Un lugar tranquilo 2

El silencio no es suficiente Por Javier Acevedo Nieto

El silencio no es suficiente, sentencia una de las frases promocionales de Un lugar tranquilo 2 (A Quiet Place II, John Krasinski, 2021). Queda demostrado cuando, entre las set pieces de la película, John Krasinski emplea el diseño de sonido diegético como atemperador del clima narrativo de cada escena. Una pequeña radio que se resquebraja buscando frecuencia, el sonido de las pisadas, la intuición de unos cristales rotos o el tamborileo del viento contra superficies de metal. No hay un solo motivo sonoro en Un lugar tranquilo 2 que resulte suficiente por sí mismo. Es la acumulación de todos ellos lo que mueve y supedita la imagen a las exigencias de una trama en la que, irónicamente, el silencio no es suficiente. Numerosas críticas han alabado la gestión del silencio y el uso del tejido sonoro por Krasinski, ninguna de ellas ha sido capaz de señalar una secuencia en la que el silencio haya sido una herramienta del lenguaje cinematográfico suficiente. Ese factor, en una película construida sobre planos secuencias y secuencias que buscan el clímax en lugar de detonarlo, prueba que Krasinski es un director con cierta conciencia estética —una correcta percepción del género y de la narrativa—, pero nula intuición estética —un gesto artístico que captura una visión del mundo allá donde nada más llega—. Amparado en su defensa de la unidad familiar, su película se limita a narrar el periplo de la familia Abbot en clave de survival que dosifica el drama intimista y el terror postapocalíptico. Exigir más quizá resulte injusto; sin embargo, recompensar tan poco con tanto también es un tipo de injusticia hacia un género —el terror— completamente vaciado de novedades icónicas.

Nada que objetar al dispositivo cinematográfico perpetrado en Un lugar tranquilo 2. El montaje en paralelo de los distintos hilos narrativos culmina en una planificación de cine autoconsciente y drama familiar de noble agenda. Genuina conciencia estética de los resortes audiovisuales de la tensión dramática y, sin embargo, en una película articulada en clave sonora no hay un solo instante de síncresis. Para Chion, esta síncresis era la soldadura espontánea entre un aspecto sonoro y visual que confluyen en un instante al margen de una lógica interna. Para Jacques Tourneur, quien se encargaría de mostrar el ruidoso acto de soldar imagen y sonido a partir de los silencios angustiantes de La mujer pantera (Cat People, 1942), era una cuestión de intuición estética: capturar una visión del mundo consiste en intuir lo que no está ahí y saber juzgarlo. Para John Krasinski, la síncresis es un recurso al servicio de una rutinaria conciencia de la realidad cinematográfica. Cuando el silencio no es suficiente, los chirridos extradiegéticos que buscan generar tensión aparecen. En consecuencia, emerge una película obsesionada por ser vista en su lógica interna y no por escuchar las posibles intuiciones estéticas que ofrece el género.

Un lugar tranquilo 2

Todo es un recurso narrativo listo para ser activado. En un mundo postapocalíptico la unidad familiar tras el trauma parece serlo todo y, en ese moralismo recalcitrante destilado en manierismos dramáticos, Krasinski intenta humanizar el dispositivo cinematográfico arrancando a la imagen y el sonido de cualquier posibilidad de representar su propia idea del terror. Es una decisión moral, pero que revela poco interés por vertebrar fórmulas alternativas de mirar lo encuadrado, es decir, el colapso de la civilización y, por ende, de todas las estructuras sociales y narrativas afectivas que lo sustentan. Uno de los problemas de Un lugar tranquilo 2 es que es una película cuyas unidades de tiempo —secuencias de largos planos y tensión creciente a partir de movimientos de cámara generalmente restringidos— están acompañadas por unidades de significado —por una intención discursiva—, nunca por unidades de forma —por una intención expresiva concretada en imágenes que vayan más allá del recurso narrativo—. Todo está pensado para estar ahí y, en la nula capacidad para cuestionar el punto de vista dramático, yace una cómoda intrascendencia.

El crítico Serge Daney hablaba de una ideología de lo visible: la visión conduce al entendimiento y la metáfora de la cámara como ventana abierta es la sublimación de una lógica que asocia lo real a lo visible. Es esta una tecnopatía extendida, una enfermedad del pensamiento que nunca se interroga sobre la organización de lo visible. Qué hay más allá de la “verdad” de la realidad que se refleja infinitamente en las imágenes que se limitan a visibilizar. Esa interrogación ha motivado maravillosas incursiones en el género de terror, cuya vocación esencial parece haber sido la de empujar los límites de la fotología, del estudio de los contornos de la cámara y lo que debe mostrar, hacia el cuestionamiento de la ideología de lo visible. El terror da miedo en la medida en la que impone una lógica propia en aspectos hasta entonces invisibilizados. En el mejor de los casos, la película de Krasinski es inocua. Una muestra más de un cine que no cuestiona la representación cinematográfica —lo terrorífico se invoca desde una conciencia de la tradición, no desde la intuición de reformularla— y de un cine ideológico —que no político— incapaz de vulnerar el régimen de representación del presente. Pensar es un riesgo, vulnerar la ideología del cine del presente —sus maniqueísmos familiares, su apelación a un nacionalismo de las emociones y su defensa de un humanismo donde la empatía es simple reconocimiento de egos y no de otros— a través del género que siempre pudo cuestionar el encuadre de la visión-cámara, no es algo que interese particularmente a Krasinski.

El sonido no es suficiente, no para romper el montaje lineal ni para detonar la fe ciega en lo visible. Un lugar tranquilo 2 quedará, por lo tanto, como una muestra más de un cine satisfecho en su intrascendencia. Nada peor que una película a la que hay que arrancar las palabras para buscar lecturas; nada peor que una película que manda callar cualquier expectativa a través del pauperismo narrativo. El sonido cambió el lenguaje cinematográfico rompiendo la lógica del montaje, la curiosidad por la profundidad del campo exacerbó la búsqueda de una cierta perspectiva estética y ahora los primeros planos que anulan el segundo plano nos recuerdan lo poco terrorífico que resulta el yo cuando no hay un nada más allá que mostrar.

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