The Sound We See: Sinfonía de la Ciudad de México
Sesiones Especiales: Programa Echo Park Film Center Por Enrique Morales
The sound we see es un proyecto colectivo que aglomera una multiplicidad de miradas (las de un grupo de jóvenes entre los 11 y los 19 años) con el objetivo de producir una representación capaz de dar cuenta de la naturaleza igualmente múltiple, dinámica y mudable que caracteriza a los espacios urbanos. Es un esfuerzo que se integra en una tradición bien definida cuya génesis coincide, en gran medida, con los compases primigenios del cine mismo. El palpitar de obras como Berlin: sinfonía de una ciudad (Berlin – Die Symphonie der Großstadt, Walter Ruttmann, 1927), El hombre de la cámara (Chelovek s kino-apparatom, Dziga Vertov, 1929) o la más tardía trilogía Qatsi (Godfrey Reggio, 1982-2002) determina el ritmo y el proceder de los engranajes que se ocupan de precipitar la sinuosa sucesión de imágenes que los integrantes del Echo Park Film Center consiguen extirpar del seno de Los Ángeles y la ciudad de México. La voluntad del proyecto es, en este sentido, doble. Coexiste en él la ambición histórica y formal por generar representaciones válidas de la urbe y el anhelo de reconstrucción del espacio público urbano. Consecuentemente, se opta por cultivar una imagen atemporal, carente de color, oscilante entre el detalle y lo general, la definición y el borrón. Es una imagen posibilista, que se bifurca en el “pudo ser” y el “podrá ser”. De ella nace la bucólica y efímera aparición de la naturaleza -acentuada por pasajes musicales que tienden al sentimentalismo que le es propio a la melancólica añoranza de un tiempo que nunca existió o que nunca se experimentó-, el cuerpo anónimo que se interpreta como tal en la calle y las construcciones indiferenciadas e indiferenciables que se ofrecen al ojo del observador. Es, en fin, la mirada del diario de campo de un antropólogo, artefacto en el que la reflexividad alude al pensamiento y a lo especular.
La orientación política del proyecto se distancia, no obstante, de las especificidades de la labor etnográfica. Aquí la visión se escinde, asimismo, de aquella del turista que en su alucinado trance persigue la maravilla momentánea y exotizante. Se trata, más bien, de una prospección que considera la posibilidad de conquista de lo observado, un ser lo que se mira, mirar lo que se es y ser allí donde se ejerce la mirada. Frente a la tendencia restrictiva al ordenamiento legal del espacio, resiste la caprichosa apropiación del neón, el hormigón, el cristal o de las señales de tráfico. Una apropiación que deriva en la gestación de un subespacio autónomo e independiente recogido en las coordenadas imaginarias del celuloide. En cualquier caso, el proyecto se define a través de la falta de definición postulada en un hipotético “etcétera” conceptual o en unos intrigantes puntos suspensivos. Es decir, la película ni es una, ni está terminada, como lo demuestra con lucidez la segunda parte de la proyección dedicada a la ciudad de México. Y, sin embargo, aquí no nos será dado ver la ciudad, sino la visión de la visión de la ciudad. Como si se tratara de un trampantojo, la pieza filmada en torno a la capital mexicana no se exhibe de manera tradicional en su montaje final, sino que lo que veremos será la grabación de una proyección de la misma en un aula. El hábil recordatorio de que no solo las visiones son múltiples, sino también las visiones que generamos sobre las visiones. Una telaraña cognitiva como aquellas otras que tejen las ciudades y que se tejen en las ciudades, por otro lado.