They Shall Not Grow Old
Realidades Por Damián Bender
Peter Jackson siempre me ha parecido un cineasta interesante. No tanto por la calidad general de sus películas, ni por ser portador de una estética reconocible; el rasgo que ha caracterizado al cineasta neozelandés desde sus inicios ha sido el eclecticismo. Si bien su principal objeto de estudio ha sido el cine de género en general y el fantástico en particular, desde sus inicios su carrera está signada por permanentes cambios de registro. Basta con mirar su filmografía previa a la trilogía de El señor de los anillos para notar el eclecticismo: Jackson hace Braindead en 1992, en lo que posiblemente sea la culminación lógica de lo que Sam Raimi había gestado en Evil Dead II (1987), luego dirige Criaturas celestiales (Heavenly creatures, 1994) en un giro radical de registro –de comedia gore sin tapujos a thriller “de autor” muy refinado–, pasa por Agárrame esos fantasmas (The Frighteners, 1996), comedia fantástica apta para todo público con la que prueba su valía en los círculos de Hollywood, para finalmente desembocar en el epicentro del cine espectáculo con la adaptación cinematográfica de los libros de Tolkien. El éxito rotundo de la saga traería consigo cierto ostracismo: tras el remake de King Kong (2005) el anillo reclamaría su presencia nuevamente, y la saga de El Hobbit mostró el costado más automatizado del neocelandés, a pesar de seguir amasando ganancias. Dentro de este panorama de más de una década de irrelevancia, They Shall Not Grow Old se presenta como una bocanada de aire fresco en su carrera, aunque se trate de un proyecto especialmente particular.
En colaboración con el Imperial War Museum de Gran Bretaña –organismo poseedor de una vasta cantidad de material de archivo– y en conmemoración del centésimo aniversario del armisticio de la Primera Guerra Mundial, They Shall Not Grow Old es un documental sobre las vidas de los combatientes aliados en los años de conflicto, especialmente de los soldados británicos. Hasta este punto podríamos estar hablando de un típico documental de la BBC, sin mucho que aportar más allá de fechas, números de bajas y nombres de batallas, sin embargo, este audiovisual aspira a mucho más que eso.
El valor discursivo del documental reside en los testimonios de los ex combatientes y cómo están ordenados para describir la vida en las trincheras sin referirse en ningún momento a cuestiones cercanas al saber enciclopédico. Se prescinde de una cronología basada en el desarrollo de la guerra misma, en las batallas y el panorama visto desde los altos rangos; en cambio, se mira la guerra desde los ojos del soldado. La recolección de numerosos testimonios abarca los años de guerra como una especie de ciclo con varios estadios: desde el anuncio de la guerra y el período de reclutamiento, se pasa al entrenamiento y luego a la vida en las trincheras, hasta llegar al retorno al hogar en el final de la guerra. Es un ciclo que se construye desde la palabra de los soldados mismos –no de historiadores especializados– y que está cargada de detalles inéditos. El foco en los detalles permite conocer aspectos de la vida de estos hombres que, si tenemos en cuenta la edad promedio a la que eran reclutados –entre 18 y 22 años, pero con muchísimos casos de “infiltrados” de entre 14 y 16 años–, se formaron como hombres adultos en esos años de metralla y lodo. En esas minucias se desprenden los vaivenes del estado mental de los soldados, que pasan del patriótico entusiasmo al desencanto en el correr de esos cuatro años. También se puede apreciar la camaradería, el uso de la ironía y el sentido del humor como soporte emocional –característica particular del carácter británico– para sortear los momentos más horrorosos de una guerra que con el pasar de los días se volvía cada vez más absurda. La vida del soldado contada por los soldados mismos ya tiene un valor intrínseco, sin embargo, esta información está contenida dentro de los canales centrales de la banda sonora. Las ambiciones más grandes de They Shall Not Grow Old se encuentran en la mismísima pantalla y en los canales de audio que envuelven al espectador.
El primer plano del filme se encarga de introducir la primera de estas ambiciones: la imagen, que se encuentra en un principio en su formato original propio de la época en la que fue filmado –1.33 : 1, años del cine mudo– se expande ante nuestros ojos hasta llegar al widescreen –1.85 : 1– reminiscente de lo que entendemos como formato cinematográfico actualmente. Más tarde, cuando se vuelva a ampliar la pantalla nos encontraremos con que las imágenes mudas en blanco y negro capturadas en 1916 ahora tienen sonido y se ven en color. Recapitulemos: no solo cambiaron el formato de imagen del material de archivo, sino que lo restauraron, lo convirtieron digitalmente de blanco y negro y crearon la totalidad de la banda sonora desde cero a partir de la información provista por la imagen –esto último implica recrear ambientes, sonidos de artillería, incluso diálogos–. En otras palabras, es una tarea titánica, una locura digna de un cineasta que con el correr de los años ha hecho de la ambición su característica más sobresaliente. Dicho esto, ¿qué es lo que se pretende al realizar semejante despliegue técnico con material fílmico grabado hace más de 100 años? Porque para celebrar el centésimo aniversario del armisticio, se podría haber hecho una restauración del material original, incluso hacer la transferencia al color y hubiera estado todo bien. Sin embargo, en la creación de la banda sonora y en el cambio de formato hay algo más. Hay otra cosa. Hay cierta idea de realidad y de inmersión que no tiene tanto que ver con el tema en cuestión como con una cosmovisión ontológica de lo real cinematográfico.
Pensemos en el cambio de formato, un tema recurrente en las remasterizaciones de series de televisión originalmente emitidas en formato 4:3. En estos casos, la expansión del tamaño de la pantalla no supone pérdida de información, al contrario: como muchas de las series eran filmadas en 35 o 16 mm, el material original era widescreen que luego se recortaba para emitirse en el 4:3 televisivo. La discusión entonces se da por la alteración del encuadre original y no tanto por estar perdiendo fragmentos de imagen. En They Shall Not Grow Old sí se pierde información. El paso de un formato original casi cuadrado a un rectangular supone la pérdida de imagen en los bordes superior e inferior para poder abrir la imagen a los costados. Entonces, Jackson resigna trozos del metraje original para ampliar el marco de la pantalla, ¿pero con qué objetivo? Cuando la imagen se expande en tiempo real ante nuestros ojos para ocupar un mayor espacio en la pantalla grande, se apuntala un acercamiento entre el espectador y lo que está observando, se trata de llevar el metraje hacia nuestra línea temporal. Por eso se altera el formato de imagen, se pasa del blanco y negro al color y se genera una mezcla de sonido multicanal donde no había nada 1: se trata de utilizar las herramientas cinematográficas del presente, lo que entendemos hoy como estándares del cine actual para reducir la virtual distancia entre lo que vemos-oímos y el tiempo en el que originalmente fue registrado. A partir de esta ilusión de actualidad, se busca facilitar la inmersión, lograr que el espectador se sumerja en el audiovisual y sienta que lo que ve es real. Aunque siempre haya sido real.
Aquí es donde entra lo paradójico. Son imágenes reales del conflicto capturadas por personas reales, con un objetivo entre informativo y propagandístico –la mayoría de las imágenes del metraje fueron capturadas por Geoffrey H. Mallins para su largometraje documental The Battle of the Somme (1916) – que son reutilizadas en nuestro presente a modo de homenaje de una forma “más real”; a partir de convenciones de lo que constituye el realismo cinematográfico. La pregunta que se desprende involuntariamente del documental –y que termina por exceder el objetivo principal del mismo– es si efectivamente se genera una sensación de realismo e inmersión o solamente se espectaculariza el escenario bélico apelando al asombro del espectador. Porque cuando uno sale de la etapa de asombro por la proeza técnica, se empiezan a notar las costuras, los hilos que conforman la suspensión de la credulidad. La pregunta que se desprende tiene que ver con la representación de lo verdadero, en dónde reside la verdad de este documental. Porque el aporte de peso está en los testimonios de los combatientes, a los que el soporte audiovisual intenta contextualizar y dar un valor añadido. ¿Pero qué aporta en concreto? ¿Qué verdad podemos extraer del soporte audiovisual?
Para dejar bien en claro a qué me refiero con “verdad”, creo que vendría bien un ejemplo. El material documental más importante de la Primera Guerra Mundial posiblemente sea una grabación de una canción de guerra que entonaban los soldados británicos: We’re here because we’re here. Esta grabación y esta canción en particular parecen encapsular el absurdo generalizado de la totalidad del conflicto bélico, un absurdo que se extiende desde la inutilidad de la guerra de trincheras hasta el origen mismo de la guerra, alimentada por un imperialismo que reclamaba un enfrentamiento por razones bastante inexplicables. Por eso los soldados estaban ahí, porque les habían dicho que tenían que estar ahí. Entonces, de esa simple grabación se desprende una verdad, un concepto que permite comprender la esencia del conflicto para el soldado raso. El soporte audiovisual en They Shall Not Grow Old no aporta una verdad de este tipo, refleja o subraya lo que ya se podía detectar en el metraje original, pero sus verdades se encuentran en otro lado.
Por esas razones el documental de Peter Jackson es por un lado un sentido homenaje que tiene en los testimonios de los hombres que vivieron el conflicto su principal valor histórico, y por el otro un documental rodeado de parafernalia que no termina de justificar su aporte más allá de añadir espectacularidad como sinónimo de realismo. Teniendo cuenta que es lo más interesante que ha realizado el director neozelandés en años y que sigue teniendo un valor intrínseco en la palabra de los combatientes de una guerra algo olvidada por la Historia popular –para la que el siglo XX comenzó en 1939– vale la pena su visionado. Y si se encuentran con las mismas preguntas que planteo en este texto, valdrá mucho más la pena, incluso si llegan a las mismas conclusiones que el que escribe.
Cierro con una analogía. Si hiciéramos el mismo tratamiento de actualización técnica con La llegada del tren (L’arrivée d’un train à La Ciotat) capturada en 1895 por los hermanos Lumière, o con La salida de la fábrica (La Sortie de l’usine Lumière à Lyon, 1895), ¿el material obtenido sería más auténtico que el original? ¿Sería más real?
- También se hizo una versión del metraje en 3D, sin embargo en el BAFICI y ahora en salas argentinas solamente está disponible en 2D. ↩