Treme
To Miss Nueva Orleans Por Pablo Sánchez Blasco
Tal vez a causa de algo que te ha ocurrido, o tal vez a causa de algo que ahora entiendes, escuchas de nuevo esa canción y comprendes que hay en ella un mundo nuevo para ser escuchado
Apenas dos meses tras el final de Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008-2013), sin hacer mucho ruido, con pasmosa modestia y una temporada breve de cinco capítulos, el pasado 29 de diciembre llegó a su fin la New Orleans creada, o recreada, por David Simon y Eric Overmyer en Treme (2010-2013). Digo que llegó a su fin –estampó la palabra final– la serie, la narración como ciclo perecedero, a diferencia de unas tramas que siguen abiertas para la imaginación o la realidad. Porque las series río de David Simon nunca se terminan; simplemente se despiden con ese recurso característico del montaje en paralelo, que relaciona los destinos de sus personajes entre las fuerzas de unión y dispersión que los zarandean. En Treme, concretamente, la limitación de su cuarta temporada hacía más anhelada esa conclusión; la espesura del argumento la hizo, a la postre, si cabe más explícita. Bajo la voz susurrante del Do you know what it means to miss New Orleans de Louis Armstrong, su esperada ronda final condensa en apenas cinco minutos todo lo que ha sido, y lo que ha querido ser, este hito de la ficción televisiva. Aún más que en el célebre adiós de The Wire, uno diría que sus creadores no acaban con la vida de los personajes, sino que más bien les otorgan, rompiendo sus hilos, una existencia independiente. En ese sentido, su primera imagen es la niña recién nacida de Delmond Lambreaux, que viene a sustituir el hueco de su abuelo fallecido en un voto de confianza en el futuro distintivo de todo Treme.
La vida va a continuar tanto dentro como fuera de New Orleans, aunque no igual para todos. La segunda imagen de dicha secuencia forma eco con la penúltima de ellas: la orquesta infantil dirigida por Antoine Batiste es cancelada; sus músicos desaparecen; solo quedan sus asientos vacíos en el aula, que la cámara nos muestra durante unos segundos de reflexión. Mientras The Wire elegía un tablero de ajedrez como símbolo de su propuesta –y por ello terminaba con una sustitución implacable de cada papel social y narrativo–, el símbolo de Treme solo podía ser esa orquesta coral que domina la serie desde su estructura y su temática: a un mismo tiempo significante y significado de su relato. Batiste y Simon, a fin de cuentas, ven canceladas sus orquestas por falta de presupuesto. Músicos y personajes han sido las piezas que han ejecutado una melodía en igualdad de condiciones y polifonía de matices. Una vez terminada, el producto de su esfuerzo, la música, permanece, ya que su fin no es aquí el enfrentamiento en una partida perpetua sino la construcción conjunta de una esencia que podríamos denominar, con todos sus defectos e imperfecciones, comunidad. O, simplemente, hogar.
A lo largo de 36 capítulos, Treme nos ha relatado las vidas cotidianas de una comunidad en reconstrucción tras el desastre del Katrina. Su centro dramático ha estado siempre en el colectivo humano, un centro descentrado del que la historia surge por la participación de cada uno de sus vértices. All the pieces matter, ya se sabe. Para David Simon, el individuo es solo un elemento de un sistema superior al que no puede imponerse porque este carece de principio y de fin, de cerebro detrás o delante de sus representaciones públicas. La lucha entre ese individuo, ese que lucha a pesar de todo, y el sistema que le opone da lugar a la tragedia en lugar de al drama, a Edipo rey en lugar de a Macbeth –Simon ha llegado a menospreciar Breaking Bad por su enfoque individualista–. Los héroes de hoy son los marginados y los fracasados. El trono de los dioses lo ocupan las instituciones omnipotentes. Incluso los especuladores de Treme son vencidos en el último capítulo por fuerzas externas; no consiguen su propósito como tampoco lo hacen Antoine Batiste o Albert Lambreaux, víctima de un cáncer. El tiempo, al igual que en The Wire o Generation Kill (2008), también juega en su contra. Durante la última temporada, Barack Obama gana las elecciones e inunda New Orleans de una marea de optimismo traducida en algunas, pequeñas, victorias. Hablamos del año 2008 y, por lo tanto, su alegría se torna, casi, en nuestra nostalgia: los hechos han confirmado que nada iba a cambiar a largo plazo.
El fatalismo también absorbe la visión de Treme, pero existe una diferencia fundamental con otras series de Simon: en Treme hay música, se trata de una serie musical, y donde hay música hay esperanza.O, al menos, eso es lo que dicen. Eso es lo que dice el plano final de la serie, aquel que culmina su montaje en paralelo. El dj Davis McAlary se topa en mitad de la carretera con un socavón que el ayuntamiento aún no ha reparado. Las instituciones, de nuevo, no solventan los problemas de la gente, pero ese desperfecto ha sido decorado, durante la semana del Mardi Gras, con unos collares y unas plumas que le dan vida propia. Contra un desastre inevitable, se alzan en Treme el optimismo y la esperanza. Contra la realidad, la narración como homenaje a la música, a la esencia, que ha surgido de ese pueblo variopinto.
La serie recoge como suya la idea bajtiniana de polifonía y la conduce hacia el origen de su metáfora. Treme es una serie coral desde la música que la acompaña, con el espíritu de una banda de jazz que ejecute pequeñas variaciones sobre temas tan conocidos como universales. “Tocar los cambios de blues es sencillo, solo hay que variar una o dos notas” les dice Batiste a su banda en el capítulo 4. Sobre la base rítmica de una ciudad que se repone de la desgracia, la serie presenta un conjunto de variaciones jazzísticas, de tonos, ambientes, lenguajes, clases, creencias, razas, rostros o ideas, que son incrustadas en una melodía común; algunas cómicas y otras profundamente trágicas, pero siempre con un sesgo antienfático y anticlimático fuera cual fuera la intensidad de la nota. Ninguna serie más inclusiva, con todos y para todos, que ha nacido para el gusto de los menos, de la minoría, sin ánimo alguno de originalidad y mucho menos de lucimiento, manipulando la materia en bruto que ofrece la realidad a su prisma periodístico.
El equilibrio de la orquesta nunca será tan matemático como el del ajedrez. En efecto, Treme no ha alcanzado la perfección de The Wire sin que esto sea óbice para que pueda sobrepasarla en riqueza de voces, texturas y personajes. Desde el primer capítulo de la serie, la música se incardina en Treme incorporando una verdad suplementaria que la redime. En New Orleans, a diferencia de Baltimore y por supuesto de la invadida Iraq, se puede y merece la pena vivir, que es algo más que sobrevivir como hacían los chicos de la calle o los detectives de The Wire. New Orleans no ha vencido al Katrina por sus instituciones: lo ha hecho, y lo hace, por su espíritu. Con esa premisa, Treme pretende decirnos que solo la cultura nos hace libres. Por eso son músicos sus protagonistas en vez de policías, políticos o bomberos. Por eso es posible dedicar toda una temporada para grabar a viejas celebridades locales, quizás una excusa para esa breve secuencia con Fats Domino, sentado ante sus innumerables discos de oro, diciéndonos que sigue vivo y todavía con salud. Y quizás es razón suficiente para que la serie no se termine hasta que cante el Dr. John, de vuelta en el último capítulo, como un maestro de ceremonias oculto tras el telón del escenario.
Aquel espectador que quiera, o haya querido, pasarse por Treme, va a encontrarse un concepto sombrío de sociedad como un sistema rotatorio y estático, que se retuerce sobre sí mismo en una lucha permanente. La ficción no tiene capacidad para cambiar el mundo y esta tampoco lo hará. Como melodía, Treme recuerda al blues que cantaban los esclavos, ya que sirve para reconfortarnos en medio de una jornada de pesares. Sin embargo, y con perspectiva, Treme ha colocado la reconstrucción de New Orleans en un escaparate internacional, negando su olvido instantáneo –como ha ocurrido, por ejemplo, recientemente en Haití, Chile o Filipinas– y alertando sobre los desmanes humanos que secundan a todo desastre natural. Mientras extiende la influencia de la realidad sobre la ficción, la serie incorpora la clarividencia de la ficción sobre el esfuerzo silencioso de la realidad. Su parte documental justifica el rigor de los hechos. Su parte ficticia justifica que merezca la pena seguirlos; resalta la idea de hogar como espíritu colectivo donde uno desearía quedarse. Treme comienza precisamente cuando la música, por primera vez tras el Katrina, toma las calles de New Orleans y la serie termina, bueno, termina en cualquier momento mientras la música sigue sonando y confirmando ese espíritu. La cita elegida de Davis McAlary –las últimas palabras de la serie– traduce la voluntad de Simon de sustituir el discurso por la experiencia, como un modelo distinto de participación del espectador en la ficción televisiva, hasta el momento el más radical –quizás, y en gran medida, por su sorprendente sencillez– de los que están poniendo a prueba, desde distintos ángulos, las definiciones del género.