The Interview
Los cachorros de Kevin Smith progresan adecuadamente. Por Enrique Campos
Crecieron con el Saturday Night Live sonando de fondo en la televisión. Sus padres se educaron con La casa de la pradera (Little House on the Prairie, 1974–1983), Flipper (Jack Cowden, Ricou Browning, 1964-1967), La tribu de los Brady (The Brady Bunch, 1969–1974); ellos con Los Simpsons (The Simpsons, 1989- ) y Beavis and Butthead (Beavis and Butt-Head, Mike Judge, 1993–2011). Ya talluditos, perpetraron South Park (Trey Parker, Matt Stone, 1997- ), Jackass (Spike Jonze, Johnny Knoxville, Jeff Tremaine, 2000-2002), Padre de familia (Family Guy, 1999- ), y, cómo no, asaltaron el propio SNL. Han hecho de la vulgaridad, del exabrupto, un arte refinado. Es la generación de Seth Rogen, de Jonah Hill, de Kristen Wiig. La que tomó buena nota del modus operandi de Kevin Smith o los Farrelly para adelantarles por la derecha como un Ferrari. Con una consigna innegociable: en el humor no hay límites. Nada es sagrado, salvo, quizá, Israel y el aborto. Como todo en la cultura popular americana, y en honor a la verdad, los negros llegaron primero. Las salvajadas de Eddie Murphy o Richard Pryor en los 70 ni mucho menos palidecen ante los artefactos de ofensa masiva de esta nueva hornada, aunque eso es harina de otro costal.
Lo anterior no es parte de un texto promocional. En realidad, no es oro todo lo que reluce en la nueva comedia americana. Por cada Virgen a los cuarenta (The 40-Year-Old Virgin, Judd Apatow, 2005), por cada Supersalidos (Superbad, Greg Mottola, 2007), hay cantidades industriales de bochorno. Siempre existirán los primeros de la clase, y siempre son una selecta élite, aunque conviene conocer la proveniencia de Seth Rogen y astracanadas como The Interview para no llevarnos sorpresas en el país donde el súmmum de la incorrección política parece ser Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014). En román paladino; si Rogen o cualquier pupilo de la factoría Apatow dirigiera el sainete de Martínez-Lázaro, ETA volvería a tomar las armas y en El Rocío empapelarían el trono de la Blanca Paloma con la estampa de esos gringos bajo un rótulo de WANTED.
Pero Seth Rogen ni siquiera sabe qué demonios es el País Vasco. Si algo conecta a su generación con la de sus padres es la conciencia de que fuera de EEUU sólo existe México. Consciente o inconscientemente, las lagunas en cultura general son el contrapunto necesario a esta hora y media de choteo a costa de Corea del Norte y el Líder Supremo. Primera regla del “vale todo”: ríete del prójimo como de ti mismo. Kim Jong-Un es humillado, insultado, ridiculizado, hasta provocar un conflicto diplomático en el mundo real si la Corea comunista gastara algo de eso –de diplomacia y poder de disuasión-, pero en los personajes de Rogen y James Franco, una estrella de la televisión basura y su productor decididos a entrevistar a Jong-Un en su gigantesco búnker de Pionyang, se encierra la sátira más descarnada de cierto perfil de americano. Han ido a la universidad, ganan muchísimo dinero y sus referentes vitales, el porno, los videojuegos, el cine, no van mucho más allá de los años 80. Confundir a Stalin con Stallone no es sólo parte de un gran chiste, es una declaración de principios.
Así avanza la cosa, entre referencias inalcanzables para menores de treinta, la escatología y el tradicional punto misógino que se trata de rebajar con el nuevo humor machista: el humor gay.
Sin restar mérito a la inventiva salvaje de Rogen para mofarse hasta de su abuela, The Interview es una tormenta perfecta de márketing. Con un buen presupuesto y el encantador histrionismo de James Franco -¿cuándo dejarán de desperdiciarle?- puede ser suficiente para recuperar la inversión, pero sólo si la parte aludida hace campaña gratis se empiezan a divisar olas dignas de ser surfeadas por Patrick Swayze. Los Asuntos Exteriores norcoreanos han cumplido. Todos han cumplido, de hecho. Nadie que sepa lo que The Interview esconde debería volver a casa cabizbajo, a no ser que espere una revisión a la asiática de Borat (Larry Charles, 2006). En ese caso, no hay color. Cuando Sacha Baron Cohen se tira al agua no guarda ni el taparrabos, para bien o para mal. A Rogen aún le queda un poco decoro.