Toni Erdmann, de Maren Ade
Lo necesario de lo incómodo Por Tere López
De los 162 minutos que dura la película, probablemente estuve en tensión 150. Y no necesariamente porque haya visto una cinta de suspenso, sino porque vi una comedia con una historia hermosamente incómoda.
Pero, ¿incómoda para quién? ese es exactamente el mensaje que el personaje de Toni Erdmann transmite a lo largo del largometraje que lleva su nombre.
Un padre (Winfried) que actúa como embajador de Alemania (Toni Erdmann) y life coach -dependiendo del ambiente que lo inspire- y que razona como niño visita a su hija Inès, una chica de perfil corporativo, traje sastre, de cabello perfectamente recatado, y que tiene una vida tan rígida como sus sesiones de desarrollo personal que toma por Skype.
Winfried es un hombre de decisiones espontáneas y es a partir de eso que descubre que su hija ya no es un ser humano. «Si quieres trabajar en tu carisma o notas que no estás hablando por teléfono, te agradezco que me llames en cualquier momento, aquí está mi tarjeta». Winfried personifica a Toni Erdmann para romperle los esquemas a Inès.
Ella lo tiene todo bajo control: el protocolo de negociación, la presentación en el power point, la asistente que le puede resolver la vida. Es una mujer ficticiamente cómoda. Pero, ¿qué pasa cuándo su padre se le aparece en el bar con una dentadura postiza y le invita una copa de champaña a ella y sus amigas?
Una cinta en donde la directora Maren Ade nos lleva por ambientes aparentemente estables y que resultan absolutamente frágiles cuando lo políticamente correcto desaparece y la gente que acostumbra ser así no sabe qué hacer. El pequeño caos que provoca lo incómodo y la maravillosa sorpresa de la improvisación.
Somos una sociedad de espejos. A la mayoría de las personas nos gusta ser admiradas, reconocidas, alabadas. Caer bien, quedar bien, coincidir, pertenecer, encajar. Y todo esto en un mundito que nos hemos creado llamado status quo, bien y mal, reglas de convivencia.
¿Y para qué? ¿por qué queremos actuar igual? Naturalmente todos somos diferentes. Ya lo decía Slavoj Žižek, «el ser políticamente correcto puede ser más peligroso que el propio totalitarismo».
La belleza de tirarse un pedo, notar la cara de un tigre dibujada sobre la tapa del baño, reconocer el sentido del humor, reírse de lo más serio, aparecer en una fiesta de desconocidos e improvisar una canción, convertirse en una máscara búlgara viviente, todos son ejemplos de los momentos tan ordinarios que pasan desapercibidos cuando olvidamos lo que importa realmente.
El largometraje invita a la reflexión sobre los momentos y cómo los vivimos. Alineada totalmente con el concepto trendy de mindfulness. La enseñanza de la meditación vista a través de un personaje que lo único que hace es actuar y vivir, sin pensarlo demasiado, sin esperar nada, siempre presente.
Maren Ade nos recuerda la importancia de ser flexible ante los cambios. Es sabido que un edificio con bases sólidas, inamovibles, será el primero en caer durante un temblor, sólo los edificios construidos con materiales sólidos y elásticos sobrevivirán.
La rigidez humana se esconde en las barreras que nos ponemos a diario, detrás de un traje sastre, un peinado recatado, un puesto de trabajo, la carrera por hacer, crear, y resolver, la comodidad de un estatus económico, un sistema fundamental de creencias, la seguridad ficticia, los prejuicios, los miedos.
Y lo más básico que es el amor queda rezagado, ya sea en una relación entre padre e hija, en la vergüenza que se sientes de tu padre, o en la incomodidad que te provoca no tener el control de todo.
Se nos olvida lo básico, pero lo genial de esa sensación incómoda está para sacudirnos y a Inès la sacude de una manera espléndida.
En su fiesta de cumpleaños decide recibir a sus compañeros desnuda. Por supuesto que les rompe los esquemas, y algunos reaccionarán de manera favorable, quizá los menos esperados, y otros preferirán irse, pero ella ya ha decidido regresar a lo que importa: su dignidad. La belleza de ser vulnerable, desnudo, transparente, humano, real.
¿Qué es lo que importa? Estar presente en el momento. Decía Marco Aurelio en su obra Pensamientos, que «en medio de este torrente, donde todo pasa fugaz y en el cual es imposible detenerse, ¿podría dar alguien quizá la menor importancia a cualquier cosa?» y lo mismo reflexiona Winifried con su hija:
«El problema es que se está tan a menudo en hacer cosas, haces esto, haces aquello, y mientras tanto, la vida sólo pasa. ¿Pero cómo se supone que debemos aferrarnos a los momentos?»
No es posible, ni con una foto. Una película que habla sobre el peligro de tomarse la vida tan en serio a tal punto que te pone una coraza de la que te vuelves preso.
Ya sea invirtiendo tres horas de tu tiempo en un centro comercial haciéndole compañía a una desconocida, esposa de alguien que quieres impresionar, o la concentración que inviertes en no perder la postura erecta dentro de un traje sastre que te dará más credibilidad, junto con un peinado perfectamente controlado.
Y que te vuelve incapaz de ver la belleza en la simpleza de rayar un queso, que no es cualquier cosa. Winfried es un padre que rescata a su hija y la conecta con su niña interior. Por supuesto, Inès escucha esa voz interior que su padre vino a recordarle, y de ahí el gran abrazo peludo que se dan en medio del parque.
«Todo pasa, nada queda» y mientras todo pasa, mínimo estar presente en lo que te pasa y aprender a disfrutarlo. Reírte de ti. Ser parte del show de tu vida.