Un efecto óptico

El año pasado en Nueva York Por José Francisco Montero

Arriesguemos una lectura: Pepón Nieto y Carmen Machi interpretan a Alfredo y Teresa en un drama sobre una pareja en crisis: un matrimonio de Burgos que descubre el tedio al que ha derivado su vida juntos, una vez que su hija se va a estudiar a Madrid y quedan solos en la casa (sin contar a la abuela). Es entonces cuando deciden hacer por fin el viaje a Nueva York que han ido posponiendo durante mucho tiempo por una u otra razón.

La película en cuestión es una película de muy bajo presupuesto. Así que las exigencias de producción determinan que se ruede en Burgos: Alfredo y Teresa caminan por las calles de Nueva York pero Pepón Nieto y Carmen Machi lo hacen por las de Burgos u otras localidades españolas; la escena en que visitan el Museo Metropolitano de Nueva York se rueda en el Museo del Prado; para filmar la visita de la pareja a la Estatua de la Libertad han de conformarse con una réplica patética…  En fin, como en todas las películas, la realidad del rodaje se produce en un sitio (en varios sitios) y la de la ficción en otros (o, mejor dicho, en ninguno).

Pero llega un momento en que a Alfredo y Teresa les pasa lo que previsiblemente les ocurriría a la mayoría de los hipotéticos espectadores (y lo cierto es que Alfredo y Teresa son poco más en la vida que espectadores, por lo que no es extraño que su aventura esté enmarcada continuamente por pantallas): la mascarada es tan chapucera que, en una suerte de limbo entre el espacio de la realidad y el de la ficción, en una especie de Jet Lag existencial, en una tierra de nadie genérica entre el drama, la ciencia ficción, el terror y la involuntaria comedia, son los propios personajes los que comienzan a sospechar que no están en Nueva York sino en Burgos (y alrededores). Como en Las meninas, están dentro y fuera del cuadro a la vez. Así que el rodaje ha de empezar de nuevo, una y otra vez, introduciendo pequeñas variaciones en el guion o en el rodaje, a ver si el embrujo funciona en esta ocasión.

Un efecto óptico

La del viaje inmóvil tal vez sea una buena metáfora de la experiencia del espectador de cine. También lo es, desde luego, de la de Alfredo y Teresa. Tanto la que viven como matrimonio como en cuanto pareja de turistas; en ambas, asimismo, el viaje les ha llevado al vacío, ese que se va apoderando también del cuadro de Las meninas, primero desubicado, luego deshabitado y por último solo una pared vacía.

Sin embargo, como ejercicio autorreflexivo a Un efecto óptico le falta elegancia. En múltiples sentidos: progresivamente, Cavestany va abandonando la vía de la sugerencia por la de la explicitud; de forma asimismo gradual va acumulando temas, o apuntes, sobre un atractivo punto de partida que, tratado de manera más ascética, habría resultado mucho más efectivo; y, además, en los minutos finales el director madrileño incluso opta por la vía de la (no excesivamente subrayada, eso es verdad) parábola, acudiendo al molde del cuento infantil, con tentativa de moraleja incluida.

De modo que, lamentablemente, y a pesar de la poesía con que ocasionalmente se encuentra, esta variación (y ya ha quedado sugerido que esta noción es clave en la película) de El año pasado en Marienbad (L’année dernière à Marienbad, Alain Resnais, 1961) o Céline y Julie van en barco (Céline et Julie vont en bateau, Jacques Rivette, 1974) o tal vez de El planeta de los simios (incluso La estatua de la Libertad tiene aquí también un papel relevante), como el turismo, promete más de lo que finalmente ofrece.

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