Tierra de dioses, La madre y La última tarde
De nexos Por Edu J.Moreno
-Tierra de dioses-
De lazos indisolubles, de cordones umbilicales que se extienden invisibles a lo largo del tiempo; de rupturas, de quiebres dolorosos, impuestos y de los daños y heridas que tales separaciones producen; también del regreso a aquellos lugares, tiempos pretéritos o personas junto a las que uno fue o creyó ser feliz para suturar las cicatrices y seguir en mejores condiciones lo que resta del camino. De todo ello tratan tres de las películas que disfruté durante la reciente SEMINCI (Semana Internacional de Cine de Valladolid). Propuestas que comparten tanto un estilo narrativo y visual basado en la sencillez de sus guiones y puesta en imágenes de los mismos, como un nexo temático común, el anhelo de sus protagonistas de poner en orden su presente solucionando aquellos temas traumáticos de su pasado.
Tierra de dioses
Quizá ese anhelo sea más patente en Tierra de dioses, centrada en el regreso de su protagonista, Rahul, a su aldea natal en el Himalaya de la que huyó hace más de cuarenta años. Un regreso con el doble objetivo de volver a ver los parajes que marcaron su infancia y juventud antes de quedarse ciego e intentar hacer las paces con sus hermanos tras el turbio asunto familiar que motivó su marcha. El director quiere remarcar tanto con el título de su película como con los planos que utiliza para situar a sus personajes, desde generales a panorámicas, donde se desarrolla la acción, resaltando con su fotografía la belleza de una naturaleza que parece ser el marco perfecto para el encuentro entre el hombre y sus dioses, un escenario en el que vivir en paz parece más sencillo de lo que realmente es. Paskaljevic incide con ello en el contraste entre lo que nos quiere narrar, perteneciente a lo humano o mundano, en su vertiente más dramática, y el lugar donde acontecen los hechos, más vinculado a lo divino. Dicha confrontación explica que uno acabe la película sintiendo una extraña sensación de paz ese al drama que han vivido sus protagonistas.
Pasarán pocos minutos hasta que Rahul descubra que pese al paso de las décadas todo sigue igual en su aldea y que los hechos que provocaron su exilio están lejos de ser perdonados. El inmovilismo de una sociedad como la hindú frenará las ansias de reconciliación del protagonista y además tendrá su reflejo en una historia que acontece en paralelo a la suya: la de una joven que se ve obligada a casarse mediante un matrimonio concertado siguiendo el régimen de castas, y el de la maestra de la aldea que le hizo creer en un futuro diferente. Un problema que vincula a los tres personajes y que tuvo, en el pasado para Rahul, y tendrá, en el presente para maestra y ex alumna, consecuencias nefastas. Pese a la carga dramática que maneja, el realizador prefiere dotar a la película de una especie de paz espiritual que se transmite tanto en los encuadres como en el montaje de las secuencias, con un tempo lento y reposado que permite al espectador respirar y sacar sus propias conclusiones ante aquello que se narra desde una prudente distancia, sin enfatizar en exceso las condiciones de víctimas y verdugos de unos y otros. Paskaljevic confía en el rostro de su protagonista, un impecable Victor Banerjee que sin esfuerzo pasa de la esperanza a la resignación, y en las miradas de la joven y la maestra para transmitir el miedo, la incomprensión, y la falta de auxilio ante una situación frente a la que apenas pueden luchar.
-La madre-
También las miradas y un camino de ida y vuelta son las claves de La madre cuyo título juega al engaño o confusión, ya que la figura de la madre de ser protagonista, lo sería por incomparecencia. Morais relata el periplo de Miguel, un adolescente que malvive junto a su madre trapicheando para poder ganar algo de dinero con el que comer algo cada día. Su inestable convivencia se ve sacudida por la reaparición en su vida de los agentes de servicios sociales que quieren volver a llevar al chaval al centro de acogida de menores. La madre decide entonces que lo mejor para ambos es que Miguel huya hasta una aldea cercana buscando cobijo en la casa de Bogdan, un ex amante suyo que acabará viéndose forzado a acogerlo y buscarle empleo en la fábrica donde él trabaja.
La madre
Pese a empezar un amago de nueva vida bajo el amparo de Bogdan, el principal deseo de Miguel será volver junto a su progenitora. El espectador será testigo desde el inicio de la incapacidad de la madre de ejercer como tal a través del miedo y desarraigo que destila la mirada de Laia Marull, que compone en pocas escenas un personaje del que poco sabemos más allá de su bloqueo para salir de una situación lastimosa. Morais construye su película en torno a la figura de Miguel, interpretado por el joven Javier Mendo, que pese a debutar con este personaje en cine, sabe transmitir a través de su mirada y su forma de relacionarse con el resto de personajes, el desconcierto y la incomprensión que siente al descubrir que ese nexo que él creía indestructible se va erosionando sin remedio. El director centra su cámara en el rostro de Miguel y combina los primeros planos con aquellos momentos en los que cámara al hombro nos hace todavía más partícipes de la huida o los estallidos de violencia que salpican sus vivencias. Morais despoja su historia de cualquier artificio narrativo o estético y acierta con un uso matizado de la música y con la elección de las localizaciones, unas aldeas que parecen semidesérticas, para profundizar en el sentimiento de abandono y desamparo de Miguel. Dicha sensación se incrementa gracias a la labor de Diego Dussuel como director de fotografía, predominando una luz tenue en las escenas que acontecen en exteriores y jugando con las sombras o con la casi ausencia de luz en los interiores.
Quizá el exceso de sencillez, el poco peso que tienen el resto de personajes en la trama, la reiteración de algunos momentos (las llamadas sin respuesta, los momentos del trabajo en la fábrica) y la ausencia de escenas en las que aparezca la figura materna para entender mejor cómo ha llegado a ese estado, dificultan que el espectador conecte con una historia que juega todas sus bazas en la posible empatía que despierte su protagonista. No deja de ser lógico que el director opte por construir una película áspera y ruda pero cuya falta de ornamentos formales y asideros emocionales es coherente para comprender mejor la realidad que vive Miguel y los que le rodean. Se podría considerar a La madre como el reverso pesimista de una de las últimas películas de los hermanos Dardenne, El niño de la bicicleta (Le Gamin au vélo, Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, Bélgica, 2011). Mientras que en esta el protagonista es abandonado por su padre, pero encuentra y aprende a aceptar la ayuda de una joven peluquera, en La madre el vínculo que se quiebra es incluso más estrecho y, sin embargo, Miguel no encuentra figura salvadora alguna, únicamente un mensaje frío al otro lado del teléfono que con cada repetición rompe un poco más ese cordón invisible que él creía indestructible.
-La última tarde-
Y si hablamos de lazos difíciles de romper, nos faltaba analizar las ataduras que unen a las parejas incluso muchos años después de romper. Sobre ello trata La última tarde, centrada en el reencuentro de dos ex militantes de un grupo de la izquierda armada peruana que además estuvieron casados. Tras una separación traumática ambos vuelven a reunirse 19 años después en Lima para firmar los papeles del divorcio. Será un problema con los trámites de mismo lo que les obligue a pasar la tarde juntos y, aunque al inicio se limitarán a ponerse al día de sus vidas en el presente, la conversación derivará a temas que quedaron pendientes de su pasado en común como pareja y como integrantes de un grupo terrorista. Es dicha “bipolaridad” la que confiere a la propuesta de Calero de un carácter singular ya que se mueve entre un melodrama romántico con tintes nostálgicos y una película con contenido político e ideológico, que además aborda frontalmente una cuestión tan problemática como la del terrorismo.
La última tarde
Durante la conversación entre ambos es Ramón el que adopta la posición de interrogador y oyente, mientras que Laura acepta dar explicaciones o justificar de algún modo las decisiones que tomó en el pasado. El hecho de que Calero base la totalidad de su película en los diálogos entre ambos condiciona la puesta en imágenes de la película, predominando los planos fijos de larga duración y los planos secuencia que siguen los pasos de Ramón y Laura por Lima, una elección que obligaba a un esfuerzo actoral enorme, al no tener la opción de detener la escena ni pulirla en la sala de montaje. Sin duda el director peruano acertó en confiar los papeles protagónicos a Katerina D’Onofrio y Lucho Cáceres, excepcionales en sus composiciones de dos personajes marcados por un pasado que no han podido olvidar ni aceptar del todo. Su brillante trabajo no es únicamente mérito propio, ya que, como el propio director explicó en el coloquio posterior, todos los diálogos se ensayaron y trabajaron durante las semanas previas al rodaje para que el resultado destilara naturalidad, complicidad y autenticidad. Dicho esfuerzo es sólo el remate perfecto de un guión cuyo principal acierto es la construcción de dos personajes que, a pesar del papel que jugaron en el conflicto armado, trascienden su condición de víctimas o verdugos para llegar al espectador como personas con un bagaje emocional del que necesitan liberarse.
La labor de Calero como guionista también destaca en cómo dosifica la información sobre Ramón y Laura y su pasado en común mientras pasan la tarde juntos. Su recorrido por la capital limeña se ve salpicado por pequeños hechos que evidencian de forma paulatina las diferencias que ambos tuvieron en el pasado como pareja y como militantes izquierdistas (ella desciende de la burguesía militar mientras que los orígenes de él son mucho más humildes) y que tienen su lógica correlación cuando ambos analizan el Perú heredado tras aquellos años convulsos. Dicha dialéctica entre los aspectos personales e ideológicos de la relación crea una tensión in crescendo que estalla en un tercio final en el que confluyen una certeza y una duda que golpean directamente al personaje de Ramón. La escena final supone un quiebre total con lo visto anteriormente, tanto a nivel de contenido como estético, con un tratamiento de la luz, un encuadre de los personajes y un uso de la música-ausente en la práctica totalidad de la cinta-que consiguen dotar a la conclusión de la historia entre Laura y Ramón de un carácter mágico que, sin embargo, deja muchas preguntas en el aire y dudas sin resolver.