Todas las mujeres
Alegato de discriminación positiva Por Jose Cabello
La modernidad produjo la ruptura clásica del ideal de rol femenino y masculino, intercambiando papeles, desdibujándolos o simplemente suprimiéndolos. Esta separación fomentó teorías sobre la diferenciación entre mujer y hombre, discursos necesitados de argüir disparidades con el objetivo de actuar como cirujano en un parto de siameses. Desde entonces, algo parece traer de cabeza al ser humano en el intento de descodificar la compleja interacción entre dos mundos novelescos caídos por su propio peso, dos territorios que divergen pero que carecen de atractivo como objeto de estudio divergente. La invención de la “guerra de sexos”, lastre cotidiano, no hace sino besar la degradación del intelecto humano por dedicar tiempo a una actividad infructuosa, ridícula y banal en su esencia misma. Anteponer las desigualdades entre hombres y mujeres para la elaboración de un molde diferenciado evidencia la escasez de miras. Sólo la convergencia, o la falta de puntos discordantes entre unos y otros, constituye los cimientos sobre los que debe reposar semejante razonamiento.
Mariano Barroso supone necesaria la adaptación al cine de la ficción televisiva creada tres años atrás bajo el mismo nombre y con idéntico reparto.
Todas las mujeres ve luz verde en un film híbrido a caballo entre el thriller y la comedia dramática.
Un ensayo camuflado con halos de misterio y una simple excusa para propiciar el terreno de juego a los, según Barroso, personajes antagónicos de la vida: el hombre caracterizado como emblema de la inmadurez, la misoginia y el despotismo, frente a una mujer adulta, inteligente y estable. Si bien en otra época tal planteamiento supondría una revolución – un verdadero ejemplo como introspección de la imagen de la mujer en el cine español sería el documental Con la pata quebrada (Diego Galán, 2013) que abarca desde la II República hasta la vuelta a la democracia-, en la actualidad, estos dos paradigmas dentro del cine, el hombre versus mujer y el intercambio de roles que propone Barroso, no supone ningún aire innovador sino más bien todo lo contrario, un devenir trasnochado a una historia a la que la realidad no le guarda la talla. Una película que viene tarde pues la coyuntura social no aboga por perfilar la línea divisoria entre lo masculino y lo femenino y al hacerlo Barroso olvida a jóvenes generaciones que, a pesar de contar con programas televisivos sacados de las primeras escenas de Videocracia, (Erik Gandini, 2009) apagan la tentativa de la vieja escuela para encender el camino hacia un futuro difuminado, donde no existe una delimitación tan marcada en los terrenos del hombre o la mujer.
Eduard Fernández encarna a Nacho, el Sol de alrededor del que orbitarán todas las mujeres de la película – mujer, exnovia, madre, amante, cuñada y psicóloga -, un veterinario que quiere estafar a su suegro, dueño de la finca bovina donde trabajan, simulando el robo de unos cuantos ejemplares taurinos para intentar venderlos más tarde en Portugal y obtener así un dinero extra. Pero en Nacho no brota el sentimiento de venganza contra su suegro, él carece de motivos para esta vendetta. Es su amante, a la vez secretaría de la finca, la que hace germinar la represalia llevando al único actor masculino de la película al borde del colapso. El mutuo deseo de escaparse juntos configura el arranque del film, una potente obertura por una carretera en mitad de verdes prados que se desvanece cuando una serie de catastróficas desdichas se apodera de la vida del protagonista. Es este cúmulo de infortunios el que hace rodar a Nacho hasta los pies de las mujeres de su vida con las que tiene cuentas pendientes. Y en este punto, el thriller queda aparcado para volcarse en la guerra de sexos, un conflicto entre palestinos e israelíes, piedras contra bazucas, una descompensada lucha que el director propicia dejando desnudo al hombre para vestir de oro a la mujer.
Ciento ochenta grados parecen separar a Álex de la Iglesia y Mariano Barroso, pero solo en la teoría. De brujas a filántropas, las mujeres de ambos escenarios son de cartón piedra pues, partiendo de ideas en las antípodas, ambos directores se cruzan en un mismo destino, el cliché (intencionado o no), quedando lejos de historias fuera de tópicos ligados al sexo – 500 días juntos (500 days of Summer, Marc Webb, 2009) demostró que el romanticismo no tiene porqué venir aderezado de trivialidades, lugares comunes o actuaciones predefinidas. El acercamiento más sugestivo en lo relativo a esta materia lo dio Cesc Gay con Una pistola en cada mano, una nueva mirada, también con la medalla perdedora para el varón, sobre la simbiosis hombre/mujer, más reflexiva pero fabricada con los mismos ingredientes estereotipados.
Al igual que en el clásico de Dickens, Cuento de Navidad, también visitan a Nacho el presente, el pasado y el futuro. El pasado posee más carga que ningún otro tiempo, puesto que Nacho es un hombre anclado a unas actitudes desfasadas y utiliza herramientas para marcar territorio que ya no le funcionan. Sus antiguas víctimas ya no caen en las trampas de siempre. Cuando cruzaron la frontera y abandonaron el sentimiento hacia él, tanto su mujer, como su exnovia o su amante, dejaron de ceder, y donde antes Nacho ejercía control ahora la situación le niega dominio, aunque él se resista, pues los vínculos del pasado eran fruto del afecto no del poder. En el presente habita su madre, única figura femenina que coexiste con el peso de un hijo al que no entiende. También su cuñada tendrá una fugaz aparición únicamente para advertir la insistencia del hombre por escoger el itinerario equivocado. Una llamada para contratar a una psicóloga de urgencia, esquiva el desastre total. Y con este futuro tan incierto además de poco esperanzador, la ayuda de una profesional parece configurar la vía de escape, algo premonitorio en una sociedad mentalmente enferma.