The Lords of Salem
La genealogía del mal Por Marco Antonio Núñez
Determinados filmes ofrecen una resistencia casi obstinada a su análisis y dificultan la articulación de un discurso crítico medianamente coherente, condenando su exégesis al cabo, a la arbitrariedad del gusto, ese «no sé qué» de Feijoo con el que pretendía dar cuenta de lo inefable de la experiencia estética, irreductible a reglas compositivas y criterios de juicio.
Pues bien, The Lords of Salem constituye un ejemplo de esa opacidad incómoda que obliga al rechazo o la adhesión incondicional sin poder explicitar de un modo satisfactorio en uno u otro caso, cuáles son las causas de tales afectos y desafectos. Y no obstante, no conozco a nadie, favorable o no a esta pieza de cámara, que haya sido capaz de resistirse a verla varias veces.
Algo parece claro no obstante, Rob Zombie toma distancias como el gran maestro actual del género. Su obra anterior se agrupa en dos dípticos, algo que pone de manifiesto un deseo de profundizar tanto en los personajes como las situaciones con los que trabaja. No es casualidad, por tanto, que las dos secuelas sean superiores a las primeras entregas. A la exploración cautelosa de nuevos territorios sigue su personal conquista.
La casa de los mil cadáveres (House of 1000 Corpses, 2003) bascula entre los mecanismos narrativos del slasher, que no parecen interesar demasiado a Zombie, una estética circense y el retrato de una nutrida galería de sociópatas, entre pintorescos y aberrantes, freaks por los que procesa un enorme cariño y a los que tributa homenaje en el desenlace épico de Los renegados del diablo(The Devil’s Rejects, 2005).
En cuanto a Halloween (2007), su jugada, a priori, más comprometida por la enjundia del clásico de 1978, fue capaz de imprimirle su aliento bárbaro y acercar a los personajes a su universo. La serena abstracción de Carpenter se vira en frenesí narrativo y una estética de la inmediatez, sucia y urgente, que redunda en la verosimilitud de su violencia brutal, en las antípodas de la elegancia elíptica de su ilustre predecesora. El objetivo de Michael se definía ya en la segunda entrega, Halloween II (2009), más personal y lograda. Amén de ser una gente del caos, Zombie ahondaba en el motivo del desarraigo de Michael y Laurie, el deseo de un regreso imposible al hogar.
Ahora de nuevo se nos pone ante un material de sobra conocido por los seguidores del género, el motivo siempre interesante de la brujería, localizado en su capital mundial, Salem. La historia combina venganzas seculares y maldiciones encendidas al calor de la hoguera, con el relato del enésimo advenimiento del anticristo, sin faltar a la presencia de elementos propios del vecino más célebre de Massachussetts, Lovecraft.
Zombie sigue la captación de la futura madre de la criatura, Heidi (Sheri Moon Zombie), por las fuerzas malignas y sus ministras terrestres, a lo largo de seis días, a partir de la recepción en la emisora donde trabaja de un vinilo, cortesía de The Lords, y cuya melodía le induce un trance poblado de reminiscencias, aquelarres y conjuros extrañamente familiares. A partir de ese momento, será acosada por imágenes diabólicas de las que tratará de escapar volviendo a la droga, y de resultas, su voluntad se debilita, siendo en lo sucesivo incapaz de oponerse al destino que le han trazado, el cumplimiento de la venganza de las brujas que en apariencia, habían sido rehabilitadas mediante tratamiento térmico siglos atrás. Los hijos siempre pagan por los padres.
Hasta aquí nada demasiado nuevo. Lo nuevo es la interpretación visual, narrativa y dramática que Zombie le confiere a su película, poniendo distancias con su producción anterior. Esas torrenteras crispadas de ruido y furia se remansan en The Lords of Salem. Lo cuidado de las composiciones, el esmero de la dirección artística y la iluminación, con fuentes de luz bajas por lo general, a excepción del pasillo del que cuelgan ostentosas luminarias que señalan el trayecto hacia la habitación número 5, dispensan al film una elegancia visual que apuntala su atmósfera, más que inquietante, intimista, triste, melancólica como el parque otoñal por el que Heidi pasea su soledad.
Cuando se aleja de ese tono, el filme se vuelve más discutible, algo que ocurre en el lisérgico tercio final, poblado de imágenes bizarras con las que se figura literalmente el espectáculo de The Lords.
Zombie adora a sus personajes, transige piadosamente con sus faltas y evita convertirlos en resortes narrativos, y si de algo se resiente el filme es de un desarrollo moroso hacia un fin anunciado, apenas inquietado por las pesquisas del experto de turno, Matthias (Bruce Davinson), el personaje más funcional. Le interesaba contar la historia de una mujer que trata de escapar de su pasado, la crónica de su dolor y abandono durante esa búsqueda imposible de una segunda oportunidad. Pero el pasado no ha acabado con ella.
También puede verse The Lords of Salem como una genealogía del mal, la instauración de un orden que no transige con la diferencia e impone la labor civilizadora a base de tortura y fuego.
Y para ello, recrea un mundo de arquitecturas coloniales, nieblas atlánticas y resaca de metanfetamina, por el que aún sobrevuelan los ecos de los gritos y la culpa por los crímenes cometidos en nombre de dios. Un presente colectivo condenado por los demonios del pasado. Una incursión en los orígenes de su país luego de haber fatigado la geografía abrasada de la América profunda y las versiones modernas de la maldad humana, el serial-killer, el asesino sin ideología.
La llegada del anticristo supone una inversión en todos los órdenes, también del falocrático. Las bacantes torturadas en nombre de la ideología oficial, el sexo que no ha roto su vínculo con el mundo de la naturaleza y anterior a la ley civilizadora del padre, se alza al fin triunfal bajo el amparo del diablo, el gran instaurador de las diferencias.
Las imágenes finales de Heidi feliz, jugando con su perro en el parque a continuación de esa composición triunfal de la Virgen endemoniada, lejos de ser un contrapunto irónico, bien podría constituir un homenaje al personaje más asimilable por la audiencia. Heidi ha encontrado al fin su sitio como madre. Igual que Rosemary, contempla llena de amor y orgullo el rostro de su hijo.
El balance final es más que positivo, Zombie sigue elaborando una obra personal y poderosa que evita repetirse, cada vez asumiendo mayores riesgos y con la geografía de su universo más definida. The Lords of Salem es un film tan turbador como la partitura del diablo que ejecutan las brujas o la música premonitoria y adictiva de Velvet Underground que acompaña a la epifanía. Con su aparente monotonía y sencillez, pulsa emociones en lugares remotos que dislocan la batería de expectativas con que acudimos a verla cada vez.
Y cada nueva visión, salimos con el mismo desconcierto dibujado en el rostro, ese no sé qué que tanto nos fascina e incomoda. Y aún sin saberlo aunque con sospechas, concertando cita con la próxima vez.