Ucrania no es un burdel

La camorra del feminismo Por Jose Cabello

A ella le gusta la gasolina, dale más gasolinaDaddy Yankee

Femen surgió en Ucrania en el año 2008. La organización feminista poseedora de una idiosincrasia peculiar, desnudar su cuerpo como gesto de subversión, rápidamente ganó la atención del público debido a la naturaleza provocadora de su singular activismo. Los actos de protesta de Femen trascendieron las barreras de la ciudad de Kiev cuando las chicas, en sus inicios, se rebelaban contra el alto índice de turismo sexual en su país. También luchaban contra el sexismo, la opresión de la religión o la ineficacia del Estado, siempre que ésta u otra causa mantuviese relación con el desplazamiento de la figura de la mujer a un segundo plano. La undécima edición de Documenta Madrid inauguró la Sección Oficial a competición, en el terreno del largometraje, con Ucrania no es un burdel, un documental entendido como un proceso de inmersión en los orígenes de Femen, que bucea en su estructura intentando establecer un corolario de su funcionamiento como organización.

En la primera secuencia, Kitty Green, la directora, reta al ingenio del espectador mostrando a un personaje enmascarado frente a la cámara, personaje cuya silueta no volverá a aparecer en la película hasta bien entrado el metraje. Una pieza clave en la construcción de Ucrania no es un burdel, donde el desconocido porta la máscara de un extraño conejo, como en la madrugada, cuando Donnie Darko (Richard Kelly, 2001) se levanta para ir al baño advirtiendo de la misteriosa composición del cristal convertido ahora en una textura viscosa y, tras el espejo, también encuentra un conejo. Dos conejos que serán tres con la convergencia del conejo por antonomasia en la literatura popular, el del cuento de Lewis Carroll, Alicia en el país de las Maravillas. En los tres casos, el uso del animal se aplica como recurso explicativo a la inminente brecha que impondrá el paso a la “otra realidad”. Alicia en un mundo mágico. Donnie y el día del fin del mundo. O Víctor y su inquietante relación con Femen.

Ukrania no es un burdel

A día de hoy, aún no hay lugar en el manual del ciudadano autovociferado progresista, para señalar con el dedo al mal activismo, independientemente de la materia a defender. Se reprochará profesar una ideología totalitaria si no se otorga el visto bueno a todo tipo de activismo, y acompañarán a la queja multitud de juicios con el objetivo de encasillar bajo palio contrarrevolucionario a todo sujeto negado a formar parte del circo. Resulta fundamental, pues, diferenciar entre activismo y mal activismo. El mal activismo lo conforma aquél que carece de ideales, de discurso. El activismo basado únicamente en el escándalo fácil, sin filosofía tras las acciones a desarrollar. Provocar por provocar. Ucrania no es un burdel, descorre el telón e invita a observar entre bambalinas la realidad de Femen, reflejando un activismo decapitado basado en la pura performance, muy lejos de cualquier indicio de intelecto tras sus cimientos.

Las chicas no postulan a Femen como la consecuencia derivada del bagaje personal de cada una de ellas, atendiendo a su experiencia y compromiso con la causa, sino que se limitan a aleccionar con una condescendencia nauseabunda al resto de mujeres ucranianas que, según reiteran, desconocen, en más de un noventa por ciento, el significado de la palabra “feminismo”. Sin embargo, se permiten ignorar referentes anteriores de un movimiento propulsor de una vasta obra literaria, intrínseca a su evolución y subsidiaria a la comprensión de esta corriente. Atreviéndose incluso a relegar la literatura anterior en un gesto de amor inconsciente a Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966).

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En la quema de libros metafórica, calcinan también sus voluntades por compartir sus reflexiones en voz alta, dibujando así una distribución sospechosa dentro de la organización. Existen sombras tanto en el terreno de la financiación, en las donaciones de origen incierto, en los desconcertantes sueldos pagados a las activistas, pero sobre todo, cuando la opacidad toca techo, en la jerarquía de la institución. La aparente líder de Femen desconoce la respuesta a las preguntas de Kitty, incluso ignora su propio rol dentro de la organización, replegando inmediatamente su presencia en el documental. Y el espíritu entusiasta desprendido por Ucrania no es un burdel, en su primera mitad, vira a un ambiente de nerviosismo cuando las chicas citan constantemente el nombre de Víctor como ente catalizador y pensante del conjunto de actividades de Femen.

Víctor responde al teléfono ante cualquier tipo de duda o problema surgido tras una aparición pública. Gradualmente, su figura gana más importancia. Las chicas confiesan que no solo reciben llamadas después de un acto, también para planificarlo. La conclusión es obvia y rápida: Víctor dicta las directrices de Femen. Un movimiento feminista dirigido por un hombre. Y las contradicciones proliferan. Mujeres tras la pista de la libertad que abogando por la desvinculación total con el hombre, entran a formar parte, paradójicamente, de otro sistema arcaico de patriarcado. Como ocurría en otro documental sobre activismo, Fuck For Forest (Michal Marczak, 2012), se pretende alcanzar la autodeterminación de la mujer pero siempre bajo la batuta de un hombre. Las Femen, adiestradas para servir, también funcionan como semi-esclavas de los elevados sueldos que prorrogan su estancia en el organismo. La falta de cuestionamiento dibuja un panorama vecino a Casa de Tolerancia (L’Apollonide, Bertrand Bonello, 2011), donde el activismo reemplaza a la prostitución. El nivel máximo se alcanza cuando una de las componentes, con varias causas judiciales abiertas -causas derivadas de la naturaleza de sus protestas- considera la cárcel mejor opción que abandonar Femen pues, en tal caso, no dispondría de sustento.

El nuevo proxenetismo, desligado de los mitos y la estética sectaria impresa en marcos normativos asfixiantes como el de Martha, Marcy, May, Marlene (Sean Durkin, 2011) deja al descubierto, previo desplome ideológico, la fragilidad y maleabilidad de las jóvenes, volviendo a incurrir en el leitmotiv de Femen, la contradicción.
Ucrania no es un burdel logra convertir la falta de doctrina en una filosofía propia, eso sí, una filosofía de lo absurdo, la que profesa Femen, capaz de defender el feminismo acribillando con estribillos de reggaeton.
Al descubrir la realidad de Femen, implícitamente, el documental lanza una pregunta y cuestiona si hubiese sido preferible la inexistencia de la organización o, simplemente, entendido como caso aislado, si podría ilustrarse como mal ejemplo en el devenir de otras comunidades.

Otro grupo activista, también exsoviético, Pussy Riot, mantienen una relación antagónica con Femen. Mientras las primeras cuentan con el documental Pussy Riot: una plegaria punk (Pokazatelnyy protsess: Istoriya Pussy Riot, Mike Lerner, Maxim Pozdorovkin, 2013), incapaz de reproducir al completo las estudiadas teorías y argumentos de las chicas, divagando únicamente en el juicio mediático, sin arañar más allá, las segundas gozan de un fiel documento acertado en su elaboración, Ucrania no es un burdel, pero el destello de la cámara solo refleja el vacío. La letra de la canción Rasputín de Boney M., banda sonora en bucle del documental, corea la relación entre las Femen y Víctor con frases como: “¡Este hombre se tenía que ir!, declararon sus enemigos, pero las damas rogaron “no intenten hacerlo por favor”. No hay duda, Rasputín tenía muchos encantos ocultos, aunque él era un bruto ellas cayeron en sus brazos”.

Victor, el Rasputín de las Femen, designado por su propias palabras como el padre del feminismo, habla abiertamente del maltrato a estas mercenarias del activismo, justificando la ofensa como el único medio para que las chicas despierten y no se dejen avasallar. Un sin sentido más. La última parte del documental versa sobre la desmembración de Femen y su salida de Ucrania para establecerse en otras ciudades como París. La huella de Ucrania no es un burdel transmite la conclusión de que Kitty Green, y su valiente decisión de poner las cartas sobre la mesa, ha hecho más por el feminismo que cualquier Femen.

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