The Purge: La noche de las bestias
Have a safe night Por Marco Antonio Núñez
1. Purga/Ingeniería social.
La solución a las profecías de Malthus apuntalada sobre un darwinismo social de nuevo cuño y recortado contra el fondo trágico de la cultura freudiano, bien podría ser la que sigue:
Una vez cada año, durante lo largo y ancho de una noche, el estado de legalidad queda en suspenso y la impunidad toma la calle. La condición humana obra el resto. Y sin que sea precisa una alguna subida de impuestos.
Las consecuencias no se haría esperar. La erradicación del paro y la marginalidad. Un alivio a la frustración por no poder manifestar la agresividad incubada en el seno de una sociedad que alienta el deseo y lo condena luego a la insatisfacción para la gran mayoría. Una noche al año, el hombre se quita esa máscara de urbanidad, el fino barniz fruto de la educación y el miedo al castigo que apenas disimula al lobo emboscado, y durante una noche cada año que, bien gestionada da para mucho, la sociedad purga sus males, la escoria, la rebaba, el légamo sin techo que cubre la intemperie bajo hojas de periódicos.
Y una vez cada año, la mala sangre que atora el sistema, inunda las calles.
Todos ganan con la purga. Todos salvo los que causan baja que, naturalmente, son aquellos que no pueden protegerese, los que no disponen de medios económicos para grantizar su seguridad o, por el contrario, costearse un buen safari urbano. Es decir, los menesterosos, desempleados, marginados, los parásitos en nombre de los que Obama propone reformas boicoteadas sabiamente desde la bancada republicana.
Las purgas siempre fueron una herramienta política al servicio de la ingeniería social en los estados totalitarios. Los regímenes liberales y/o democráticos, no olvidaron sus bondades higiénicas aunque ahora es ejercida con más sutileza, basta una determinada distribución de los recursos para estrangular con el dogal del hambre a millones en los países subdesarrollados que aún cuando no se resignen a su destino de tripas llenas de aire, les quedará el recurso de ahogarlas en las negras aguas del Mediterráneo.
2. Purga/Nueva Derecha Cristiana.
Hemos adelantado ya algunas de las jugosas premisas argumentales de The Purge: La noche de las bestias.
La secuencia de créditos muestra imágenes de sucesos violentos tomadas por cámaras de seguridad durante sucesivas noches de la purga. Desde la primera, en el año 2012 hasta el 2021, anterior al del arranque de la historia.
DeMonaco se sitúa, por tanto, en la tradición distópica de la ciencia ficción, si bien con una notable diferencia. Lo que en aquellas obras era el punto de partida, superpoblación, contaminación y escasez de recursos causantes de penurias y delincuencia, se ha convertido en el mejor argumento en favor de una versión 2.0 de purgas que hacen posible un futuro feliz de hermosas mansiones y jardines floridos, sin crímenes ni delitos. Un aire cristalino y buenos sentimientos por doquier.
Los artífices de tan feliz solución son «nuestros nuevos gobernantes», que permiten que los ciudadanos «purifiquen y limpien» sus almas. No falta tras la cita de los agradecimientos, la bendición divina a la «nación renacida».
La recurrente terminología religiosa legitima una labor a priori moralmente reprobable, lo que puede resultar aberrante en principio hace pensar que DeMonaco tiene en mente el punto de partida ínsito en las premisas de la Nueva Derecha Cristiana, fundamentalismo que surgió en los 70 como reacción a los movimientos de liberación de la década anterior, operando un maridaje inédito en un país desarrollado entre religión y política.
Dios y la propiedad que siempre caminaron de la mano en el liberalismo puritano, «In God We Trust», socios ahora en el Capitolio.
Basta con extraer las consecuencias de una posición política que afirma que Dios está de su parte para que la llamada a la guerra santa contra la discrepancia no tarde en llegar. La purga antes que nada se presenta al individuo como una purificación, un bautismo de sangre que limpia sus culpas y que revierte en un bien común con lo que se conjuran los posibles escrúpulos morales que pudieran presentarse. Es interesante, a este respecto, el papel que el estado se arroga. De forma coherente con el pensamiento liberal, se retira del juego, no interviene, laissez faire a la economía pulsional, y hace bascular la responsabilidad en el individuo que, agradecido por la dádiva, bendice a sus nuevos gobernantes.
3. Purga/Prosperidad.
The Purge: La noche de las bestias sitúa la acción en una plácida zona residencial en la que destaca por encima de las demás edificaciones la ostentosa mansión en la que habita la familia protagonista, Los Sandin, un producto ejemplar de las bondades de la purga.
James Sandin (Ethan Hawke) es un brillante comercial que trabaja para la empresa dedicada a la instalación de sistemas de seguridad para los que deciden pasar la noche en familia o dando una fiesta para los amigos. Como bien dice una vecina a su bella esposa Mary (Lena Headey), la maravillosa Cersei Lannister con peluca a lo Cleopatra, los vecinos de esa urbanización han costeado su opulento hogar. El eco del resquemor inquieta los bellos ojos azules de Mary.
Los Sandin constituyen una típica familia nuclear en la que los progenitores se esfuerzan por desempeñar el rol de padres ejemplares, dialogantes y atentos a las necesidades de sus hijos, preocupados por su jornada escolar, dispuestos a compartir sus inquietudes, ser comprensivos, firmes pero indulgentes. No obstante, el encorsetado formalismo de que se reviste la cena en torno a unas saludables raciones bajas en carbohidratos, desvitúa las buenas intenciones iniciales oportunamente reventadas por la espontaneidad de los hijos.
El escándalo ante la referencia de una anécdota truculenta por parte de Charlie (Max Burkholder) resulta un tanto forzado, revela a unos padres nada severos que apenas disimulan su deseo por sumarse a las risas, pero que actúan al dictado de un decoro procurado por su nuevo estatus social.
El fracaso de las convenciones de la secuencia de la reunión familiar se debe precisamente al fino hilo de la impostura de la que penden semejantes valores cívicos: la asunción de la violencia como forma de relación básica entre los miembros de la comunidad que incuba una moral basada en la predación, un bienestar precario que devela el origen de un lujo sostenido sobre el miedo.
Los Sandin no olvidan sus orígenes humildes, ni de la traición a un ideario progresista por ellos suscrito en los tiempos de vacas flacas y que se manifiesta de forma evidente en Charlei, convertido en el último reducto de unos valores que irán manifestándose en James a lo largo de la noche, y que habían sido oportunamente esquinados para que no estorbaran la prosperidad que siempre procuró a los suyos.
La pareja manifiesta la paradoja, de forma implícita muestran su rechazo moral a la purga a la que tanto deben en lo material. Ante el lujo que les rodea, acatarían a duras penas el Non olet de Vespasiano, y sin embargo es producto de la sangre. No huele, y sin embargo sus cimientos son cadáveres.
4. La noche de la Purga. (7:00 p.m./7:00 a.m.)
La noche comienza movida. 21 de marzo. Equinoccio de primavera.
La seguridad no es más que una forma de sugestión. Una ilusión que cuando el reloj alcanza las once engalana la casa con cerramientos metálicos mientras varias cámaras envían información de lo que ocurre en el exterior del búnker dispensando la sensación de que la situación está bajo control. La tecnología al servicio de lo virtual e inerme a la concreción salvaje de la voluntad del hombre, como veremos.
Charlei, atento a los monitores, ve a un hombre de color (Edwin Hodge) herido y pidiendo auxilio. El chico, en una conducta coherente con las reservas que ha expuesto con anterioridad, reveladora de una precoz conciencia moral y en un ejercicio de disidencia ética, no por ello imprudente, toda vez que compromete la seguridad de la familia, no vacila en abrir la puerta y darle refugio.
Pero DeMonaco se guardaba otra baza. El novio de Zoey (Adelaide Kane) desaprobado por James, permacecía oculto en la casa a la espera de la hora feliz, y con la la feliz idea de asegurarse el amor de la joven matando a su padre. James consigue abatir al joven pero, en medio de la confusión, el mendigo logra esconderse armado en algún lugar de la casa. Luego, aparecerá una panda de pijos enmascarados capitaneados por un trasunto de John Malkovich, Henry (Tony Oller), reclamando al vagabundo innominado, su divertimento nocturno, bajo pena de cobrarse en prenda la vida de los habitantes de la casa.
James se afana en encontrar al intruso para entregarlo, pero cuando al fin lo reduzca, no escapará tampoco al dilema moral que supone participar en el juego sádico consagrado por el sistema y a mayor gloria de los pudientes. El sentido último de la purga le es revelado, y en un tardío ejercicio de disidencia cívica, se rebela.
Aquí DeMonaco apunta a Perros de paja (Straw Dogs, 1971; Sam Peckinpah) en un momento en el que el film entra en el territorio del cine de acción, cuando la chavalada impaciente entre al fin en la casa y comience la caza dentro de sus muros, que culminará más tarde con la intervención previsible e implacable de los celosos vecinos que quieren saciar su resquemor contra la prosperidad de los Sandin.
James no podrá salvarse, ha estado demasiado involucrado con una ideología en la que los papeles de víctima y victimario parecían demasido claros hasta que sin saber cómo, se trocaron y le dejaron las tripas oraradas. Para su familia y el mendigo, que se erigirá en un oportuno salvador, sí habrá salvación, porque se han negado a transigir con la violencia. Y porque rehúsan saldar cuentas, a envilecerse, cuando la ocasión se les presenta ante los rencorosos vecinos.
Aquí DeMonaco evidencia su medianía. La coherencia es sacrificada a la moraleja previsible de un cuento que para haber ido todo lo lejos que la honestidad demandaba debía haber mostrado la vileza que incuba el miedo de verse reducido a la condición de víctima; de temer por la propia vida y la de los tuyos, humillarse para tratar de preservarla, morder el desvalimiento, el sentimiento de estar a merced de la voluntad ajena, del capricho de alguien que busca una ligera satisfacción privándote de lo más precioso.
Y el consiguiente odio que todo ello apareja. El odio no es razonable, para el odio el tiempo de las palabras pasó o aún no ha llegado. El odio no admite plazo. Al odio sólo lo aplaca lo mismo que lo produce. Y la víctima, a corto plazo, es producto del odio. Los ejércitos de mártires se engrosan con víctimas.
Dicho de otro modo, prestigiamos a las víctimas como seres inermes y moralmente superiores en un cínico ejercicio de conmiseración hacia ellas. La ecuación debilidad/bondad se asienta en una falacia y un deseo. Preferimos no verlas como seres sedientos de venganza. Es demasiado duro aceptar el hecho de que la víctima pueda igualarse a su verdugo. Cristo podía ofrecer la otra mejilla, total, era hijo de un dios, pero ningún hombre está dispuesto a tal cosa, y más, cuando tiene la fortuna de ver cambiar la posición menesterosa del débil por la del fuerte en pocos minutos.
Si tratamos de convencernos de lo contrario estaremos minusvalorando el verdadero alcance del crimen, esto es, no que alumbre dolorosamente a una víctima, sino que engendra a un criminal si la ocasión se lo permite.
Por todo ello, la civilizada y contenida reacción tanto de Mary como del mendigo frente a sus frustrados verdugos, amén de hipócrita, desde un punto de vista estrictamente dramático y narrativo, arruina el clímax, impide la catarsis, priva a la audiencia de aquilatar el verdadero alcance del envilecimiento moral de una sociedad asentada en la máxima expresión de la competitividad.
Y la amanecida trae un nuevo día para una familia decapitada que quizá decida recibir la primavera el próximo año en Europa.
No pedimos a DeMonaco que sea Kubrick, ni Von Trier, dios nos libre. Su rutinaria dirección no exenta de vigor, pero falta de estilo (ay, cómo agradecemos el regreso de DePalma y los debates que siempre abre sobre el bendito asunto del estilo) hacen que el film se siga con agrado, pero para que hubiera resultado más satisfactorio, la conclusión debería haber estado a la altura del planteamiento.
Con todo, la audacia de sus oportunas premisas y la inteligente lectura que hace de la situación actual, debidamente pasada por el tamiz de una remozada tradición distópica, hacen de The Purge: La noche de las bestias un film recomendable.
Mí lectura sobre la purga, es más sencilla y menos enroscada. El ser humano es naturalmente malo y violento, sin importar su clase social. Sin reglas, me animo a decir, que el 90% cometería actos de violencia. Todo lo demás es paparruchada. Más allá de la lectura política y social de los americanos, el fondo de la cuestión es esa. Esa es la lectura final.
Legitimación de la violencia como principio de equilibrio social. Jairo Alberto Cardona Reyes. Ariel. Revista de Filosofía. Montevideo, Uruguay. Nº. 18, junio 2016. pp. 10-12. Registros del ISSN 1688-6658 (electrónico) e ISSN 2301-119X (impreso) en Biblioteca Nacional, MEC. Disponible en: https://www.academia.edu/26516875/LEGITIMACI%C3%93N_DE_LA_VIOLENCIA_COMO_PRINCIPIO_DE_EQUILIBRIO_SOCIAL