Venom: Habrá matanza

Relaciones tóxicas Por Lorenzo Ayuso

Contaba Todd McFarlane con motivo del 30ª aniversario de la primera aparición de Venom en The Amazing Spider-Man #300 USA que su creación obedecía a un capricho creativo: si tomaba los lápices de la cabecera, como hizo en el número 298, sería a condición de devolverle al superhéroe arácnido su vestimenta característica y original, enfundado por aquel entonces en un simbiótico tejido negro 1. Había, pues, que encapsular ese material oleoso sobrante en un nuevo objeto que adquirió los desmesurados rasgos que lo harían reconocible hasta nuestros días. Por supuesto, el dibujante esquiva no solo la dependencia del guionista que lo alumbró, David Michelinie, quien como es lógico se niega a separarse del parásito al que tanto tiempo dedicó, sino de las múltiples referencias en viñetas previas que fundaron la viscosa sustancia con la que McFarlane luego modeló su anatomía. Pero por partidista que resulte su relato, resume la posición del Protector Letal en el Universo Marvel. La silueta azabache de Veneno, su propio nombre, señalizaba la deriva hacia la oscuridad que abrazó la cultura popular de los primeros noventa, con el grunge marcando el compás de una generación X que reclamaba un desgarro de la tradición previa; y, en paralelo, simbolizaba la estética, (agresiva e hipertrofiada, acorde a la época) de una nueva estirpe de autores estrella alumbrada por la Casa de Ideas, como el mismo McFarlane o Rob Liefeld, que se rebeló y emancipó para explotarla hasta las últimas consecuencias. Venom no es solo un producto trasnochado, sino casi un alienígena, a todos los efectos, dentro del mundo en el que fue concebido.

Esta circunstancia quedó de manifiesto con su inclusión forzada en Spider-Man 3 (ídem, Sam Raimi, 2007), al evidenciar el descabalgue entre la turbiedad intrínseca del antagonista y el aire vitalista de la trilogía del lanzarredes en conjunto, heredado de la Edad de Plata del tebeo. Pero también en su relanzamiento fílmico con Venom (ídem, Ruben Fleischer, 2018), desgajado de un Universo Cinematográfico Marvel (MCU) en cuyo plan maestro tampoco encajaba, aun siendo este imprescindible para su existencia toda vez que Disney y Sony comparten el patrimonio del trepamuros. El simbionte se ha convertido con los años en, más que un empeño, una obsesión para el productor Avi Arad y Sony, y en el principal activo que amortizar con cierto margen más allá del implacable monopolio marvelita. Un activo secundario, pese a todo. Frente al streaming imparable de contenidos -casi- indivisibles en el que evolucionó definitivamente la multipropiedad al entrar en la llamada Fase 3 2, Venom había de formularse partiendo de la nada, para lo bueno, y para lo malo. En el haber, su apuesta por apostarse en los bajos fondos, con un protagonista, Eddie Brock, devenido en patán en un mundo regido por los héroes de altas esferas donde hasta su Peter Parker coetáneo ha dejado de ser clase obrera; en el debe, entregarse a un modelo narrativo que se diría a estas alturas superado, el de la origin story, y a una trama resuelta con atropello para asegurar los rudimentos de una siguiente peripecia referida en la ya obligatoria secuencia de mitad de créditos… Siguiendo la norma establecida, una vez más, por el MCU.

Venom

En respuesta a este estímulo, Venom: Habrá matanza (Venom: Let There Be Carnage, Andy Serkis, 2021) llama poderosamente la atención por su rechazo frontal a los modelos del blockbuster pantagruélico contemporáneo, proyectándose como una -carísima- pieza de cámara. Carísima y, a la vez, modesta en sus ambiciones, con un elenco minúsculo, un limitado número de escenarios y una escueta duración de apenas 96 minutos. De un solo vistazo, que Serkis, en colaboración con Robert Richardson, se decante por el 1.85:1 como aspect ratio, frente al 2.39:1 de su antecesora, puede entenderse como un rasgo no solo de irreverencia sino de autoconsciente intrascendencia. Si la megalomanía de Marvel se plasma en su persistente elección del gran formato como la norma de su experiencia cinematográfica aun cuando ha implantado el 1.90:1 del IMAX para sus rodajes y sin que parezca importar la pérdida de información en el proceso, la practicidad de este segundo volumen sobre Venom denota un pensamiento nítido sobre las necesidades que comporta una presencia como la que retratan. Las dimensiones del monstruo alquitranado exigen de un tratamiento que le permita rellenar el cuadro, destacar dentro del entorno, máxime si se procura el contraste con lo mundano ubicándolo en espacios cerrados, abigarrados. No solo se hace honor a la morfología del boceto original, sino que se plasma su naturaleza como un espécimen fuera de lugar, fuera de sí.

Precisamente en sus momentos más delirantes es cuando Venom: Habrá matanza demuestra el sentido escénico y estético de la puesta en escena. Momentos que a menudo transcurren en el apartamento de Brock, donde se explora la naturaleza dual del personaje (un cuerpo compartido por dos entidades, la terráquea y la alienígena) y su relación con el espacio a través de gags llevados al extremo. Véase la escena, entre lo hilarante y lo grotesco, en la que la criatura cocina un desayuno a su atribulado portador, a fin de animarlo para superar su mal de amores, con el resultado opuesto. La planificación de la comedia física es modélica, con una combinación de los planos cortos y planos americanos y generales picados por montaje al ritmo del Let’s Call the Whole Thing Off interpretado por Louis Prima & Keely Smith, pero permite entrever la angustia inherente al humano ante el control absoluto del huésped, sobre él y su entorno, a través del primer plano, su último recurso expresivo: esos ojos vidriosos de Hardy perdidos en el frente mientras todo se disloca a su alrededor. El horror subyacente aquí tiende sus tentáculos hasta aproximarse, por ejemplo, a la secuencia culmen de Terroríficamente muertos (Evil Dead II, Sam Raimi, 1987), en la que la cabaña cobra vida para mofarse de aquel pelele incorporado por Bruce Campbell, quien se definía en su pugna para controlar su alrededor (la casa y sus componentes) tanto como a sí mismo y sus apéndices (el desdoblamiento a través de su mano poseída). También como aquella, Habrá matanza tiene mucho de one man show de Hardy, algo que refrenda su crédito como co-autor del argumento junto a la repetidora Kelly Marcel. La película, en su concepto, solo tiene sentido al construirse en torno a él, negándosele a Venom su independencia. Sin Hardy/Brock, no puede sobrevivir.

Venom

Esto da lugar a un conflicto, el “divorcio” entre las dos partes, que refleja las claves identitarias de la obra a la par que incide en su componente terrorífico. Venom necesita de otros organismos vivos para subsistir, organismos a los que consume hasta agotarlos y dejarlos caer muertos, siendo Brock el único receptor compatible a largo plazo y por tanto único garante de su supervivencia. Brock, por su lado, precisa también de su apéndice extraterrestre para operar como un individuo con relativo éxito en la sociedad, negándose a asumir que no es sino una afortunada vasija para un poder incontrolable. Ambos están obligados a sacrificar sus deseos particulares -el hambre voraz de la criatura, castrado al no poder alimentarse de humanos; el amor del hombre por su expareja Anne (Michelle Williams), sustituida a su pesar con el engendro- para unificarse en un solo elemento, en última instancia la única unidad real, una mónada leibniziana. La monstruosidad forma parte de lo humano, lo cual explica la atracción sobre lo horrible. Lo deja claro la citada Anne cuando reconoce que “es muy divertido” ensamblarse el simbionte después de jurar no volver a dejarlo entrar en su cuerpo, después de haberlo hecho para salvar a Eddie de la policía; pero aún más el villano, Cletus Kasady (Woody Harrelson) cuando destaca que “la gente adora a los asesinos”, asesino como él, nacido para albergar un virus simbiótico como el de Matanza. Un sujeto peligroso en tanto que el vínculo con su anfitrión queda descompensado frente al equilibrio de Venom/Brock. Uno que todos esperaban que irrumpiese, ya desde la primera película, para generar el ansiado caos.

Venom: Habrá matanza afronta esta circunstancia con chistoso cinismo, generando humor a partir de la carnicería que provoca Veneno al abandonar el cuerpo del periodista, tratando así de concretarse como un ente individual, hasta culminar su periplo en una mascarada donde el simbionte acaba abanderando un inconsciente discurso sobre la diversidad sexual: “He salido del armario de Eddie”, pregona. Su desestigmatización, comunicándose como un igual con los asistentes a la fiesta de disfraces, lleva a pensar que en su génesis la idea del parásito se gestó en una coyuntura en la que “todos estábamos preocupados por el VIH”3, que tuvo en San Francisco, no por casualidad la ciudad donde se desarrollan las historias de Venom en solitario, uno de sus epicentros en Estados Unidos. La preocupación derivó en la mutación sanguínea del simbionte, originándose Matanza, un nombre expeditivo. En lo que concierne a este archienemigo, el juego de afinidades resulta igualmente sustancioso, con Cletus viéndose dominado por la criatura que hospeda en su sangre, sin controlar la agresividad hacia su amada, Frances Barrison (Naomie Harris), con la que ahora resulta incompatible por los poderes sobrenaturales que posee, los ultrasonidos. No hay opción para más de una sola voz, nos dice el filme, algo que explica que el interés fluctúe cuando se abre a (pocas) más partes concurrentes.

Venom

Para ser una película tan encantada de regodearse en su bobaliconería (“¡Fuego y sonido… Excepto el sonido!”), Venom: Habrá matanza posee más cerebro del que admitiría. Trasluce al sacar músculo. Más allá de aportaciones obvias, como la cita en clave cómica a Protector Letal, primera miniserie del klyntariano en solitario, cuyo título se menta para recalcar su ridiculez, el filme demuestra un conocimiento de las hechuras con las que fue dibujado en su origen -McFarlane ya aplaudió el diseño cinematográfico en 2018 por su “gran presencia física” y su “aspecto fornido y hulkiano4-, amoldando la puesta en escena a esos trazos. La pelea final entre las dos criaturas posthumanas, ambientada en una iglesia a medio destruir, evoca las narrativas y los movimientos del wrestling popularizado en la etapa de incubación de Venom, cuyas hiperbólicas estrellas asumían el riesgo de la integridad y salud como la expresión máxima de su masculinidad límite, estimulada por el uso de anabolizantes. Ese abultamiento casi tumoroso de los cuerpos en liza -evoluciones de la anatomía clásica- remite a la “auto-monstruización” de los héroes culturistas de la época, percibidos como “obras de arte creadas por sí mismas en continua redefinición”, en palabras de Yvonne Tasker 5. La imagen de Matanza extendiendo imposibles extremidades a contraluz, hasta ensamblarse con la tracería del rosetón remite a esa idea, e indica una atención por el detalle y por la composición de la imagen, en contraste con la funcionalidad de un relato que, en el fondo, se limita a reescribir el guion de la primera entrega, que era mínima, depurándola más si cabe. Con ello se sacrifica la pegada que la némesis sí ha tenido, y de qué manera, en las historietas: su comparecencia queda supeditada a la necesidad de perfilar a su opuesto como protagonista de su plano de (ir)realidad.

La repetición de patrones, de mirarse al espejo buscándose las diferencias, se toma como un hecho inevitable con el que la película convive para producir una identidad única. Para conquistar una autonomía a partir de esa contradicción eterna, como contradictoria era la historia de la paternidad que desunió a Michelinie y McFarlane, de la custodia que Sony comparte con Disney. Más aún cuando las dinámicas industriales conducen inexorablemente a esta sub-franquicia a su absorción última por la gran matriz deglutidora de Marvel. La secuencia post-créditos, desligada del resto del material, avisa de la inserción dentro del canon “oficial” bajo el yugo del ratón de la Disney, luego consumada con la respectiva coda de Spider-Man: No Way Home (ídem, Jon Watts, 2021), en forma de briefing para un Hardy desorientado entre multiversos. La toxicidad de la relación entre sus componentes brota una y otra vez. Venom nace y vive de la eterna contraposición de sus partículas, y la presente impresión fílmica, de marcar una personalidad disonante con la asepsia de una superentidad que puede reclamarla para sí cuando se le antoje. Para cuando eso ocurra, y al margen de postreras manipulaciones del simbionte, habrá probado una de las máximas de los personajes de cómic: su naturaleza como seres secuenciales, pensados para dibujarse enésimas veces, sin estricta obligación de mantener una constancia o una coherencia entre representaciones. Todos esos dibujos, unidades simples, dan lugar a una entidad completa. Una idea, esta, que Marvel Studios acostumbra a olvidar. Lo relevante de Venom: Habrá matanza es su desinterés por convertirse en un acontecimiento de influencia impostada en la cultura de nuestros días, por empezar y terminar en sí misma. Desecha toda esa pretensión para limitarse a ser una película. Y, por tanto, un alienígena.

  1. MCFARLANE, Todd (@toddmcfarlane) (8 de agosto de 2018). This is the page that created Venom!!! If I didn’t like the classic look of Spiderman so much, Venom would never have existed (Fotografía). Instagram. (Consulta: 01.01.2022) https://www.instagram.com/p/BmH6ipTnx_a/
  2. DE LA TORRE, Víctor (2019). “Marvel Cinematic Universe (MCU): La ficción adulterada” en Cine Divergente, 15 de julio de 2021. (Consulta: 01.01.2022) https://cinedivergente.com/marvel-cinematic-universe-mcu/
  3. PACKER, Sharon (2014). “Spider-Man’s Symbiote & The Early AIDS Epidemic”. En Priory Medical Journals. Febrero de 2014. (Fecha de consulta: 02.01.2021): https://priory.com/history_of_medicine/symbiote_aids.htm
  4. STENG, Douglas (2019).“Comic book legend Todd McFarlane On Venom’s Critics And Who Should Direct The Sequel”. En 8 Days, 23 de enero de 2019. (Fecha de consulta: 02.01.2022) https://www.8days.sg/entertainment/hollywood/todd-mcfarlane-venom-interview-11153590
  5. TAKER, Yvonne (1993). Spectacular Bodies: Gender, Genre, and the Action Cinema. Routledge, Londres. p. 9.
Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>