Un día perfecto para volar
El aburrimiento es un lujo Por Carlota Ezquiaga
Los niños y, en concreto, su mente e imaginación son la temática común de las dos últimas películas a concurso de la Sección Oficial del Festival de San Sebastián. Sin embargo, los enfoques son opuestos: si Les démons (Philippe Lesage, 2015) nos presentaba precisamente los demonios, los miedos infantiles, Un día perfecto para volar (Un dia perfecte per volar, Marc Recha, 2015) es una oda a la imaginación, creatividad y curiosidad de los niños.
La premisa de esta última es muy sencilla: un padre y un hijo vuelan una cometa por las montañas e inventan entre los dos historias sobre un gigante. Sergi y Roc llenan con su conversación prácticamente toda la película. Con total naturalidad y autenticidad (parte de la conversación no estaba guionizada, lo que le da a la película la torpeza que tiene la vida) y con muchísima química entre los dos, Roc Recha (el hijo de siete años del director) y Sergi López (amigo de la familia de toda la vida) caminan por las montañas catalanas hablando de todo y de nada.
Roc pregunta cómo se forma el viento, por qué los vencejos no pueden remontar el vuelo desde el suelo o por qué cuando se baña el gigante desaparece la playa. Sergi, con cariño, paciencia y sabiduría, responde a cada una de sus preguntas.
Lo que parecía que iba a ser solamente un filme naturalista, con el único propósito de mostrar en todo su esplendor una relación padre-hijo, incluye otra reflexión en su final, con la aparición del propio director. Así, a la paternidad y la imaginación infantil se le suma el tema de la pérdida. Uno de los puntos interesantes de la película era, precisamente, que su final estaba abierto a interpretaciones, pero parece ser que Marc Recha se ha encargado de dar la interpretación ‘correcta’ en la rueda de prensa. A mi juicio, ha sido un error.
Un día perfecto para volar es mínima, auténtica, sutil. Es una carta de un padre a un hijo; “un testamento”, en palabras del propio Recha. Lo es sin ningún tipo de empalagamiento ni sentimentalismo. Es, también, una de esas películas que gustan más después de haberlas visto que durante; puede ser que sea yo, que no fui capaz de entrar en la película, pero para mí, el poso fue más potente que la experiencia cinematográfica en sí.
No es la primera película que consiste básicamente en una conversación: tenemos, por ejemplo, Regreso a Ítaca (Rétour à Ihaque, Laurent Cantet, 2014) o la trilogía Before de Richard Linklater (Antes del amanecer, Before sunrise, 1996; Antes del atardecer, Before sunset, 2004 y Antes del anochecer, Before midnight, 2013). A Linklater siempre le ha fascinado el tiempo, y sus películas son muchas veces ensayos sobre el tiempo o experimentaciones con él, con Boyhood como culminación. Por decirlo de alguna manera, Un día perfecto para volar podría haber interesado al estadounidense.
En Un día perfecto para volar, los 70 minutos se hacen largos: por sus secuencias alargadas, por sus silencios, por sus largos planos de paisajes. Es cierto que tiene una historia más propia de un corto, y que hubiera podido ser un corto más redondo que esta película. Pero, precisamente, que sea un largometraje le da una dimensión diferente a la historia. Ahí está el experimento, el ejercicio cinematográfico. El cine también son sensaciones, y el alargamiento del tiempo crea aquí una atmósfera especial, que compartimos con padre e hijo.
Podréis llamarme naif, pero puede que películas así hagan falta en un mundo en el que no hay tiempo para reflexiones, en el que los viajes en metro se amenizan con Twitter, la colada se hace con la radio puesta, los paseos con el móvil en la mano, y vemos series en parte porque comprometer dos horas de tu vida en una película da mucho más vértigo que ver tres capítulos de 40 minutos. Esta película, al menos, nos permite el lujo de aburrirnos: las mejores idean surgen del aburrimiento. Contra los constantes estímulos de la vida moderna, Marc Recha, las montañas catalanas y setenta minutos de volar una cometa y hacer preguntas sobre el viento y los gigantes.
«La premisa de esta última es muy sencilla: un padre y un hijo vuelan una cometa por las montañas e inventan entre los dos historias sobre un gigante»
No son un padre y un hijo, son un niño y un amigo, es bastante evidente que la relación no es paterno filial, sino de amistad, el niño le llama Sergi