Under Electric Clouds
El displacer Por Manu Argüelles
Suelo decir que muchas veces descubro la película cuando escribo de ella. No tengo tan claro que eso suceda del todo ante un film como Under Electric Clouds, porque ya advierto que un único visionado resulta insuficiente si quiero evitar que el texto no quede demasiado difuso e impresionista. Aunque, quizás, si quiero ser fiel al film, y eso es algo que me obsesiona, lo adecuado sería que el acto de escritura se quebrase. Quizás me vendría bien algo de escritura automática y olvidarme del férreo control al que habitualmente someto todo aquello que expreso.
Porque Under Electric Clouds, sí, es una película que puede resultar muy irritante. Con ella es fácil perder la paciencia. Cierto. Se excede en su mesianismo intelectual, también. Su dispersión y su constante flujo del caos, su buceo por lo ilógico e irracional más su incesante opacidad y su decidido distanciamiento son elementos que no sólo nos expulsarán del film, sino que seguramente interfieran o sean decisivos para que nunca acabemos de entrar. Y, yo, sin embargo, ahí estaba tan pancho.
Con mis flaquezas y carencias al descubierto, las de mi conocimiento superficial de la cultura eslava, pero sin ningún tipo de ansiedad por ello. No necesito ni comprender ni darle una explicación a todo lo que veo. Con una película como Under Electric Clouds es que ni lo intento. Me dejo llevar y ya iré construyendo el sentido más tarde o más temprano. Quizás pueda acertar una idea general, y con ella me acompañen varias sensaciones, quizás pueda pensar la imagen y ésta me ayude a superar la frecuente aridez y exigencia que suele llevar consigo el cine ruso contemporáneo cuando se viste con los ropajes del cine de autor. Es decir, a veces se trata de ir ganando una cierta familiaridad para que la próxima película de estas características sea un montículo más fácil para escalar.
En un principio, la premisa se expone de forma clara. Estamos en el 2017, 100 años después de la Revolución Rusa. Nos encontramos en los parajes neblinosos cercanos a un edificio a medio construir. Y en torno a él, pululan una serie de personajes ya definidos por la voz en off como personas superfluas, porque ellos también hacen la historia. Y como tales, más que personajes con entidad son presencias que deambulan sin rumbo, frente a una cámara que no deja de moverse y donde los personajes no paran de entrar y salir del campo de visión y donde además no paran de hablar.Es un desfile incesante de siluetas, casi de autómatas, que en su antipatía, mezquindad y frialdad, el acercamiento es necesariamente obtuso. Muchas veces son pasajes incomprensibles, descontextualizados, fragmentados e insuficientes para hacer un seguimiento ordenado y lógico. Es imposible aferrarse a ninguno de los personajes, no hay trabajo alguno ni de empatía ni desarrollo emocional con el que conectar. Son incluso ariscos e incómodos, como la hija del propietario fallecido.
Es, por tanto, un dispositivo cinematográfico que adopta la disposición de una representación teatral de vanguardia. Y no hay tregua posible. Para complicar las cosas, en su ejercicio extremo de libertad expresiva, se incorporan fragmentos oníricos inconexos, flashbacks desligados que no sabes muy bien a qué corresponden y cruces de personajes y repeticiones que martillean la cadena de episodios, por lo que Under Electric Clouds está llena de signos, la mayoría con esquivo significado. Y yo que no quito ojo de la pantalla.
Ay, si Lenin levantara la cabeza. Porque Under Electric Clouds nada guarda de aquel realismo socialista cuando el cine era un instrumento del aparato ideológico del Estado comunista para transmitir e infundar valores de ensalzamiento de la nación. Su decidido carácter distópico y su discurso inconexo y desmembrado alude justamente a eso, a los escombros de la madre Rusia, a su desarticulada identidad. Un presente decadente y borroso, una difícil pervivencia de un legado cultural en un ahora y un más allá inmediato, indefinido y brumoso. Aleksei German Ml. comparte una visión similar para su país similar a la que Theo Angelopoulos aplicase a la vieja Europa, reducida a estatuas abandonadas, a un escenario de la desintegración de los viejos mitos, a una imagen de la memoria desvencijada. Pero lo suyo no es tanto una elegía por lo perdido, o una nostalgia por los valores evaporados, como pasaba con el director griego, sino toda una sinfonía del caos y de lo enajenado, porque Rusia como nación es como ese edificio a medio construir, un proyecto constantemente abortado. Y no hay una ruta clara que seguir, no hay coordenadas para encontrar una orientación.
Quizás en ese paisaje moral, gobernado por la corrupción y por la descomposición, ya desde la misma estructura del film, en este baile de espectros y de tiempos que se desquician, que pierden toda base lógica, Aleksei German Ml me recuerda en muchas ocasiones al Peter Greenaway más abrasivo, críptico y barroco, el de Los libros de Próspero (Prospero’s Books, 1991) o El niño de Mâcon (The Baby of Mâcon, 1993). Porque, claro, creo que ya se puede deducir que Under Electric Clouds se corresponde con un cine netamente burgués e intelectual, un retorno a aquellas expresiones de los años noventa, films de altos vuelos con estética de fin de siglo, que reflexionaban sobre el peso de la Historia y entonaban un canto crepuscular.
En ese sentido, Under Electric Clouds es la negación de la utopía, del fracaso del presupuesto marxista o, más bien, del desierto tras el derrumbe ideológico.Se le puede achacar cierta parálisis en el alarmismo de un no-futuro, pero si uno se deja embargar por los flujos de la desesperación, el absurdo de la decadencia y el desconcierto del tiempo que vivimos, podrá encontrar cierto displacer freudiano que acabe trabajando a favor del placer. En esa tensión me moví con Under Electric Clouds y yo soy muy de eso, de oleajes irracionales, de bravuras estéticas y registros de lo inentiligible, desde la matriz existencialista y pesimista.