Un castillo en Italia

La responsabilidad moral de la familia Por Fernando Solla

“Y esta es la desgracia, amigo mío:
nos estudiamos a nosotros mismos con
aplicación y después pensamos que
conocemos a los demás…”
Anna Petrovna en Un mes en el campo (Mésiats v derevne, Iván Turguénev, 1855)

El D’A 2014 ha seleccionado el tercer trabajo como realizadora de la actriz Valeria Bruni Tedeschi como película de inauguración en la presente edición del festival. La participación de Bruni en este personal proyecto ha sido triple y transversal, ya que, además de dirigir, se reserva el papel protagonista y co-escribe el guión de la película, a seis manos junto con Noémie Lvovsky y Agnès de Sacy, ambas colaboradoras habituales. Sin duda Un castillo en Italia  continúa la línea discursiva que su artífice viene desarrollando como realizadora, que es, antitéticamente, la de plasmar sus motivaciones como actriz, vehiculando su profesión como máxima expresión artística de su yo real. En esta ocasión, las pinceladas autobiográficas se matizan hasta trazar algo cercano a una performance, no tanto en lo referente a la improvisación sino a la elección del sujeto (y no del objeto) como elemento molecular de la propuesta artística.

Louise (Bruni Tedeschi) es una mujer de cuarentaitrés años, heredera de lo que antaño fue una poderosa estirpe industrial del norte de Italia que, al igual que su madre (Marisa Borini) y su hermano mayor Ludovic (Filippo Timi) residen hace ya tiempo en París. Ante la dificultad de mantener el ostentoso patrimonio de su difunto progenitor, el clan no se pone de acuerdo en cómo aligerar el dispendio económico que supone el mantenimiento del castillo – museo – mausoleo familiar y la subida de los impuestos. Paralelamente, Louise conocerá a Nathan (Louis Garrel) aspirante a actor que tras abandonar el rodaje de su última película reconocerá en la mujer a la incipiente e infructuosa aspirante a actriz que fue una década atrás. Poco después descubriremos que Ludovic sufre una enfermedad avanzada, algo que no impedirá que continúe sus días con cierto (y amargo) optimismo.

Un castillo en Italia

La realizadora propone, pues, un incontenido ejercicio de exposición ante las cámaras, convirtiendo el argumento en un selfie de su vida real, a la vez que entronca directamente con elementos argumentales de sus dos largometrajes anteriores. De la realidad toma prestado el castillo, cuya pérdida (en la película) detonará la desintegración del núcleo familiar y de cualquier atisbo aristocrático del pasado reciente, y que en la realidad es propiedad de la familia Bruni. Además, Louis Garrel, pareja de la realizadora hasta hace pocos meses, interpreta el personaje de joven amante que resulta ser hijo de un cineasta, como es el caso del actor. Marisa Borini, actriz que interpreta a la madre de la protagonista, es el pseudónimo de Marisa Bruni Tedeschi, progenitora real de Valeria. En último lugar, Valerio, extinto hermano de la realizadora, al que dedica el largometraje en los créditos finales, encontrará su alter ego cinematográfico en el personaje de Ludovic, que adolece de la misma enfermedad.

De su primer largometraje Es más fácil para un camello… (Il es plus facile pour un chameau…, 2003), Bruni Tedeschi incorpora a su actual Louise el desasosiego en el que vivía Federica, cuya riqueza le suponía una gran carga moral que desestabilizaba su vida, canalizándolo en el caso actual, a través del ejercicio del voluntariado social. Del segundo, Actrices (2007) recuperamos a Marcelline, actriz de unos cuarenta años (soltera y sin hijos) que a medida que avanzan los ensayos de la obra Un mes en el campo (Mésiats v derevne, I. Turgénev, 1855), se sentirá más cercana al espíritu de la antiheroína protagonista, mujer casada que es atraída por un estudiante y que, a su vez, embelesa al mejor amigo del consorte. No en vano, Bruni Tedeschi interpretó el personaje sobre las tablas en el año 2000. Su Louise se erigirá como una Natalia Petrovna de nuestros días, cuyas características resultarán opuestas en los detalles individuales para desembocar en un mismo y frustrado estado anímico de vacío existencial. No será la de Turgénev la única referencia a los clásicos rusos de segunda mitad del siglo XIX – primera década del XX, como veremos en la secuencia final, donde la tala de un árbol se convertirá en resumen del declive económico y moral de la aristocracia, del mismo modo como sucedía en El jardín de los cerezos (Вишнёвый сад, Ánton Chéjov, 1904).

Convirtiéndose en sujeto del largometraje, frontalmente enfocada por y para sí misma, la realizadora corría el riesgo de apartarse demasiado del público potencial de la película, pero lejos de parafrasear o glosar un listado de citas y frases célebres de los autores citados o de los protagonistas de su propia vida, Bruni Tedeschi se vale del aparentemente desordenado montaje de Anne Weil y de un particular método de dosificación de la información para inferir en el espectador una incómoda y ansiolítica sensación de desasosiego y angustia. Esa que supone el vivir una fatigosa intelectualidad o inteligencia arropados por un manto de hastío y tristeza. La empatía despertará, entonces, no tanto con las situaciones filmadas, sino con el estado de ánimo, convirtiéndose en epicentro explosivo de las emociones humanas, que harán de Un castillo en Italia una comedia, a ratos luminosa y a otros (los más), triste. La comedia de la vida.

Un castillo en Italia 3

Finalmente, el uso barroco (por recargado) de la banda sonora, así como el caprichoso e inexplicable cameo del actor Omar Sharif, supondrán la mayor discordancia de una historia a la que no debemos reprochar que no avance en términos de introducción, nudo y desenlace. Con esa separación de los capítulos en invierno, primavera y verano (aquí nos olvidaremos del otoño) y una asignación de situaciones que para nada se corresponden con la época del año en la que suceden (amor, enfermedad, separación, muerte…), además del ya mencionado montaje, nos sumaremos a la sensación de Louise de encontrarnos perennemente in media res de su propia vida. No avanzaremos ni miraremos hacia atrás.

Si a este sentimiento, sumamos las grotescas imágenes religiosas que se van sucediendo a lo largo de la película y, especialmente, la emotiva y enternecedora secuencia de la boda en la habitación de hospital, estaremos sin lugar a dudas ante un título que, lejos de agradar a todo el mundo, encontrará en aquellos espectadores que no ven cine, sino que lo viven como una experiencia no meramente contemplativa y sí sensitiva, a sus más acérrimos simpatizantes.

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