Under the Skin

Más allá de la superficie Por Daniel P. Pamies

Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era soledad y caos, y las tinieblas cubrían el abismo; y el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. Dios dijo: «Haya luz», y hubo luzGénesis 1:1-3

A menudo las películas más estimulantes de cada época (y las obras de arte, en general) son las que, a partir de una propuesta arriesgada, polarizan la opinión de sus espectadores. Las películas que dividen al público (crítica incluida), porque ponen en crisis y problematizan el modelo de relación con las imágenes de cada tiempo, porque tensan el discurso intelectual y abren el debate en torno a ellas. Un debate, sin embargo, que muchas veces se resuelve con la condena al ostracismo de las películas por su complejidad. El rechazo sistemático a lo desconocido. En muchas ocasiones, el presunto carácter críptico de estas películas -o más bien la actitud de un público perezoso que se niega no tanto a descifrarlas como a enfrentarse a ellas-, hace que sean expulsadas a una esfera marginal y que sobrevivan al paso del tiempo bajo la ambigua etiqueta de “película de culto”. En este sentido, uno de los muchos trabajos de la crítica debería de consistir en poner en valor estas películas y no tanto en tratar de descifrar su significado (si es que lo tienen), como en tratar de despertar el interés del público por acercarse a ellas.

Este es el caso de Under The Skin, el largometraje de Jonathan Glazer protagonizado por Scarlett Johansson y adaptación libre de la novela homónima de Michel Faber (2000). La película no solo no ha sido distribuida (todavía) en nuestro país, sino que ni siquiera fue exhibida en su momento más allá del  D’AFestival de Sitges o  la Muestra Syfy de Cine Fantástico de Madrid, entre otros eventos. Los dos últimos mencionados, por cierto, que mejor ilustran el género híbrido de la película: un drama articulado entre el terror y la ciencia ficción. Pero no solo entre géneros, sino también -y aquí radica su complejidad- entre la figuración y la abstracción, entre el espacio de lo comprensible y lo incomprensible, del interior y el exterior, de lo racional y lo emocional. En cualquier caso, Under The Skin ya cuenta en Filmaffinity con la dichosa marca de “película de culto” y un festival de semáforos de colores, poniendo de alguna manera sobre la mesa un cierto rechazo implacable y violento que, irónicamente, bien podría ser una de las múltiples líneas de lectura de la película. Ya en su recorrido por festivales, la película de Glazer fue como un pequeño cortocircuito que consiguió dividir a la opinión de una manera radical; aquí otra de las grandezas de Under The Skin: obligar al espectador a posicionarse. Por una parte, todo un sector de escépticos, representados en la bochornosa crítica de Carlos Boyero, a los que “la desnudez de Johansson no compensa” (cabe recordar que era el primer desnudo cinematográfico de la actriz y sirvió como reclamo para más de un cabestro) y, por otra parte, otro público diametralmente opuesto -entre el que me declaro militante- que recibía con fascinación y asombro la película de Glazer, todavía a día de hoy sin llegar a descifrarla del todo, consciente de su enorme margen interpretativo y con la firme convicción de que esta película no hay que entenderla, hay que sentirla.

Under the skin

Precisamente sobre la reflexión en torno al sentimiento es sobre una de las ideas que trabaja Under The Skin, en la que Scarlett Johansson, musa del cine digital, interpreta a una enigmática mujer que recorre Edimburgo en su furgoneta, seduciendo y secuestrando hombres en lo que podría verse como una relectura o transmutación de la figura de la femme fatale. Heredera de ese linaje de humanoides que exploran la condición humana, como Thomas Jerome Newton (David Bowie) en El hombre que cayó a la Tierra (The Man Who Fell To Earth, Nicolas Roeg, 1976) o Leeloo (Milla Jovovich) en El Quinto Elemento (Le Cinquième élément, Luc Besson, 1997), el viaje de la mujer sin nombre encarnada por Scarlett Johansson en Under The Skin pasa por un plano físico, externo (ese viaje en coche), pero también lo hace de forma paralela por un complejo plano interno, emocional, de corte existencialista. Lleno de matices, el arco de crecimiento que experimenta el personaje de Scarlett Johansson constituye, sin duda, una de las mejores interpretaciones de la actriz hasta la fecha: una evolución (evidentemente interpretativa) que pasa por el intento de comprensión de unos sentimientos, los humanos, que de entrada le resultan desconocidos. Porque el personaje de Scarlett Johansson, y esto no es ningún misterio, es un personaje femenino artificial, sintético, fabricado. Un cuerpo a cuyo nacimiento (o construcción) asistimos en el mismo prólogo de Under The Skin. Una breve y fascinante génesis con tintes bíblicos que viaja de lo abstracto a lo figurativo y que, por otra parte, sirve a Jonathan Glazer para establecer con precisión el tono de la película: una ficción inquietante, tan bien subrayada por la sugestiva música de Mica Levi, sin duda una de las bandas sonoras clave del cine contemporáneo.

Sobre una imagen en negro, en el vacío más absoluto, asistimos a la aparición de un punto blanco minúsculo (¿un píxel, tal vez?). Una herida diminuta en la pantalla. Una brecha por la que se filtra una luz cada vez mayor, que toma la forma de haz luminoso. El origen de la vida y, por qué no, del cine. En ese momento, el plano cambia y revela una alineación de círculos, una convergencia planetaria. Inmediatamente la apertura de Jonathan Glazer se conecta con otra de las alineaciones más célebres de la ciencia ficción, la que inaugura 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968). La cita no resulta gratuita ni casual, al fin y al cabo inscribe la película en la estela de la ciencia ficción cósmica y deja patente la influencia de Stanley Kubrick en la obra de Jonathan Glazer, algo que ya había hecho patente (de forma mucho más evidente) en su trabajo como director del videoclip de The Universal, de Blur.

Under the skin 2013

La secuencia de Under The Skin continúa: un balbuceo de palabras permite intuir el proceso de aprendizaje del lenguaje. Al mismo tiempo, en el plano visual y mediante el ensamblado de capas -otra de las características de la imagen digital-, asistimos a la aparición de algo que finalmente resulta ser un ojo. Un ojo sintético, presentado en plano detalle, que mira y es mirado al mismo tiempo. Un gesto clave y rebosante de significado, pues se trata de un ojo recién nacido que, por una parte, subraya la cuestión del punto de vista y, por otra, de una manera mucho más simbólica, exige al espectador la adopción de una nueva mirada, una nueva forma de acercarse a las imágenes, completamente genuina, limpia, y libre de prejuicios.

Solo entonces, después de este nacimiento y manifiesto visual, puede aparecer el título: Under The Skin. Solo entonces, después de aceptar el reto de adoptar una nueva mirada, puede empezar (a verse) la película de Jonathan Glazer. Asumido el pacto con el espectador, el foco se desplaza de la trascendencia estelar al paisaje de la Tierra, es decir, se presenta el marco espacio-temporal en el que se desarrollará la narración. Y entonces, en un espacio de nuevo vacío, pero esta vez de puro blanco, la figura desnuda (y ahora sí completa) de Scarlett Johansson frente a un cadáver vestido, se apropia de su ropa, o lo que es lo mismo, se apropia de un cuerpo que no es el suyo. El personaje de Scarlett Johansson, nacido de un píxel diminuto, es la encarnación de la imagen digital que Sergi Sánchez desarrolla en su libro Hacia una imagen no-tiempo. Deleuze y el cine contemporáneo 1: una imagen virtual obsesionada por suplantar una imagen real, por eliminar su huella de simulacro, por ocupar un espacio en el mundo real que no le corresponde. La mujer sin nombre de Scarlett Johansson es una imagen digital que se desplaza por un mundo analógico, una imagen desubicada, virtual, una proyección que solo busca volverse materia y encontrar su lugar en el mundo. La mujer sin nombre podría ser lo que Sergi Sánchez, en su libro antes citado, define como un “cuerpo sin órganos (CsO)” que “se rebela contra lo sistemático, lo establecido, lo normativo”, un cuerpo que se desplaza como una infección, que vacía literalmente a sus víctimas. La piel se muestra como poco más que un envoltorio, que un papel arrugado, la carne se convierte en Under The Skin en algo puramente visceral, físico, moldeable, violento y violentado, como si estuviéramos delante de un cuadro de Francis Bacon. Y la pregunta fundamental que atraviesa a la película desde su título: ¿qué hay debajo?

Under the skin 2013 Scarlett Johansson

Esta pregunta, que se evidencia en un nivel plástico en los personajes, se desplaza también a la propia forma del relato: qué hay debajo ya no solo de la piel del ser humano (¿hay un alma?), sino qué hay debajo, también, de la epidermis narrativa. Qué subyace en la historia, qué hay debajo del relato. Desde aquí, desde esta perspectiva que trata de perforar, de penetrar la superficie para encontrar un significado último, se pueden llegar a entender, o al menos aproximarse a ese espacio en blanco en el que desnuda al cadáver, o a ese otro espacio en negro, en un estadio entre sólido y líquido, en el que atrapa a sus víctimas como si fuera su particular tela de araña. Unos puntos de intersección entre la imagen digital y la imagen analógica, en los que la primera aprisiona y extermina a la segunda. Estos lugares, que podrían responder a una reproducción de una forma del pensamiento conceptual, lo que hacen es figurar una ausencia, un vacío. Lo que Farber resuelve en su novela a través de la elipsis, Glazer lo lleva al primer término: o lo que es lo mismo, y mucho más interesante, Glazer arrastra al campo el fuera de campo. El espacio en blanco y el espacio en negro son la concreción del fuera de campo. Lo irrepresentable invisible se vuelve visible en un espacio indeterminado; el espacio digital de convergencia entre la imagen analógica y la imagen virtual. Under The Skin penetra bajo la piel en un doble gesto: físico y discursivo.

Entre lo figurativo y lo abstracto, pero sin abandonar nunca el terreno seguro de lo narrativo, las imágenes desplegadas por Jonathan Glazer y su director de fotografía, Daniel Glandin, tienen la fuerza suficiente como para despegarse del peso de la palabra y adherirse a la memoria del espectador. Toda la verbalidad de la novela de Faber desaparece y se convierte en puesta en escena, sin apenas diálogos, reducidos al mínimo y desplazando de esta forma el foco de la palabra a la imagen, a unas imágenes de una fuerza imborrable. Todavía recuerdo el magnetismo y la fascinación con las que quedé enganchado por primera vez a Under The Skin. Como comentaba al principio, desgraciadamente, la película no cuenta con distribución en nuestro país pero, y aquí la trampa, sí cuenta con edición en países vecinos; así que no dudéis en haceros ya mismo con una copia y sumergíos en las imágenes de Under The Skin como una víctima más de Jonathan Glazer. Una de las películas más misteriosas, magnéticas y fascinantes del cine contemporáneo.

  1.  Sánchez, Sergi (2013): Hacia una imagen no-tiempo. Deleuze y el cine contemporáneo. Universidad de Oviedo.
Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>