Transeúnte y Jean Gentil
En tránsito Por Manu Argüelles
¡Ah, el flâneur! Esa figura de Baudelaire que tan bien describió Walter Benjamin. Ese habitante urbano de la ciudad moderna, ocioso y desocupado; errante entre la multitud y habitante habitual de las galerías comerciales de la París de la Belle Époque. Si yo tuviese la posibilidad que tuvo el personaje de Owen Wilson en Midnight in Paris (2011), trataría de adherirme a esa tribu de paseantes sin rumbo fijo. De hecho, reconozco estar impregnado de ese espíritu en mis hábitos vacacionales. Aunque pueda resultar extraño, mis destinos en verano son siempre a otras ciudades. Siempre la urbe, alérgico a las planificaciones y a los mapas, recorrer sin destino fijo sus arterias, sentir el pálpito del ritmo urbano, abrirme a nuevos estímulos que se abalanzan ante mí. Un continuo movimiento que recorre una cartografía similar pero nueva, atento a la gente, a los lugares más recónditos, a los sonidos, los olores y la luz.
Dos de las mejores películas que han podido verse en el Iberfilmamerica recogen ese modus vivendi ambientado en la metrópolis contemporánea. Lo hacen a través de dos figuras solitarias, dos rostros en la muchedumbre, expulsados del sistema productivo de la lógica capitalista. El profesor de lenguas sin trabajo y sin vivienda, de mediana edad, Jean Demy Gentil, pone sus facciones individuales al Santo Domingo de Jean Gentil. El recién jubilado Expedito Silva Soares pone las suyas a Río de Janeiro en Transeúnte. Los dos parten de la pérdida: uno desde la aflicción, el otro desde la resurrección.
Transeúnte
Jean acaba de perder su trabajo y lo van a desahuciar. Hombre de fuertes convicciones religiosas, un asceta que no conoce la carne femenina, vaga con pesadumbre y congoja. Su desarraigo en la ruidosa geografía le lleva al aislamiento, a la búsqueda edénica en la selva cercana a la costa, como un refugio que apacigüe su dolor existencial.
Expedito, en cambio, nunca saldrá de Río de Janeiro. Acaba de enterrar a su mujer, por lo que parte también desde el quebranto y el callado dolor interior, expresado a través de planos muy cercanos a una mirada abatida, honda en su tristeza, amplificada a través de las estrías y arrugas de su cara. Pero el descubrimiento de las calles y de sus gentes, de fugaces conversaciones robadas y, sobre todo, de su música, permite a Expedito reconstruirse a través de la actividad lúdica y pura del flâneur, cuando la cosmópolis actual ha barrido de su trazado a esas figuras que eligen el espacio público como lugar de residencia. La metrópolis actual ya no se construye de cara al exterior: verjas, entradas franqueadas, muros…
Jean Gentil
Todo aquel que pulula permanentemente en la calle está regulado por la ley de la sospecha, por la moralización de la doctrina capitalista: el maleante, el vagabundo, el carterista, la prostituta, el ocioso, el jubilado, el parado…seres improductivos que son arrojados a la periferia del estrato social, que no son útiles para el bien de la sociedad, que son una carga.
Transeúnte propone la jubilosa revitalización del viandante, el flâneur rescatado del París finisecular.Y con esta lectura alborozada desliza una lectura crítica a esa valoración subliminal y negativa de aquél que se hace y se forma en la calle. Jean Gentil, en cambio, es un viaje metafísico y existencial en su acepción más atribulada. Es un frustrado intento de encontrar el sentido de la vida a través de la fe.
La crisis económica no da resquicio al hombre desolado. La religiosidad no aviva y dota de fuerza al débil hombre, sucumbido en su angustia vivencia, aunque Jean crea que la religión hace al hombre serio. Es una permanente invocación a un Dios que no responde. El intento de Jean de trepar por la palmera, no solo es una inadecuación al ámbito selvático -allí tampoco encontrará su lugar en el mundo- sino que es una clara imagen de su vana escalada hacia una espiritualidad que no le colma.
Transeúnte
Transeúnte, al contrario, partiendo del mismo principio, el continuo tránsito sin destino fijo, es un recorrido prosaico y telúrico, de una poética embriagadora y, en consecuencia, optimista. Son las dos caras de la misma moneda.
Ambas propuestas tan estrechamente ligadas entre sí, aunque en apariencia no lo parezca, parten de una deificación de los días corrientes, de la vida cotidiana entre los puntos de inflexión espectaculares, los cuales brillan por su ausencia. Desde una perspectiva muy arraigada a la mirada documentalista, no hay momentos álgidos en un continuum de imágenes desprovistas de la sutura que facilite la tradicional conexión lógico-causal. Lo visual adopta una finalidad epistémica, también arrebatadoramente estética, especialmente la convulsa y muy expresiva fotografía en blanco y negro de Transeúnte. Es decir, la información no viene facilitada por la palabra sino por lo que vemos. El lenguaje pierde su predominancia en la jerarquía comunicativa, para alinearse como una expresión sonora dentro del catálogo de ruidos, algarabía y cláxones de coches característicos de las grandes ciudades. Cífrese como ejemplo, en Transeúnte, la radio que Expedito escucha en sus auriculares mientras pasea. Ese chorreo de locutores sobre temas diversos y descontextualizados no es más que sonido adicional que se suma al que dejan los coches al pasar acelerados por las calles, o el jaleo de la obra que tiene delante de su vivienda.
Jean Gentil
Ello hace que, especialmente en Transeúnte con sus oscilantes y nerviosos movimientos de cámara, se componga la imagen como si estuviésemos en una sesión de jazz, espontánea, desencadenada y libre. Por ello, a pesar de sus dos horas y su práctica anulación de la profundidad de campo que oprime a Expedito en la proximidad hiperbólica de la cámara, Transeúnte resulta sumamente estimulante. En cambio, Jean Gentil, frente al ritmo frenético de la ciudad viva y bulliciosa de Transeúnte, opta por fijar la imagen y que sea ella, desde un plano panorámico estático, la que cambie la longitud focal en el seno de la toma, mediante discretos y suaves zooms.
Es un dinamismo igualmente, pero más acorde con la pose serena y calmada, algo zen sino estuviese tan ensimismado, de su personaje protagonista. También hay algo en esta composición recurrente de simbolizar el ojo de dios que se posa sobre el hombre. De hecho, el plano final que sube a los cielos y recorre toda la geografía de República Dominicana, bien podría ser el ansiado descanso de nuestro conmovedor personaje. Porque esa fuga a lo Walden, del reencuentro del hombre con la naturaleza, tampoco sirve de bálsamo purificador, tal como Jean creía.
Transeúnte
Habrán adivinado a estas alturas del apasionante viaje que nos proponen Transeúnte y Jean Gentil que no son unas propuestas que se apoyan en la líneas convencionales narrativas, sino que hacen una clara reivindicación de la propuesta experiencial y sensorial, un bello trayecto sumamente expresionista, donde está primorosamente cuidado el ámbito estético. Quizás puedan considerarse más experimentales o lejos del gran público, pero pocas como ellas captan tan bien la sustancia del flâneur, perfecto personaje que funciona como idóneo transmisor de la auténtica energía del tiempo de la ciudad, el pletórico (Transeúnte) y el opresivo (Jean Gentil) .