Todos queremos algo

La construcción de la identidad a través del tiempo Por Paula López Montero

“Los límites están donde uno los encuentra” Todos queremos algo.

Que todos queremos algo –everybody wants some– podría parecer una obvia nimiedad, pero el título aparentemente sencillo y casi costumbrista no es una mala elección para adentrarnos en un film que, en ese diálogo con el tiempo y los mitos del pasado propios del cine de Linklater, vuelve a ser una de las mejores propuestas del año. Pero la cuestión es: ¿qué es lo que queremos? Parece que es cada vez más difícil encontrar una respuesta, y es ésta, en efecto, una de las preguntas que podría vertebrar la filmografía de Richard Linklater junto con la mencionada cuestión temporal. Ambas temáticas confluyen, en perfecta sintonía en un film que recoge el testigo y que es secuela de Movida del 76 (Dazed and Confused, 1993) pero que, sin embargo, se acerca más a la atmósfera de Boyhood (2014).

Ambientada en la América hormonal y del fervor universitaria de los años 80, Linklater propone un film polifónico donde destaca el personaje de Jake Bradford interpretado por Blake Jenner, un joven deportista apasionado por el béisbol cuya entrada en la universidad le abrirá, a través de la experiencia, lo que será en un futuro –futuro que Linklater deja, como siempre, completamente abierto al devenir-. Todos queremos algo arranca con un primer plano de la mano de Jake subiendo el volumen de la radio de su deportivo mientras que se abre el plano del interior del coche y estira el brazo hasta el asiento del copiloto en un gesto de desenfado y chulería. Un detalle preciso que abre la importancia de la música y la banda sonora no sólo en el film sino en toda la generación ochentera. De hecho, podría argüirse que los vaivenes identitarios que el equipo de beisbol sufre con gusto, vendrían enraizados en la problemática de la definición musical y a la pertenencia de un grupo concreto (los punks, los hippies, los rockeros, los heavies, los disco, etc.) que modularía la ideología o forma de pensar de toda una identidad colectiva generacional.

 Todos queremos algo

La música esta vez propuesta por Linklater va desde The cars, Blondie, Dire Straits, hasta Frak Zappa, Van Halen, Kool and the gang, The knack y Cheap trick. Para mi gusto, ante una excepcional banda sonora, quizá sea más evidente el gusto definido en Movida del 76, quizá porque realmente en este primer largo de 1993 no pasa nada, literalmente, excepto la música, mientras que sin embargo, en Todos queremos algo pasa la música y también una trama mucho más específica y que trata de dar cuenta de algo quizá más concreto y alusivo: la construcción de la identidad en la norteamérica de los ochenta.

Por otro lado, Movida del 76 es mucho más canalla y gamberra mientras que Todos queremos algo tiene ese halo universitario, simpático, subido de tono y tremendamente nostálgico, pero que sin embargo posee un toque final que te transporta a esa sensación de plenitud de haberte encontrado en el momento preciso, instante que recuerdo Linklater hace especial mención al final de Boyhood:

¿sabes eso que se dice de aprovechar el momento, no sé, empiezo a pensar que es como al revés, que el momento se aprovecha de nosotros. –sí es verdad, es constante el momento, es como que siempre es ahora mismo ¿no?-.

Y es en este film donde se vuelven a encontrar esas frases y reflexiones sentenciales que te hacen pensar sobre tu realidad, un toque de la casa iniciado quizá con la trilogía de Antes del amanecer, atardecer y anochecer.

Todos queremos algo 2016

Sin embargo, a diferencia de esta trilogía, Linklater abandona los planos largos de cine de autor europeísta, y vuelve a la fragmentación típica del espíritu e identidad americana. Sobre el autobiografismo, Linklater lo vuelve a hacer patente: “Es bastante autobiográfica, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que estar en la universidad fue un momento divertido, no sólo en lo personal, también fue un momento cultural interesante. Todavía era el final de los años 70. Lo que conocemos como los años 80 realmente no empiezan hasta el 82 o el 83. Esta película habla de ese momento.” Junto con Boyhood, quizá las más evidentemente autobiográficas, Todos queremos algo podría decirse que son algo así como la Bildungsroman o novela de aprendizaje en la literatura (con novelas como Retrato de un artista adolescente de Joyce o En busca del tiempo perdido de Proust) y Linklater lo teletransporta excepcionalmente al cine hablando a su vez de la nueva modulación temporal arrancada en la era audio-visual (no olvidemos la importancia que el director le da a la música). El trasfondo es siempre una reflexión sobre el tiempo y la forma de contarlo.

Todos queremos algo es una película sobre lo que nos define, sobre la necesidad de la experiencia, sobre el desenfreno, sobre la gratuidad de las circunstancias pero también sobre la posibilidad de tomar elecciones y de encontrarte a ti mismo.

¿Quién sabe lo que queremos hasta que lo encontramos? ¿qué es lo que nos hace ser una cosa y no otra? ¿qué discurso nos decimos a nosotros mismos que legitima nuestras decisiones? Sólo hay que dejar que ese algo aparezca y te seduzca, que es algo así como decir en boca de Bukowski: “found what you love and let it kill you”. Todos queremos algo no deja de hablarnos de las decisiones y excusas que pone cada uno de los personajes y que definen lo que son. Aunque Linklater vuelve a poner el toque romántico: es el amor lo que pondrá la guinda al encuentro de Jake consigo mismo. Rescato una frase de la escena en la que Jake y Beverly están en el lago tras su primera cita: “Cuesta encontrar momentos en los que el mundo desaparezca a tu alrededor” y otra que definirá también la filosofía de vida y que aprende de su compañero de piso hippie: “El mundo te dice lo que tienes que ser, pero la vida está en las notas que se quedan fuera”, en definitiva en la improvisación, en la experiencia, en el no tener miedo a ser diferente.

 Todos queremos algo Linklater

Por otra parte y haciendo un repaso a la trayectoria de Linklater, quien suma ya veinte películas en su haber, podría tratar de definir el perfil filmográfico en las tres perspectivas que a mí me ha sugerido y que se enriquecen entre sí: Una a medio camino entre el documental y el ensayo sobre la percepción temporal donde entrarían Woodshock (1985), It’s imposible to learn to plow by Reading books (1988), Slacker (1991), Movia del 76 (1993), y Fast Food Nation (2006); Una visión más europea en la que entrarían la trilogía Antes del Amanecer (Before Sunrise, 1995), Antes del atardecer, (Before Sunset, 2004) y Antes del anochecer (Before Midnight, 2013), y para mi gusto Waking Life (2001); y una trayectoria empezada con Escuela de Rock (School of Rock, 2003), en la que podríamos decir que recoge la atmósfera americana modulada por la música y la cultura de masas y sutilmente autobiográficas, en la que entrarían otros films como Una pandilla de pelotas (The Bad News Bears, 2005), Me and Orson Welles (2008), Bernie (2011), Boyhood (2014) y Todos queremos algo (2016).

Lo mejor sin duda es la atmósfera, Linklater es un perfecto retratista atmosférico y un sutil observador del gusto y el placer estético. No abandona al público de masas pero no renuncia a la necesidad de contar algo que haga cuestionarnos sobre nuestra identidad desde una perspectiva que prescinde del dolor más propio de la tradición cinematográfica europea, y acoge el entusiasmo y las ganas crecientes de la corta etapa y el poco desgaste de la tradición norteamericana –que por otra parte sigue haciendo la vista gorda a la realidad social-. Honesto, haciendo latente su propia perspectiva, difícil es no sentirse identificado con una generación musical que ha marcado a las predecesoras.

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