Un peso, un dólar
Por Manuel Quaranta
Wikipedia dice: “La Ley de Convertibilidad del Austral (Ley Nº 23.928) fue sancionada el 27 de marzo de 1991 por el Congreso de la República Argentina, durante el gobierno de Carlos Menem, bajo la iniciativa del entonces Ministro de Economía Domingo Cavallo, y estuvo vigente durante 11 años.
De acuerdo a ella, se establecía a partir del 1 de abril de 1991 una relación cambiaria fija entre la moneda nacional y la estadounidense, a razón de 1 Dólar estadounidense por cada 10.000 (diez mil) Australes, que luego serían reemplazados por una nueva moneda, el Peso Convertible, de valor fijo también en U$S 1. Tenía como objetivo principal el control de la hiperinflación que afectaba la economía en aquel entonces. También exigía la existencia de respaldo en reservas de la moneda circulante, por lo que se restringía la emisión monetaria al aumento del Tesoro Nacional. El período en que duró la ley de convertibilidad se llamó popularmente «el uno a uno», en clara referencia a la igualdad peso dólar”.
Un peso, un dólar es una pésima película. Cualquier análisis sobre su fotografía, vestuario, movimiento de cámaras, resultaría unánime: un fiasco. Es vulgar y exagerada. Una mala copia de Fellini, por momentos. Provoca un rechazo inmediato. Gritos, alegrías y llantos impostados. Constantes, inútiles, ramplones. Ilusiones increíbles de personajes mal compuestos. Muy obvia. Roza el ridículo. Se podría decir que no cumple con ningún criterio más o menos digno de quien sepa apreciar lo que se denomina “buen cine”. Es una especie de Esperando la carroza mal construida. Un peso, un dólar no posee ningún valor cinematográfico.
Pero ¿y si el forzamiento de Un peso, un dólar pretende reintroducir una estética kitsch propia de un momento en el cual la república Argentina se caía a pedazos? ¿No es posible pensar que el director agudiza la mirada cuando cae en el ridículo?
¿La mala composición de las imágenes o los sentimientos light que emergen con el correr de la cinta no son una cifra de un período en el cual los argentinos nos hundimos en la más oscura de la ilusiones? ¿No será una estrategia de Gabriel Condrón llevar hasta la náusea algunos clichés propios de la época?
¿Estaré otorgando méritos que el director no tiene en mente?
La verdad es que me tiene sin cuidado lo estrictamente fílmico.
Un peso, un dólar tematiza la década perdida: el capitalismo bajo el signo neoliberal destruyó los lazos sociales que, precariamente, habían unido a una buena parte de nuestro país. Echó por tierra reivindicaciones obreras obtenidas a precio de sangre.
Devastó un campo cultural para que primara la lógica mercantil en cada resquicio. Arrasó con la industria nacional y con ella a millones de trabajadores. Terminó de desmantelar empresas estatales para luego regalarlas en privatizaciones criminales. Vació de contenido ideológico una serie de conceptos, como por ejemplo política.
Durante el gobierno de Carlos Saúl Menem una porción de la sociedad pareció vivir tranquila, sin conflictos ni discusiones, cada uno cuidaba su quintita y así las cosas iban más o menos bien. Un cuento de hadas: licuadora en cuotas, TV nuevo, viajecito. ¿Para qué más? Los políticos eran todos corruptos pero eso no constituía un grave problema porque los principales perjudicados estaban del otro lado. Incluso los medios de comunicación, afines en muchos casos, denunciaban lo banal y omitían lo importante: la destrucción de un país. De este modo, una clase media siempre renuente a la solidaridad, se erigía (salvo aquellos que iban sumergiéndose en la pobreza) en una caudal de votos vergonzantes, por no decir prostituidos.
La década del ´90, en resumen, fue obscena. En perspectiva histórica produce repugnancia: vivíamos una fiesta más mentirosa que la verdad mientras otros, poco a poco, caían en la pobreza y la indigencia. Era una fiesta obscena. La Argentina arrasada. Violada: relaciones carnales con los EE.UU aparentaban dar por fruto un ingreso al primer mundo que luego veríamos era simplemente una idiotez que algunos creyeron. La década del ´90 da vergüenza. Como Un peso, un dólar.
De este modo mi recomendación (nunca hago una) es sentarse y ver Un peso, un dólar sólo si se cuenta con un espíritu de desconfianza, sobre todo, con respecto a uno mismo. El ejercicio de mirar esta película trae como consecuencia inevitable la oportunidad única de advertir lo peor de nosotros.
la utilizo para trabajar e tema las privatizaciones.Esta buena!
La película es cómica… y Esperando La Carroza es la única película realmente buena que existe», lo demás es solo palabrerío rebuscado