The Newsroom

La realidad enfrentada al periodismo Por Samuel Sebastian

The Newsroom: Comenzar por el principio

«Vamos a hacer una serie para el espectador medio». A menudo me he preguntado quién sería el autor de aquella maldita frase, tantas veces repetida en el medio televisivo (con todas sus variantes para documentales, TV movies, programas de sobremesa, etcétera) y que tanto daño ha hecho a la inteligencia de los televidentes. Sin duda, quien dio luz verde al proyecto ideado por Aaron Sorkin no pensó en ella o, en todo caso, le añadió una tranquilizadora coletilla: «Vamos a hacer una serie para el espectador medio con inquietudes o reflexivo» o tal vez le diera por hacer algún juego de palabras: «El espectador medio de nuestra cadena es medianamente inteligente».

Porque The Newsroom es una serie que apela desde el primer capítulo a un espectador con una visión crítica de su entorno. En una escena antológica, vemos al protagonista de la serie, un famoso presentador de televisión, Will McAvoy (Jeff Daniels), cómo pasa olímpicamente de un debate con otros periodistas en una universidad.

Nada parece motivarle para seguir escuchando las mismas zarandajas de siempre hasta que, en un momento dado, una joven le despierta de su sopor cuando le pregunta cuales son las razones por las cuales piensa que los Estados Unidos es el mejor país del mundo y él, lejos de responder de forma complaciente, se explaya mostrando las miserias de su país. El comienzo es un verdadero puñetazo al chauvinismo americano y lo que sigue es un compromiso entre una serie crítica contra ciertas prácticas periodísticas y esos valores americanos que por un lado critica pero que, por otro lado, ensalza.

Seguir por el final

La estructura de cada capítulo es diferente, lo cual pone muy en valor la serie de Sorkin al ofrecer en cada entrega una nueva experiencia que haga impredecible el desarrollo del capítulo mediante el uso de flash backs que se relacionan con el tiempo presente a un ritmo siempre frenético. Los temas enfrentan siempre a los protagonistas (el presentador, la productora y los miembros de la redacción) a nuevos desafíos relacionados con el periodismo: cómo ofrecer una noticia que se está produciendo en ese mismo momento, cómo engatusar a los invitados importantes para que vengan al programa, cómo ofrecer las noticias en un envoltorio atractivo para el espectador, cómo elaborar las noticias de calidad sin caer en el periodismo basura o cómo contrastar noticias de gran repercusión para la audiencia con la finalidad de anticiparse a la competencia, etc, lo que supone en definitiva una versión 2.0 de la serie The Hour (2011, Abi Morgan) que tanto éxito tuvo en la televisión británica. Desde un punto de vista periodístico, los argumentos de la serie en apariencia son intachables: los periodistas salen siempre airosos de todas las afrentas que tienen ante sí: de una manera u otra siempre consiguen mantener sus principios frente al periodismo de baja calidad y la sensación que transmite el grupo de la redacción es que, a pesar de sus inevitables rencillas, son una élite que apuesta por un tipo de periodismo que ya no se hace. Y para conseguirlo, Sorkin utiliza una serie de trucos que probablemente no pasarían el filtro de los periodistas a los que retrata, por ejemplo, Will McAvoy es un republicano convencido, miembro del Tea Party que observa con ojos muy críticos el ascenso de la extrema derecha en la sociedad estadounidense y la deriva de su propio partido. En realidad, McAvoy es un auténtico caballo de Troya creado por Sorkin para desactivar los peores valores republicanos en su propio terreno. Si el presentador hubiera sido demócrata o de izquierdas (sustancialmente no habría cambiado la trama), la serie se hubiera llevado un buen fardo de críticas por ser panfletaria e izquierdosa.

En segundo lugar, aunque la serie es muy crítica con ciertas prácticas periodísticas, no lo es tanto contra la opinión pública estadounidense. No solo por sus veladas adulaciones a la política de Obama, sino porque va mucho más allá en el episodio 5/1 (Temporada 01, episodio 07) en el cual se hace una defensa encarnizada del asesinato de Osama Bin Laden sin cuestionar en absoluto por qué un presidente ganador del premio Nobel de la Paz decide tomar una decisión tan sanguinaria. Lo que más duele de ese capítulo, y de algunos otros también, es esa comunión tan americana en pro de la libertad conseguida a través de la violencia.

 Igualmente, en el debe de la serie hay que apuntar toda una serie de subtramas que se encuentran resueltas en forma de ingenua comedia romántica y que no están, desde luego, a la altura de los grandes temas que se abordan en la serie. Una serie que, por lo demás, se desarrolla a través de unos desbordantes diálogos llenos de ingenio con la intención de abrumar al espectador. Sorkin, un escritor clásico donde los haya, como lo demostró en El ala oeste de la Casa Blanca (The West Wing, 1999-2006), El presidente y Miss Wade (The American President, Rob Reiner, 1995), o La red social (The social network, David Fincher, 2010) se inspira una vez más en la comedia screwball americana para elaborar su discurso, que tiene una mayor profundidad de la que pueda parecer a primera vista: la mayor virtud de The Newsroom es que ganará interés y prestigio con el paso de los años, a diferencia de la mayor parte de los productos televisivos, y todo ello gracias a que sabe seguir con muy buen pulso la evolución de algunos de los acontecimientos más importantes que han sucedido en el planeta durante el último año, como la carrera por la elección presidencial, el ascenso de la derecha radical o la primavera árabe en Egipto.

Volver al punto de partida

A la hora de narrar la realidad, un creador puede encontrarse en la disyuntiva entre hacerlo de forma realista, con las dosis de pesimismo que ello implica, o de forma idealista, expresando cómo le gustaría que fuera esa realidad. The Newsroom opta por esta segunda vertiente y por esa razón fue tachada de ingenua en su momento por algunos periodistas. Y, probablemente, los mismos periodistas que hicieron esta observación, ahora se encontrarán sufriendo en sus carnes un expediente de regulación de empleo que les dejará sin opción ante un sistema voraz en el que el periodista ha acabado siendo el último eslabón de una cadena de intereses empresariales que nada tienen que ver con la profesión periodística, lo cual no hará sino ratificar su punto de vista respecto a la serie. Así, mientras vemos cómo los periodistas de The Newsroom salen triunfadores de todos los embates de sus jefes, poseedores de un conglomerado de empresas similar al que gobierna cualquier medio de comunicación importante en los Estados Unidos, en nuestro ámbito más próximo, los periodistas acababan siendo censurados y menospreciados solamente por el hecho de ejercer su profesión: el artículo de la periodista Lali Sandiumenge sobre la huelga de hambre de los trabajadores de Telefónica, que rompía un silencio mediático en torno a este tema, era censurado por La Vanguardia (irónicamente, unos días antes, la misma autora en su blog había escrito un artículo sobre el efecto inverso de la censura en la web, el efecto Barbra Streisand); igualmente, la revista Caféambllet ha sido condenada por destapar un caso de corrupción que ha tenido incluso repercusión en el Washington Post pero ha sido silenciado por una gran parte de los medios de información catalanes, también los públicos, por sus consecuencias políticas y, sin dudas, el último líder en casos de acoso a los periodistas, el diario El País, se ha ensañado tanto en la censura a sus periodistas: Enric González, los jóvenes de Tú ibas de azul, Luz Sánchez–Mellado o Santos Julià, entre muchos otros, que los colaboradores más importantes del periódico han alertado a su dirección de la deriva censora del diario. Una protesta que, como tantas otras, a los directores les ha resbalado. Este caso es paradigmático porque enfrenta a los periodistas contra un gran conglomerado empresarial, al igual que los protagonistas de la serie de Sorkin, solo que en la realidad los periodistas no han salido tan airosos del enfrentamiento. Y es que a la hora de ver The Newsroom tenemos que estar prevenidos, no estamos viendo la realidad tal cual es, sino tal y como nos gustaría que fuera.

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