Un blanco, blanco día

El lobo y la niña Por Pablo Sánchez Blasco

Quienes hayan visto antes Winter Brothers (Vinterbrødre, 2017), la primera pelicula del director islandés Hlynur Palmasson, no se habrán sorprendido ante el éxito de su segunda obra Un blanco, blanco día (Hvítur, hvítur dagur, 2019), la historia de un policía jubilado que descubre el adulterio de su esposa y se introduce en una espiral de autodestrucción y deseo de venganza. Las dos películas comparten una misma mirada sobre el aislamiento y la soledad de su entorno, sobre la ausencia del objeto amado y el progresivo derribo de las categorías asociadas a la masculinidad. La segunda, si cabe, más accesible para el público, aunque también más calculada, mediante la excusa de una investigación policiaca que otorga un sentido y un rumbo al existencialismo visceral de la primera.

Película tras película, lo cierto es que el cine de Palmasson confirma su talento a la hora de utilizar el paisaje como un elemento narrativo, si no protagonista, en la práctica equivalente a la construcción psicológica de los personajes. Sus películas nos describen una tierra islandesa árida y abandonada, un lugar alejado de todo, de atmósfera gélida, en el que resalta, por escaso, el menor contacto humano. Si en Winter Brothers lo hacía, básicamente, a través del modelado escultórico de sus obreros, de los cuerpos cubiertos de barro y de polvo de la fábrica, en Un blanco, blanco día elige la distancia como perspectiva para mostrarnos las acciones de su taciturno antihéroe, llamado Ingimundur. A través de largos planos generales, como las elipsis sobre la casa al comienzo, Palmasson nos describe un mundo abrupto en el que las atenciones femeninas –o los primeros planos, en términos lingüísticos– parecen absurdos o fuera de lugar.

Como ya se ha comentado anteriormente, la película destaca por su tacto a la hora de compaginar este retrato implacable de un paisaje y una cultura con la creación de imágenes simbólicas, subjetivas, en las que no faltan detalles de humor negro como reverso irónico del drama. Desde su mismo título, Un blanco, blanco día relaciona el mundo exterior e interior del personaje, o el de los vivos y los muertos que aún le atormentan, a través de imágenes tan potentes como la caída de la roca por el desfiladero o el paso de Ingimundur por el túnel, herido en el brazo y con su nieta subida a la espalda. La muerte no se menciona hasta pasados muchos minutos, y el fantasma de la esposa se filtra solo a través de viejas cintas de VHS, de fotos, de cartas o ensoñaciones, de imágenes, en definitiva, que subyacen al relato, como envueltas en la niebla del accidente inicial.

Un blanco, blanco día

Nada cambia que la traición de su esposa haya ocurrido, como sabremos más adelante. Nada cambia que exista un hombre a quien culpar por ello y también una herida ubicada en un lugar concreto de la vida de Ingimundur. Su periplo detectivesco no adquiere nunca una dimensión real para nosotros, ya que la película subordina estos sucesos a una realidad psicológica y simbólica más sugerente que aquello que podemos ver. En el cine de Palmasson, la violencia que brota del impulso destructivo del hombre surge siempre como efecto de un deseo frustrado, de una intuición trasquilada donde antes suponemos que debió de existir. No importa que la causa coexista en un espacio visible y compartido por los personajes. Sus películas transcurren a partir de un trauma, por encima o, según se mire, por debajo de los instintos primarios asociados al ser humano.

En este sentido, la presencia imponente de Ingvar Sigurdsson, el actor que interpreta a Ingimundur, contrasta desde un primer momento con su rutina actual de jubilado, responsable de una niña de ocho años, engañado por su esposa y aislado en su granja vacía de viudo. Su carácter terrible se ha debilitado en funciones domésticas, tareas sin grandeza ni vigor alguno, de las que surge, con mucha frecuencia, una sutil comicidad por parte de Palmasson. Por eso, Ingimundur constituye un menoscabado estereotipo de western, feminizado si se prefiere, cuyo único arma es ya su coche todoterreno, semejante, en un nivel simbólico, al rifle que compraba Emil en Winter Brothers. Como otros antihéroes de Palmasson, aislados y carentes de amor, Ingimundur se revuelve contra un mundo que no entiende y nunca ha entendido. O precisamente por ello.

Ingimundur es como un lobo que ya no da miedo a nadie, ni siquiera a una niña. El personaje reserva su tono más terrorífico para contarle historias de terror en la cama. Sufre la humillación de ir cada semana al psicólogo. Es cuestionado por los agentes de la comisaría y, en la pelea que mantiene con estos, su violencia provoca una lucha ridícula, de furia torpe e infantilizada, en la que vence utilizando un spray de autodefensa. Incluso su gran momento de venganza, el clímax de la película, se resuelve con un ataque inesperado y casi absurdo cuya principal consecuencia es la pérdida temporal de un brazo: una nueva amputación.

Un blanco, blanco día

En una entrevista anterior a la película, Palmasson aseguraba que su idea era contar la historia de un abuelo y su nieta, como una manera de volver a trabajar con Ingvar Sigurdsson al lado de la niña protagonista. Y, aunque la obra se aleja con frecuencia de esa relación, podríamos decir que siempre funciona como núcleo, como brújula narrativa para los desvíos y las circunferencias de la trama principal. A pesar de que le grite y le trate con dureza, Ingimundur quiere a su nieta, y su tragedia acaba reducida a su mismo nivel de inocencia, a la tarea y el desvelo de protegerla.

En este sentido, Un blanco, blanco día exhibe una visión menos trágica y finalmente optimista de las relaciones humanas que su primera obra, Winter brothers. La historia de Emil producía un contraste abrupto entre la fisicidad de su mundo externo y las ensoñaciones y fantasías de su cabeza. Por el contrario, aquí nos encontramos un equilibrio mucho más coherente entre los aspectos materiales y simbólicos del relato, entre la violencia y los sentimientos positivos, entre los vivos y, a pesar de todo, también entre los muertos.

 

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