Tierra de Dios (God’s Own Country)

La verdad Por Manu Argüelles

I

Corría el año 2005. Quizás muy pocos lo recuerden. Seguramente mucha gente ni siquiera lo sepa. Pero Brokeback Mountain (Ang Lee) fue una película muy importante para un reducidísimo círculo de cinéfilos. Un hecho tan intrascendente, frívolo y sin poca importancia como que estuviese entre las favoritas de los Oscars, sin embargo, para algunos era algo con mucha relevancia. Obtuvo 3 Oscars. Pero no el de mejor película. Insisto, no importa lo más mínimo, porque frente a la que se alzó con el galardón (Crash, Paul Haggis, 2004), el film de Ang Lee ha dejado a lo largo del tiempo un poso de mayor envergadura. Y en realidad, para aquel grupo de aficionados al cine poco importaban los premios. Nunca, en realidad, les habían prestado la más mínima atención, la justa ante un evento de tal envergadura. Pero ese año sí. Estaban todos expectantes como si fuese la final de la Champions League. Se convirtió, de alguna manera, en un estandarte de algo que se quería creer, un símbolo de que los tiempos, efectivamente, estaban cambiando, tal como cantaba Dylan en los años 60. Pero no se alzó con el Oscar principal. Nos retornó una imagen, todo había sido una ilusión, un espejismo, tendríamos que esperar. Cuando este año ganó Moonlight (Barry Jenkins, 2017), el hecho de que su protagonista fuese un personaje gay ya no iba acompañado de una significación adicional, ni siquiera se pensó que se reparaba lo de aquel año del 2005. Se habló del aspecto racial y dado el incidente con La La Land (Damien Chazelle, 2016) toda la atención se centró en otros aspectos. Los cronistas tenían otras cosas más interesantes para ellos que comentar. Ante esa omisión se pueden pensar dos cosas. Una, que realmente ya no es nada reseñable porque efectivamente los tiempos han evolucionado y sería absurdo y redundante comentarlo. Otra, que es un signo de la extendida hipocresía y falsedad de lo políticamente correcto y dado que no es un tema que está en la agenda como sí lo está el feminismo y que además realmente no importa lo más mínimo, destapa esa capa en la que estamos inmersos en la que se nos quiere hacer creer que todo está muy bien, cuando bien sabemos una y otra vez que no es así. «¿Qué queréis más si ya os podéis casar?» Perdonar que me ría. Como lo de esos que proclaman que tienen amigos gays para presumir de tolerancia y quedar estupendamente frente a la galería y luego a esos mismos amigos les preguntan cuál de ellos en la pareja es la mujer. Esa tolerancia, esa tolerancia. Espera, que todavía faltan los que vienen a decir que estamos siempre haciendo victimismo, claro, claro.

brokeback-mountain

Brokeback Mountain

También, para entender un poco mejor lo que pasó con Brokeback Mountain, conviene recordar que aquella generación que vivió su adolescencia en los 90 venía de pasar un infierno. Me comentaba un amigo: «en mi pueblo estaba el maricón, el que todo mundo señalaba y ridiculizaba. ¿Cómo quieres que yo me identificase con esa figura?» Porque no existían más referentes. O también cuando en 1997 sonaba la canción de Molotov «Puto» y todo el bar musical la saltaba y la coreaba enloquecidos cantando al unísono «Matarile al maricón». O cuando los skins, muy extendidos entonces, hacían guardia en las puertas de las discotecas gays y te rodeaban para darte una paliza. Porque en aquel entonces la frase de Brian Kenney (Gale Harold) en Queer as Folk (Russell T. Davies, 2000-2005): «solo existen dos tipos de heterosexuales: los que te odian a la cara y los que te odian a la espalda» no tenías que esforzarte por demostrar que era cierta, sino lo contrario, que NO era así. Yo tuve la enorme fortuna de no tener que pensarla, pero cuántos no tuvieron la misma suerte. Y no me estoy inventando absolutamente nada. Como tampoco la segunda vez que vi Brokeback Mountain en el cine, en uno de versión original, no en uno de extrarradio o un multisalas de centro comercial. El público entró a ver una comedia, porque no paraban de reírse y mofarse sonoramente cada vez que los personajes vivían algún momento de intimidad. En una ciudad como Barcelona. Lo que sería en otros lugares. Desde aquella vez no la he vuelto a ver. Y si alguna vez surge en la conversación no comento absolutamente nada. 12 años después rompo un velo auto-impuesto de silencio. Decía una novelista que el acto de escribir es sobre todo una gestión del pudor. Estoy de acuerdo. ¿Cómo lo diría? No puedo verla, es muy doloroso. Mucho. El film de Ang Lee condensa él solito ese lugar en el que sabes que no puedes volver porque te haces un daño enorme e innecesario que no te ayuda en nada. Desconfío totalmente del psicoanálisis.

Y, sin embargo, Brokeback Mountain se hacía partícipe de la corriente hegemónica que corría entonces en el cine LGTBI. Inversamente proporcional a la convención del happy end en la comedia romántica, este cine tenía predilección por los finales trágicos y desdichados. Era un continuo reguero de desolación y sufrimiento. Ya sea para reclamar la atención frente a situaciones muy complicadas, ya sea para denunciar la homofobia, también internamente alberga otra lectura. Y es que creo que, involuntariamente, se contribuía a la idea de que todo aquel que no forma parte de la vida convencional, de lo normal (vamos con mi palabra más odiada), que no forma parte de los círculos de poder principales, está condenado a sufrir. Como si el final feliz solo estuviese reservado para la pareja blanca y heterosexual. O esa otra ramificación, en la que todo lo que salga de ahí, en realidad envidia o desea secretamente tener una vida como los demás y de ahí su angustia. Pues no, ni lo uno ni lo otro. Entramos en el S.XXI para negarlo todo. Y lo hemos conseguido. Le pese a quién le pese.

II

En tierra de dios

Tierra de Dios (God’s Own Country)

La película del británico debutante Francis Lee, Tierra de Dios (God’s Own Country), en el KVIFF formó parte de Variety Critics’ Choice, sección paralela que mostraba una selección de películas recientes escogidas por los críticos de dicha publicación. Es muy de agradecer que el festival facilitase pases de prensa para algunos de estos filmes. Se me escapan los criterios (la que nos ocupa, por supuesto que lo merecía), pero en todo caso lo que no le veo mucho sentido es que una sección entera como Horizontes Latinos en el Festival de San Sebastián se presente sin ellos, por poner un ejemplo. También, se puede ver, cosa extraña e inédita para ser un Festival A, que el peso que juegan los críticos en el festival es importante. Porque Six Close Encounters se componía de largometrajes de cualquier época, cada uno seleccionado por un crítico internacional que además lo presentaba.  

Si atendemos a los datos biográficos de su director, Tierra de Dios (God’s Own Country) cumple con aquella norma no escrita de que habla de lo que conoces, porque se crió en una granja de Soyland, en West YorkshireEl primer plano es justamente uno externo de la casa rural familiar, centro neurálgico de la película. Johnny Saxby (Josh O’Connor), el protagonista, vive allí y trabaja con su familia, dos padres de avanzada edad, en la crianza de ovejas. El no es muy bueno, por ejemplo, ayudando a parir a las ovejas, y lo lleva con cierta desidia. Todo lo contrario que el trabajador rumano que entra a ayudar a la familia ganadera, Gheorghe Ionescu (Alec Secareanu). La primera aparición de Johnny en el film es a la vuelta de una larga noche de borrachera. Eso, el trabajo alienante en la granja y algún escarceo sexual fundamentan su rutina. Con la llegada de Gheorghe todo eso cambiará. Hay un detalle interesante que es posible que pase por alto fácilmente. Cuando vemos a Johnny tener relaciones sexuales, veremos que se negará a dar besos, se comportará como un activo que solo busca su propia autosatisfacción. Es más un desahogo sexual que un acto de verdad. En el momento que mantiene la relación con Gheorghe, muy sabiamente, el director nos oculta cuál de los dos es el activo y el pasivo. Porque estamos en otra dimensión muy diferente. Porque no importa, porque el director busca transmitir que ahora estamos en una relación de verdad, una relación de igualdad, en la que no hay una batalla de poder. De hecho, Tierra de Dios (God’s Own Country) es la historia de un aprendizaje, la de Johnny que aprende a amar y con ello, encuentra un sentido a su vida.

En tierra de dios 2017

Johnny Saxby y Gheorghe Ionescu en Tierra de Dios (God’s Own Country)

III

Las dos primeras fotos que he incorporado en el texto no son puramente decorativas. Expresan, también, la diferencia de tonalidad entre Brokeback MountainTierra de Dios (God’s Own Country). En la primera, la magnificiencia y la belleza del entorno natural, aquel pasaje que actúa como un edén donde vivían a escondidas su amor Ennis del Mar (Heath Ledger) y Jack Twist (Jake Gyllenhaal), lejos de la doble vida en la que están inmersos cuando vuelven a la civilización. Solo aquí podemos ser felices, solo aquí podemos ser nosotros realmente. En Tierra de Dios (God’s Own Country) ya no existe esa esfera. Lo brumoso y apagado se corresponde con un escenario natural, quizás ya en vías de extinción. Y en todo caso, las nubes grises sobre nuestras cabezas ya no se corresponden con una sociedad en la que no podemos vivir, sino con las nuestras propias, especialmente las de Johnny, que no lleva una segunda piel, simplemente lo calla, aunque todo el mundo lo sabe. La intolerancia, ya no es tanto la externa, que existe, no la negaremos, pero Francis Lee prefiere centrarse en la que tenemos interiorizada.

Me he extendido en el primer apartado (lo sé, tengo un editor demasiado permisivo) porque a Tierra de Dios (God’s Own Country) le va a caer como una apisonadora encima el reflejo de Brokeback Mountain y en lo superficial podremos encontrar la influencia y el parecido pero la primera se distancia de la segunda, acorde a que estamos en otros tiempos. Afortunadamente. Porque lo que me parece injusto -ya lo estoy viendo venir- es que se le trate de restar valor por su hipotética deuda con el film de Ang Lee. Porque lo que sí que creo firmemente es que, en todo caso, Tierra de Dios (God’s Own Country) corrigeBrokeback Mountain. Porque en pleno 2017 ya no se necesita seguir reafirmando esa vía del dramatismo trágico como única posibilidad. Ha costado, pero está superada. Tampoco ahora se juega con el efecto novedad de plantear una historia de amor gay en un western y/o entorno rural. Porque ya no hay necesidad de desarticular bastiones de masculinidad intocables como podían ser la figura del cowboy. En aquel entonces no era suficiente con juguetear o sugerirlo como lo hacía muy sibilinamente Howard Hawks con Río rojo (Red River, 1948). Había que decirlo claramente, había que hacerlo, me remito a lo comentado en el primer bloque. Y eso que el guión corría por Hollywood desde hacía tiempo y nadie se atrevía a rodarlo hasta que un valiente Ang Lee lo hizo. En esencia, Brokeback Mountain es la historia de un amor imposible en un entorno hostil y díficil que la hará fracasar. La raíz inmortal de Romeo y Julieta permanece inalterable.

Tierra de Dios (God’s Own Country) únicamente se encuentra con Brokeback Mountain en algo que puede parecer baladí y no lo es en absoluto, más allá de que el entorno contextual sea similar o que algunas situaciones se repitan. Y es que Johnny, como así era aquel memorable Ennis del Mar, encarna lo que realmente somos, como verdaderamente nos sentimos, con todos nuestros demonios internos danzando en una frenética entropía. Expone como un espejo en el que no nos queremos mirar, no solo nuestros tormentos sino también nuestros fracasos e incapacidades, nuestras barreras interiorizadas para expresar sentimientos, porque hemos heredado ese asqueroso dictado del heteropatriarcado: expresar sentimientos es de débiles, eso no corresponde a los hombres. El gay no es más porque se sienta atraído por hombres sino por todo lo que tiene que romper, por la adquisición de una nueva identidad, se acueste con quien se acueste. Y en cambio, tanto Gheorghe como Jack Twist simbolizan con quién realmente deseamos estar, nuestra idealizada pareja, esa persona que te cuida (la secuencia de los macarrones en Tierra de Dios para ejemplificarlo es magnífica), que no tiene luchas internas que le bloquea y que no amanece cada día borracho en su casa como así pasa con el retraído Johnny. En esta dimensión las dos películas adquieren una veracidad indescriptible, suenan y son auténticas. ¿Y qué sino le pedimos al cine más que nos devuelva nuestra verdadTierra de Dios (God’s Own Country) como Brokeback Mountain lo hacen. A mí no sabéis cómo.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Hermosa……emotiva…..
    El paisaje es precioso….
    Somceramente…..me ha gustado

  2. Alex dice:

    Acabo de ver la película y aunque como dice el que ha escrito este artículo, pesara mucho la comparación con la extraordinaria Brokeback Mountain por coincidir en una serie de detalles, la película es conmovedora y profundamente humana. Es una historia que reivindica lo más puro del amor como fuerza transformadora. Tiene un final feliz que para mi es algo muy alejado de la realidad pero creo que consigue transmitir que en el siglo XXI el amor homosexual ya no es tan trágico como en el pasado.

  3. rr dice:

    Pues, está muy bien que te haya gustado.

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