Verano en Brooklyn (Little Men)

Gentrificación emocional Por Manu Argüelles

Crecer con los amigos, envejecer con ellos, ir trenzando a la espalda, con esos testigos de tu vida, años y años de una biografía compartida, es algo absolutamente maravilloso. Con los años, con los muchos años (yo tengo amigos activos desde hace tres décadas), las amistades se profundizan y agigantan. Alcanzan un nivel de emoción y de veracidad indescriptible.Rosa Montero - Gracias, El País, 19/09/2010

Si atendemos a los dos últimos lagometrajes dirigidos por Ira Sachs, El amor es extraño (Love is Strange, 2014) y Verano en Brooklyn (Little Men) no cabe duda que el director está plenamente concienciado ante un fenómeno urbanístico como es el de la gentrificación, sobre el que cabe decir que escasean exponentes cinematográficos que lo aborden con la misma determinación que la hace él. De esta manera, Verano en Brooklyn (Little Men) no solo se complementa con El amor es extraño sino que resulta una prolongación en toda regla. Su perspectiva es afrontarlo desde el costumbrismo intimista sin tener miedo alguno por abordarlo de forma directa desde un sentimentalismo y una emotividad que reposa principalmente en la fuerza de sus actores, ya que su puesta en escena siempre es funcional y transparente. Resulta fácil que se confunda sencillez con planicie, ausencia de retórica con escasez de trabajo compositivo, discreción con falta de talento. Pero Ira Sachs no cede, se mantiene firme en su planteamiento y decide borrarse con los riesgos que ello conlleva, porque todavía necesitamos que nos lancen demostraciones de talento con luces de neón. No hay mayor ejemplo que el ejercicio de improvisación actoral en las clases de intepretación a las que acude Tony (Michael Barbieri), uno de los dos adolescentes protagonistas. Esa lucha dialéctica entre profesor y alumno que acaba cerrada en el plano en el que nos deja a solas con los rostros de los dos actores, uno frente al otro extremadamente cerca, está al servicio de la demostración del talento de sus dos intérpretes. La secuencia en su totalidad, desde que empieza la clase hasta llegar al clímax final del enfrentamiento de los dos es todo un mecanismo audiovisual que cede todo gesto de autoría, una muestra de humildad en beneficio de quien está en el plano.

Little Men

Ira Sachs nos adentra dentro de esa problemática, la gentrificación, entendida como la modernización nociva de un barrio, donde no se priman las necesidades de los ciudadanos sino que todo se articula en torno a especulaciones inmobiliarias y negocios que priman el rápido enriquecimiento de los de mayor poder adquisitivo, obligando a las clases desfavorecidas a que pierdan sus viviendas (como pasaba en El amor es extraño), o sus pequeños y humildes medios de subsistencia [como sucede en Verano en Brooklyn con la madre de Toni, Leonor (Paulina García)].  El director dibuja con meridiana claridad como eso de lo cool o el barrio de moda aplicado a nuestras infraestructuras urbanísticas supone el aniquilamiento o la desfiguración de la identidad de una ciudad, circunscrito aquí a un distrito como Brooklyn, y que además está devastando a aquellos que no tienen capacidad para resistir o defenderse. Porque lo que Ira Sachs revela cuando aborda la gentrificación a través de su pequeño microcosmos humano es una pérdida de valores, una clara deshumanización. Cuando existía el contrato de renta antigua para la tienda de Leonor con el abuelo de Jake (Theo Taplitz) primaba el valor de la palabra, de la confianza, de la amistad y la solidaridad, del ayudarse mutuamente entre el propietario y el arrendatario: el sentimiento cívico, muy arraigado en una ciudad como Nueva York. En el momento que el abuelo fallece, el principio del film, es cuando entra el conflicto, la propiedad la heredan los hijos y el contrato si se renueva no será con las mismas condiciones sino que se pondrá a la altura de lo que existe en el mercado. Aquí también se procede a una desmitificación de las profesiones liberales relacionadas con el arte -el padre de Jake es actor-, en cuanto no son siempre garantía de éxito. No todos los actores pueden vivir de su trabajo, aunque automáticamente proyectan lo contrario: el triunfo y una posición social privilegiada. Podríamos decir que es una falsa clase media. Justamente ese enmascaramiento también se aplica de forma integral dentro de su familia, ya que el padre pierde el rol tradicional de ser el garante económico de su núcleo familiar. Los tiempos cambian y los roles también. Pero ese encubrimiento se extiende a las relaciones que mantienen entre sí los adultos. Disfrazado todo desde una cordialidad, poco a poco el incidente de la renovación del contrato desvela aquello que la apariencia de las relaciones parece clamufarnos, no tardarán en llegar los golpes bajos, las recriminaciones y las descalificaciones. El director siempre busca que todos sus personajes puedan comprenderse por parte del espectador aunque no conciliemos con sus posturas.

Pero frente a esas dos capas en las relaciones que mantienen los adultos -exactamente las dos capas que subyacen en la gentrificación: una estética y positiva/modernización que bajo su superficie esconde un fenómeno de injusticia social-, contrasta con la relación que mantienen los adolescentes al conocerse. La alianza se da de forma tácita, no hay dobleces y hay un afecto auténtico, puro, como si estuviésemos en una película de Howard Hawks. Frente a unos adultos gentrificados (fantástica analogía entre lo urbano y lo humano), unos adolescentes con los que Ira Sachs clarísimamente se posiciona y con los que despliega asimismo algo sotto voce, con una naturalidad tan silenciosa que casi puede pasar desapercibida, ya que a partir de la relación que Jake mantiene con Toni, el primero puede ir construyendo su propia identidad sexual, de la misma manera que Toni ya demuestra interés por las chicas.

Verano en Brooklyn LittleMen

Así sucede que uno se vea más necesitado que en otras ocasiones de defender con más vehemencia una película como Verano en Brooklyn (Little Men), porque a uno le da la sensación que está defendiendo al más débil, al que más fácil se le va a atacar. Y, también, seamos honestos, cuando uno acaba significado según su personalidad y según su forma de ver y pensar el mundo sabe perfectamente que no está luchando por una película sino por un posicionamiento ante la vida, por una sensibilidad determinada, por una legitimación de una forma de expresarse. No puedo quedarme inmune ante Verano en Brooklyn (Little Men) porque eso sería negar mis propios recuerdos, como negar mi propia constitución que me ha llevado a hacerme adulto. El chico ese atípico siempre necesitado de protección, Jake, aquel que se parapeta siempre detrás de su amigo (Tony), el carismático, el sociable, el brillante, el que gusta a todo el mundo. Ese nivel de emoción y veracidad indescriptible que escribía Rosa Montero en su columna es lo que yo siento ante Verano en Brooklyn (Little Men), porque no me canso de celebrar esa amistad de la que me siento tan orgulloso y tan privilegiado. Ante ese ejercicio memorístico en ocasiones obsesivo no hay atisbo de añoranza, es un continuo regocijo ante el presente. Porque somos conscientes de lo transitorio y porque sabemos que siempre estamos expuestos ante el cambio. Sabemos con qué facilidad todo puede volar por los aires porque lo hemos sufrido, siempre juntos, siempre uno al lado del otro. Esa patria y ese territorio que decía Rosa Montero, aquello que es lo tuyo, aquello que eres tú. Verano en Brooklyn (Little Men) no es una película más, es la imagen mental y afectiva de ese lazo, de esa unión irrompible.

Verano en Brooklyn Little_Men

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Comentarios sobre este artículo

  1. Ana dice:

    Spoilers. Mientras la veía me venía a la mente Nader y Simin (historia de una separación) salvando las distancias y la realidad social de cada una, en ambas es el menor el que sufre de las decisiones de sus progenitores. Tal y como comentas se confunde la sencillez con la planicidad, el director no busca la lágrima fácil, ni dramatizar un hecho difícil para los dos menores que no entienden la dificultad de sus padres para llegar a un acuerdo, ni tampoco el por qué debe afectarles esa situación en la cual se ven envueltos por el enfrentamiento negándoles poder disfrutar de su amistad, los golpes bajos como comentas a la desesperada son confundidos con giros ridículos, cuando solo plantean un conflicto donde ya se ha cruzado la línea del razocinio para atacar con los mas bajos instintos de supervivencia y donde ya se ha trasladado el conflicto a los menores, algo que no resulta extraño para el espectador. El trabajo actoral de los dos «pequeños hombres» es excelente, tanto la química entre ambos como por separado, pleno acierto dotarles de escenas en los que poder lucirles a los dos. El director nos deja en el aire el reencuentro, que de seguro sucedería, no hace falta más…

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