Valentine Road
Por Jose Cabello
Séptimo día en LesGaiCineMad, la programación del miércoles da espacio en salas a proyectos altamente desconocidos pero categóricamente necesarios, sirva de ejemplo el bautizado como “cine marica de la transición”. El festival, en colaboración con la Universidad Complutense, ofrece una retrospectiva del grupo cinematográfico catalán Els 5 Qk´s´, uno de los movimientos más activistas y underground de este país, recuperando para la ocasión más de una treintena de films de temática LGTB realizados tras la muerte de Franco y la instauración de la democracia. Els 5 Qk´s´, compuesta por cinco miembros, quería demostrar “lo maricas que éramos” reivindicando el travestismo, atacando al al machismo imperante en la sociedad española y sobre todo hablando sin ningún tipo de tabú sobre la sexualidad. También ensalzaron la figura homosexual no viril pero apoderándose de elementos del mundo heterosexual, siempre con una mirada crítica. Una de sus obras más controvertidas fue También encontré mariquitas felices, en la que un grupo terrorista atentaba contra varios individuos homófobos.
Una persona de cada dos mil nace en un cuerpo imposible de catalogar como hombre o mujer. A pesar de la frecuencia de esta condición a caballo entre los dos sexos, aún existe un gran silencio social. Intersexion (Grant Lahood, 2012) explora la situación de las personas que han nacido sin una sexualidad definida y obligadas a crecer en una sociedad que no deja cabida a un género sexual fuera de la dualidad establecida.
Valentine Road salda la triple entente de la jornada documental. Valentine Road es el nombre de la calle donde está enterrado Larry King, un niño estadounidense de ocho años asesinado por un compañero de clase, Brian, mientras se impartía una lección de informática. Dos componentes enigmáticos rodearon este crimen. Por un lado, la aparentemente normalidad de Brian, el asesino, y el enigma sobre los motivos que lo impulsaron a disparar dos veces en la nuca de su compañero de instituto en mitad de una clase. Por otro, una vez muerto Larry, la forma con que el juicio se posponía indefinidamente, sin muchas explicaciones y ante la mirada desconcertada de los allegados al fallecido.
Marta Cunningham reabre las heridas de familiares, profesores y amigos de ambos niños, con el fin de clarificar un acto atroz que sólo podía ser fruto del odio más irracional. Es entonces cuando un halo de luz blanca refracta sobre la verdad. Reconstruir el pasado de Brian y Larry evidenciará las consecuencias desastrosas de dos infancias terribles, la del niño asesino obligado a vivir con un energúmeno como padre, un fascista adorador de las teorías esquizofrénicas de Hitler, y una madre alcohólica terminando de perfilar la típica estampa de desatención familiar. Tampoco la otra niñez fue cándida, los maltratos diarios sufridos por Larry le llevaron a la casa de acogida donde residió sus últimos días. En esta nueva etapa se origina un punto de inflexión en la vida del niño, que deja de reprimir su preferencia por maquillarse, vestir con ropa de mujer y cambiar su nombre por cualquier otro de chica que empiece por la letra L.
En su nuevo hogar, lejos de eliminar esta conducta, la potencian. Las monitoras instruyen a Larry en la delicada tarea de estilizar su nueva indumentaria, juegan con él y dejan que el desarrollo normal siga su curso. Sin embargo, en el instituto ocurre todo lo contrario. Sus compañeros, que ya abusaban de él por la condición de niño amable acusándole de “marica” (sólo hay que ver alguna foto de Larry), empeora cuando éste llega a clase ataviado del uniforme escolar complementado con pendientes, tacones o bolso. Y en lugar de ser ignorado por considerarlo un bicho raro, como Larry esperaba que ocurriera, las burlas adquieren un matiz más férreo. No obstante, las sornas no durarán, la normalización acabará imponiéndose con el transcurso de los días y la asiduidad constituirá la sala previa a la tolerancia. Aunque la calma procedía del ojo del huracán. El día de San Valentín, después de que Larry le regalara una tarjeta por parecerle un chico atractivo, se reveló la ira interior de Brian, que sintió humillada su hombría mientras recogía la carta alrededor de las risas de sus amigos heterosexuales.
Una ruta que aglutina las distintas percepciones de las personas cercanas al caso quiebra las posturas de carácter irreconciliable entre la salud mental y la enajenación no transitoria, ni permisible, de aquellos sujetos que justifican el disparo a quemarropa, realizado desde la homofobia, encubriendo al homicida con un derecho legítimo de defensa sobre su masculinidad. Increíble. Made in USA. Pero no frena aquí el disparate del american dream, Brian consigue dos abogados, hombre y mujer, ambos presentados voluntariamente al auxilio de este neonazi salido de American History X (Tony Kaye, 1998), despertando un poder de fascinación totalmente irracional, y sexual, sobre la abogada. Un guiño tuerto al fervor alemán que votó en las urnas por el nacionalsocialismo.
Y si la sala a estas alturas rebosa rabia, sólo queda el postre, conocer al jurado del juicio, un puñado de burguesas que meriendan tarta entre diálogos extraídos de un reportaje de revista Telva. Las señoras comparan a Larry con otro niño homosexual, también miembro de su clase, contando cómo ese niño, educado y correcto en sus formas, una vez estrechó su mano con otro chico del instituto y, tras la llamada de atención por parte del director del centro, no volvió a repetir tan monstruoso acto afectivo. El mensaje de estas pobres diablas es claro y contundente: nos importa una mierda tu homosexualidad, no queremos percibirla en nuestro horizonte.
Por este motivo, Valentine Road forja el alma del festival de LesGaiCineMad al formularse como una oda en pro de la visibilidad, de anclarse en la libertad de opción como identidad sexual, defendiendo lo diferente, atacando lo establecido y exterminando definitivamente la intolerancia del escenario.