Tres pisos
La vida te dará películas Por Raúl Álvarez
Henri Cartier-Bresson sospechaba de las obras maestras. Solía decir al respecto que nunca estaban de acuerdo artista, crítica y público. De tal manera, por ejemplo, que sus fotos más queridas solían pasar desapercibidas para los comisarios de exposiciones, o que los aficionados valoraban instantáneas que a él le resultaban corrientes. El ‘instante decisivo’, pues, era un buen principio pero no una regla universal; un tiro al aire que caía en el lugar más insospechado. Parece oportuno recordar esta reflexión a propósito del estreno de la nueva película de Nani Moretti, a quien desde hace ya unos años se le critica que no haya vuelto a dirigir una obra maestra a la altura de sus clásicos. ¿Obra maestra para quién?, le diría Cartier-Bresson. ¿Acaso hay un decálogo de la perfección? Resulta evidente que Tres pisos no tiene la fuerza ni la hondura de La misa ha terminado (La messa è finita, 1985), Caro diario (1993) o Abril (1998), pero es una buena y a ratos excelente ‘fotografía’ que no debería perderse en la maraña de estrenos navideños.
Por primera vez en su carrera, Moretti parte de material ajeno –una novela del autor israelí Eshkol Nevo– para desarrollar un drama ciertamente pequeño, no menor, cuya contención y limpieza formal podrían interpretarse erróneamente como dejes televisivos. Antes al contrario, son recursos que ayudan a concentrar la atención en las miradas de los personajes. Si para John Ford el cine era ver caminar a Henry Fonda y John Wayne, para Nani Moretti su esencia bien podría consistir en recrearse en los ojos de sus personajes. Tres pisos merece la pena solo por la intensidad con que los Riccardo Scamarcio, Elena Lietti, Margherita Buy, Adriano Giannini, Alba Rohrwacher o el propio Moretti, entre otros, miran a su alrededor. Esto no es fácil de lograr ni su apunte, gratuito. En su estudio sobre Moretti, Aarón Rodríguez incide precisamente en el uso del encuadre para destacar la mirada humanista del director a través de personajes y situaciones. Un humanismo que suele articularse mediante la representación de la muerte, el legado familiar y la dificultad de habitar en el mundo.
De todo ello vuelve a hablar Moretti en este concertino que adapta maravillosamente bien la historia de Nevo a la cotidianeidad de un condominio romano. El gran teatro de la vida, reducido a las idas y venidas de una comunidad de vecinos, como tantas otras veces en la historia del melodrama italiano. En este escenario, y durante más de una década, el espectador asiste a las vicisitudes de tres familias. Un joven matrimonio, Lucio y Sara, que sospecha que su vecino Renato, un anciano con demencia senil, ha abusado de su hija; una madre con brotes psicóticos, Monica, cuyo marido Giorgio está siempre fuera por trabajo; y una pareja mayor de jueces, Dora y Vittorio, cuyo hijo Andrea atropella a una mujer justo enfrente del piso familiar. Lucio tendrá además un encuentro sexual con la nieta menor de edad de Renato. Alrededor de estas vidas cruzadas, Moretti compone una puesta en escena tan sutil como precisa que, insisto, privilegia las miradas con los que acaso sean algunos de los primeros planos y planos medios más hermosos de este 2021. No hace falta verbalizar la decepción de Vittorio hacia Andrea; basta la mirada de un padre exiliado de la vida. No hace falta expresar la insatisfacción vital de Giorgio; basta la mirada de un marido que no siente deseo por su esposa. No hace falta medir con palabras la pena infinita de Monica; basta la mirada de una mujer que mendiga atención y cariño.
Podrían citarse decenas más de ejemplos, que todos irían en la misma dirección elegante y tácita de esta película que toma el pulso a la vida desde la inevitabilidad del tiempo. Tres pisos, es obvio, dialoga en este sentido con la descomunal La habitación del hijo (La stanza del figlio, 2001), aunque en esta ocasión Moretti añade una dosis extra de ese cansancio y ese pesimismo que otorgan solo los años, que son tristezas, melancolías y recuerdos. Todo lo que es frágil y quebradizo en la existencia se concentra poco a poco en los ojos de unos intérpretes que siempre, siempre clavan el gesto y la mirada. Suele hablarse mucho y bien en el cine de Moretti, pero qué deliciosos son estos silencios enhebrados con aire y luz.
Otro acierto destacable que no pillará de sorpresa a los seguidores del director italiano es el magnífico uso de la elipsis y los fundidos a negro. Como en la vida misma, en sus filmes es habitual que las cosas importantes ocurran fuera de la vista del público. La muerte, la primera y más terrible de ellas. Mi compañero y amigo Manu Argüelles me hizo notar en este sentido la despedida de Vittorio (Nani Moretti), y todo lo que esta implica, como uno de los momentos más hermosos y terribles de Tres pisos. Coincido plenamente. Situaría al mismo nivel las dos sonrisas (contadas) de Lucio (Riccardo Scamarcio). Una se la dedica a Charlotte (Denise Tantucci), la joven con quien se acuesta, y la otra a su hija Francesca (Gea Dall’Orto) en el aeropuerto. En ambos casos se trata de un gesto de reconocimiento de la inocencia que está próxima a perderse por parte de un hombre que cada mañana recompone sus ruinas. Que bien ha sabido interpretar y utilizar Moretti la mirada acuosa de Scamarcio.
En los minutos finales cada personaje se despide de la ficción lanzando una última mirada cargada de significado. Ay, Monica. Ay, Andrea. Ay, Dora. Igualados por la muerte, como en una novela de Thackeray, todos encuentran algo parecido a la paz cuando observan un alegre desfile. “La vida te dará fotografías”, decía Cartier-Bresson. Somos afortunados de que Moretti nos siga dando películas.