The Other Side
Los olvidados Por Manu Argüelles
Si bien, el Festival de Sevilla centra su mirada en el cine europeo y, por tanto, las ficciones se suelen localizar en el ámbito geopolítico del viejo continente, siempre podemos encontrarnos con pequeñas rendijas que amplían la mirada y en consecuencia permiten descentralizarla. En este marco, The Other Side ocupa el mismo lugar que el año pasado cumplía Heaven Knows What (Ben Safdie, Joshua Safdie, 2015) respecto a Estados Unidos. Si la película de los hermanos Safdie se centraba en la adolescencia urbana y neoyorkina que vivía en la indigencia, como si fuese un remake inconfeso de Pánico en Needle Park (The Panic in Needle Park, Jerry Schatzberg, 1971), Minervini visibiliza la white trash de una pequeña comunidad de Louisiana, a partir de un enfoque dual.
Por un lado, hay una clara intención de refutar ese apelativo despectivo que yo mismo he utilizado, ya que el otro lado de Minervini es, sobre todo, aquellos olvidados por el sistema, los desheredados e ignorados por las instituciones. No se trata tanto de desmitificar o de romper los prejuicios en torno a gente que vive en condiciones extremas de marginación y pobreza, porque su acercamiento frontal y directo no edulcora en ningún momento las presencias humanas que van desfilando por el documental, no se camuflan ni sus afirmaciones racistas ni su uso abusivo de las drogas, sino más bien que lo que busca Minervini es otorgarles una dignidad o una consistencia humana que les ha sido sistemáticamente negada y con ello el documental encuentra su discurso combativo.
Porque The Other Side se afana en buscar la imagen que no se quiere ver o aquella que se preferiría que no existiese. Hay una clara empatía ante lo que se registra y por eso se les dará la oportunidad para que expresen su emotividad y su dolor, sus sueños frustrados y sus ilusiones. Pero quizás, para no caer en un paternalismo peligroso y demagógico, el documental, como ha pasado con varias películas de esta edición como The Sky Trembles and the Earth Is Afraid and the Two Eyes Are Not Brothers (Ben Rivers, 2015) o con mucha mejor fortuna Sangue del mio sangue (Marco Bellocchio, 2015), se rompe. Desaparecen los principales protagonistas de The Other Side y pasamos de una mirada próxima y cercana a una distanciada e incómoda, más centrada en el estupor y en el horror ante la paranoia y la obsesión por las armas de fuego, una mirada aquí mucho más europea que sigue sin procesar ese fanatismo psicopático del arcano western que todavía sigue presente en la cultura norteamericana.
Las dos caras de The Other Side
Por eso, The Other Side más que tomar uno de los mejor patrones posibles para retratar la pobreza, el que instauró Buñuel a través de Los olvidados (1950), en realidad está más próxima a Gummo (Harmony Korine, 1997), aunque Minervini prefiere dejar más patente un ángulo político y de denuncia (en dos direcciones: de respeto y de repulsa) que acaba convirtiendo el film en algo esquizofrénico o si se quiere en un largometraje que no quiere aposentarse en una única dirección.
¿Entran en conflicto estas dos disposiciones contrarias o acaban desmembrando involutariamente el film, especialmente porque entre ambas se niega toda transición y es inevitable que el espectador sufra un choque ante el giro que el documental adopta? No, porque en su tramo centrado en el entorno más próximo de Mark Kelley y sus allegados, el abocado al reflejo de la miseria y la marginación, ya se han presentado suficientes indicios para que acabemos siendo testigos de una milicia improvisada que afirma que la ONU invadirá Estados Unidos y en consecuencia urge prepararse para según ellos proteger a sus familias. Minervini aunque no lo explicita nos hace comprender que lo único que ha hecho es ampliar su foco sin alejarnos de donde estábamos. De Mark, del lugar donde vive, pasamos a esos otros vecinos paranoicos y fetichistas que pululan haciendo apología tanto de un racismo digno del Ku Klux Klan como de esa delirante justificación de armarse ante una posible amenaza que sólo vive en sus cabezas. De esta manera, el hilo conductor de The Other Side acaba siendo un involuntario Obama, ya que las expresiones de rechazo a él son omnipresentes a lo largo de todo del documental, desde el propio Mark hasta los últimos individuos. En esta última parte Minervini niega rostros fijos en los que nos apoyemos (un signo de diferencia entre ambas partes), como había hecho con Mark, persona que se utilizará como puerta de entrada para un microcosmos «invisible». De esta manera, sin que lo pudieramos prever, el director conduce The Other Side a un formato de lo espeluznante.
Cuando vemos a Mark desnudo completamente al principio del film, drogándose con sus amigos, colocándose con su novia o haciendo el amor con ella en su caravana, Minervini ya nos ilustra que su postura es la de ofrecer en su máxima desnudez posible una realidad en la que no quiere interferir, pero sí proporcionar cierto espacio íntimo que ponga en entredicho nuestras concepciones iniciales ante el miserabilismo social. No quiere explotarlo para su beneficio ni caer en los riesgos de una imagen de la pobreza demasiado maniquea y falseada. Lo que le pasa a Ken Loach, que sus ánimos de denuncia le pierden. Pero Minervini en la selección de lo que finalmente ha quedado como público en su film, no puede evitar caer en cierta imagen efectista del impacto, porque queda claro que le interesa provocar en nostros una reacción, que nuestros culos se muevan en el asiento. En el momento que vemos a una showgirl embarazada pincharse en un lavabo para a continuación verla bailando desnuda en la pasarela, nos evidencia que en ocasiones The Other Side acaba explotando la sordidez y esa presunta buena intención, la de dar visibilidad a un espacio negado en el cine convencional, acaba hipertrofiándose. Se comprende cuando apunta a esa, ahora sí, white trash de la parte final -el director nos orienta a ese juicio, justo cuando antes ha querido combatirlo-, que es una efectiva arma para combatir su propio síndrome de Estocolmo, tras haber pasado mucho tiempo con Mark y con el que nos deja traslucir el cariño que le ha acabado cogiendo, ya que sus imágenes circulan en esta senda de la comprensión y el respeto. Así que lo mejor que nos brinda The Other Side es que no caben juicios fáciles o posicionamientos unívocos ante una situación de exclusión. Podemos albergar una ambivalencia, pero no por ello perder la empatía y denunciar el olvido institucional. Todo es una cuestión de perspectiva. Y sí, seguramente, cometeremos errores en nuestra visión ante esta problemática social, The Other Side como palestra para evidenciar esa zona de lucha y esa contradicción, de la que el propio Minervini es también prisionero.