Ute Aurand

Te escribo (Soliloquios II) Por Javier Acevedo Nieto

Te escribo:

Sé que se acerca el verano porque recuerdo que alguien te estaba haciendo un vestido. Si me pongo relamido, diría que el verano para mí es una mortaja. ¿Alguna vez has mirado una pared de cal refulgente hasta que te lloren los ojos? Las piscinas de Salamanca son así: observo la pared de la garita, ensimismado en el patrón del vestido que nunca veré, y no me doy cuenta de que me lloran los ojos. Cuando cierro los ojos, las moscas parpadean en la oscuridad y cuando los vuelvo a abrir, observo el paisaje: niños correteando, señoras embadurnadas en Nivea, twinks que acaban de empezar a tomar batidos de proteína y un correo de la universidad que me recuerda otra beca a la que no puedo optar. Todo sigue en el mismo lugar, pero sabemos que todo ha cambiado porque un pequeño seísmo íntimo quebró mis paisajes. A veces, me sorprendo cuando mi mirada realiza un montaje “en cámara” mediante la selección de fragmentitos de lo que miro.

Dijo Sylvia Plath: «lo que más temo, me parece, es la muerte de la imaginación». Lo que más temo ahora es la vida de mi imaginación. La siento como las ondas en el agua de la piscina cuando arrojo mi escuálido cuerpo: lleva la onda, la lleva hasta que cuando emerjo puedo tocarla y sentir el estruendo vivo de mi sombra: una suerte de silencio. Podría contarte muchísimas cosas de las películas de Ute Aurand, ¡qué imaginación tiene! Tiene un corto titulado Schweigend Ins Gespräch Vertief (1980) que es como hacerte un selfie en un espejito de la habitación: si lo miras el tiempo suficiente, te reconcilias con las arrugas y los pliegues de tu cuerpo. Ella monta las imágenes en cámara hasta que se solapan entre sí y forman patrones. A veces, desenfoca una secuencia de imágenes fijas y, cuando menos te lo esperas, te sumerge en imágenes: dos cuerpos bucean en una piscina y se rozan mientras la música puntúa el silencio cariñoso. Normalmente, siempre utiliza los 16mm que pueden hasta mostrar las manchitas de la piel que salen cuando uno está demasiado tiempo bajo el sol.

Los primeros cortos creo que son un autorretrato en movimiento. Juega con reflejos, sobreexpone las imágenes como me enseñaste en tu taller de fotografía y se obsesiona con mirarse en las sombras de elementos arquitectónicos; quizá piense que la imagen es una suerte de sombra que nos persigue hasta que se escabulle, emancipada y, por qué no, liberada de nuestros miedos. Una vez te hablé de Derrida y me odiaste con razón. Pero Derrida dijo que la negociación de sentido de una obra es un aplazamiento ya que el receptor siempre encuentra vacíos en la obra que busca rellenar. Pues bien, si miras los hilos que surcan el bosque en Fadenspiele 2 (2003), los milagrillos domésticos (caricias entre hierbajos, florecitas silvestres amarillas, rojas y celestes, losetas de edificios mal pegadas, caricias que ruedan de ojos melancólicas y muchas hojas muertas en el aire fresco) de Terzen (1999) o los versos caídos de las cuatro estaciones de Bärbel und Charly (1994); digo, si los miras bien, hallarás a una cineasta que busca aplazar su identidad porque, ¿qué importa quiénes somos? Parece pensar que somos lo que proyectamos cuando miramos.

Ute Aurand

Schweigend Ins Gespräch Vertief (1980)

Ute Aurand tiene su lenguaje propio y eso es muy difícil. Porque hay vidas y días, muchos días, que parecen de garrafón y Aurand consigue que parezcan tan irremediables como fascinantes. Para construir este lenguaje creo que muchos momentos han mordido su corazón. Halbmond für Margaret (2004) es el montaje de la infancia. Es un montaje entre la música y el silencio que se discute a sí mismo ya que lo que la cámara monta es luego contrariado por el montaje; qué mejor metáfora de la infancia, una rabieta que se olvida a los cinco minutos: toda la furia del pequeño mundo culmina en la olvidadiza alegría de volver a jugar. Y así con todo, como cuando fingíamos ser otras personas y me soñaba con que no nos habíamos conocido —pronominalizo el verbo porque los sueños viven en mí—, así Aurand concibe la vida: un renglón de recuerdos con una sintaxis libre. Opera con unidades mínima de vida con el fin de poner en mirada remolinos enredados de distintas vidas: peleas, enfermedad, alegría, suma lo que quieras. Tiene muchas piezas, pero terminé con Der Schmetterling im Winter (2006), que duele con verla. Pequeños fragmentitos escritos y narrados con una voz en off anticipan que vamos a ver a una hija que cuida a su madre anciana. Creo que pocas veces he visto una intimidad realmente íntima. Porque hablamos mucho de autocuidado, de enfermedad y de mimarnos; sin embargo, es difícil decir que el cariño muchas veces no es un gesto efusivo, más bien un respingo de resignación que acompasa la mano que limpia el cuerpo débil. Las imágenes se sienten como mimos, el hogar se llena de colores, las emociones (por invisibles y subterráneas) relampaguean en los chasquidos del montaje sincopado. Una vez estuviste enferma y pensé en este poema de Plath, Fiebre: 39,5º, que describe el estado de delirio febril de un cuerpo enfermo:

Querido mío, toda la noche

Estuve fluctuando, encendiéndome, apagándome.

Las sábanas llegan a pesar como el beso de un libertino.

Tres días. Tres noches.

Agua con limón, agua

De pollo, el agua me da arcadas.

Imagina poner esto en imágenes atravesadas por un caudal íntimo de fiebre, cansancio y delirio. Este es el cine de Aurand. Es una gramática de sentimientos convalecientes que no vemos, pero podemos intuir. Una intuición sobre la vida que la mayoría de los días solo podemos palpar a ciegas pero a plena vista y que la cineasta filma como quien aguarda, bajo la puerta, a que la convaleciente se quede dormida. Pienso mucho, cuando hacíamos algún ciclo de películas y me lo comentaste, en cómo mucho cine usaba las mismas formas del tipo de películas que buscaba denunciar. También hay una crítica que usa los mismos recursos soberbios de las películas que crítica. El caso es que con el cine de esta directora uno tiene la sensación de que ha encontrado la formulación más íntima y ajena a modelos. Parece darle la razón (de manera más amable) a lo que Roger Wolfe decía en Hay una guerra (1997): «pero lo que no aprecio, ni estoy dispuesto a tener en cuenta, ni a tomarme en serio, son las ganas de marear, los trucos, los paños calientes, la verborrea, el gato por liebre y la estupidez. Sencillamente no lo aguanto. Y soy yo, y nadie más que yo, quien decide qué cosas son todo eso.» Qué complejo mostrar nuestra intimidad sin esperar que nos devuelvan la mirada. El S8 ha titulado a este programa La tonalidad de los días, me parece representativo.

La filmografía de Ute Aurand se ve situada en una frontera: entre el cuerpo y el gesto, entre lo visible y lo invisible, entre la caricia y el acto. Hay algo de queer en ella que la sitúa en unas coordenadas de sensibilidad mestiza, pues tan pronto se vierte violentamente en efusivos gestos de montaje como gotea en dilatadas sobreexposiciones. Gloria Anzaldúa dijo: «Me cambio a mí misma. Cambio el mundo». Acontece que a veces nos cambian a nosotres mismes (como me cambiaste) y el seísmo íntimo modifica el mundo. Sé que acerca el verano porque me veo más viejo (tengo cuatro manchas nuevas en la frente) y porque estoy más lejos del anterior verano. En ocasiones, te recuerdo en fotogramas. Te levantaste, te sacudiste la hierba y fuiste a la piscina: ya nada ha crecido bajo tu sombra. Ahí te esperaba (un poco como un pez que boquea fuera de su ambiente) sin saber cómo poner el cuerpo. Pero bueno, quizá así espero yo olvidarte otro verano, mientras miro los cortos de Aurand. Tienen la cualidad de ser sueños en los creo que sus “personajes” nunca se soñarán, pues para eso querrían despertarse. Son imágenes que imaginan aquello que yo ya no puedo ver.

Hasta entonces y hasta nunca:

Te escribo.

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