía prodigándose en exceso con el diseño sonoro y un guion donde no hay descanso. El crítico es víctima de su condición de lexicón. Möller usa argumentos. El sonido diegético, los primeros planos, el alivio dramático puntual, el rechazo a un uso de angulaciones expresivas y el uso de la anagnórisis como medio de impacto dramático. Los argumentos del crítico son los adjetivos, la descripción naturalista del ambiente. Si en Valladolid hace frío, si Möller y su debut son interesantes o si es “una propuesta seductora”. Möller sacrifica mucho por ese estilo aséptico, por centrarse en el relato y pretender que limitando la imagen a un único espacio la tensión dramática brotará por si sola. Es un poco ingenuo, pero uno puede empatizar. El crítico también sacrifica mucho. Sacrifica argumentos buscando esa cita, ese autor, ese argumento de autoridad que limpie, fije y dé esplendor a su crítica. Möller no busca esa cita. Es cierto que mira a Coppola y La conversación (The Conversation, 1974), y que tras escuchar las grabaciones de una llamada al 911 durante los atentados del 11 de septiembre extrajo la idea, así como que seguro que Rodrigo Cortés con Enterrado (Buried, 2010) mostró a Möller que era posible decir mucho con poco. Pero aun con sus fallos Möller no necesita mostrar su cinefilia e intenta trascender sus fuentes. Falla, porque no hay hueco para el silencio elocuente, para esos momentos de tensión que gritan en las pausas de un primer plano y una mirada, y el relato de ese teleoperador se resiente. Falla, porque el diálogo y la réplica no son todo lo verosímiles que podrían ser, y porque Coppola es una alargada sombra. Pero lo intenta. Algunos críticos se refugian en la cinefilia como justificante de todo. Insertan citas y referencias confiando en que nada se venga abajo. No dialogan con el filme y no admiten réplica.
Ahora demuestro mi cinefilia y pequeñez intelectual citando a Barthes – comodín del crítico – en Crítica y Verdad cuando afirmaba que el crítico no debía acabar con la metáfora infinita de la obra, sino ser cómplice de ella y desarrollarla aún más en el tiempo. Son las 11.33, Möller sabe que su filme será visto por muchos y se rige por unos cánones del género del thriller, unos tropos genéricos que suelen funcionar pero que si no se reformulan se quedan en lugares comunes. Eso pasa en The Guilty, y aun así es un film modélico, disfrutable, y uno empatiza gustosamente sabiendo que puede que Möller siga creciendo. El crítico intuye que su texto lo leerán pocas personas, y si el cineasta pretende seducir con la imagen, el mal crítico se contenta con seducirse a sí mismo con la pompa de un buen párrafo. Me aterra pensar que mis críticas no tengan al menos la honestidad del filme de Möller. Se que como él tan solo intento tener un pequeño impacto, llamémosle conexión con el espectador/lector. Que la empatía consiga crear una experiencia común. En mi brevísima experiencia como teleoperador insistían una y otra vez en la idea de la “sonrisa telefónica”. Sonreír, aunque el cliente no te vea porque eso transmite confianza. Möller sonríe, aunque no le veamos, se esfuerza para que el espectador confíe en su propuesta, e intenta quemar el plano y fijar la mirada. Lo consigue en dos escenas, ya es mucho. El mal crítico tiene “la mueca telefónica”. Entra en la sala enfadado, con el café amargo aún en los labios. Al leer su crítica uno sabe que ha tenido una mala noche, y que la disciplina que se le exige a un cineasta para no traicionar su propuesta con exabruptos no se le aplica a él. A Möller probablemente le habría encantado añadir más suspense y sufrimiento, más agonía a su relato para la elocuente mirada de Agner Holm acabara hundida en un pozo de lágrimas. Pero se contiene, sacrifica un buen plano por la idea. El crítico antipático no tiene disciplina. En mis talleres de crítica insisten en que nunca sacrifiquemos una idea por una palabra bonita. De esa disciplina y contención surge la síntesis.
Son las 11.42. Los finales son difíciles. Despedir y cerrar un film y una crítica es un arma de doble filo. Siempre se dice que hay que filmar/escribir pensando en el final. Muchos cineastas renuncian a todo lo que han expresado por un final que impacte. En guion se dice que la conclusión debe ser sorprendente pero inevitable. Möller no sacrifica lo que ha expresado, pero no sabe cuándo poner el punto final. Busca la escena que capture la inmanencia, que capture su mirada. A Wong Kar-wai le obsesiona eso, capturar el tiempo y enfrascarlo en un gesto que evoque despedida. El mal crítico tampoco sabe cuándo cerrar el texto. Vive en una rotonda, dando vueltas alrededor de la idea – si la tiene -. Revisa sus plantillas, comprueba que no se haya dejado ningún adjetivo. Como el teleoperador, su empatía se limita a vender el producto. Sabe que hay filmes que como algunas llamadas son una venta segura, y despacha el resto rápidamente. Admiro a esos críticos que son capaces de exigirse lo máximo aun sabiendo que ese filme es una llamada de broma, igual que las que recibe Asger Holm.
Son las 11.47, dedicaré unos minutos a empatizar con The Guilty y Möller. Disculpen la diatriba, no sé cerrar textos igual que no sabía cerrar ventas. Pero trato de empatizar. El largometraje de Möller alberga también esas buenas intenciones que el crítico perezoso no sabrá ver. Aún siendo fallida en muchos aspectos, Möller tiene un estilo y una idea. Me encanta la expresión “algunos creen que han descubierto el Mediterráneo”. Möller sabe que no ha descubierto nada nuevo, y trata de aprender. El crítico perezoso cree descubrir el Mediterráneo en cada texto. Yo me conformo con ver los afluentes y ver si Möller acaba encontrando su propio Mediterráneo. A mí, como castellano viejo el mar siempre me causa desconfianza, quizá por eso prefiero que me lo enseñen antes que descubrirlo. Son las 11.51, otro pase de prensa, otra oportunidad para la empatía. El té ya está frío. Espero no encontrarme a otro crítico que linterna en mano interrumpe la oscuridad y se entrega a la espeleología en busca de la empatía perdida.
Anoche vi este film y leyendo tu crítica que me pareció sumamente original concuerdo con tus puntos de vista.