Viaje al cuarto de una madre
Telempatía Por Javier Acevedo Nieto
Milan Kundera describiría el amor como una suerte de telepatía mental. Jessica Benjamin ahondaría en ese concepto identificando cómo se desarrolla la sintonía entre las mentes de una madre y una hija. La identidad de esa sintonía nace del reconocimiento de la asertividad de la hija por parte de la madre, y del reconocimiento por parte de la hija de que la mente de la madre existe al margen de su propia mente. El amor surge entonces de esta dialéctica entre la asertividad propia y la soberanía ajena. La relación madre-hija no se alimenta de la oposición entre una posición de poder y una de sumisión, sino al compartir estados y emociones similares, sin esperar control a cambio 1. Experimentar las similitudes, pero también las diferencias, un imaginario femenino y psicoanalítico que cargó contra la herencia de Freud y Lacan. La teoría psiconalítica de Benjamin es más compleja, pero parte de un principio clave: el amor es una cuestión de tensión, de reconocimiento y de diferencia, y no hay nada traumático en esa tensión no resuelta.
«Para poder existir por uno mismo, uno tiene que existir para otro» arguye Benjamin. Esa coexistencia revela el mecanismo de tensión que retroalimenta el amor. En un momento de Viaje al cuarto de una madre (Celia Rico, 2018) Estrella (Lola Dueñas) se prepara el desayuno, y opta por experimentar con el té inglés, pensando quizá en que su hija Leonor (Anna Castillo) estará haciendo lo propio en Londres. Ese momento de telepatía mental — sería mejor decir telempatía mental deformando un poco la intención de Kundera — la relación entre madre e hija se revela a través de un microgesto en la puesta en escena que se repetirá durante todo el filme: el foco en la naturaleza doméstica del hogar como detonante de las dinámicas interpersonales. El filme de Rico se detiene con frecuencia en el momento suspendido entre las acciones cotidianas, privilegiando espacios desposeídos de valor dramático en otros filmes e imbuidos en este caso de un valor de transición emocional. El pasillo de la casa, el umbral de la puerta, encuadres neutros de habitaciones parcialmente ocultas por la jamba de las puertas. Leonor y Estrella destensan la cuerda que las conecta como madre e hija en esos lugares de paso en un filme donde el diálogo carece de mayor valor dramático que el registro emocional.
Madre e hija conviven y deambulan por un único espacio doméstico. La primera es incapaz de reconocer la asertividad de Leonor como joven que intenta abandonar el microcosmos local y probar experiencias que vayan más allá de remendar pantalones y planchar. Esa negativa a continuar con el legado profesional materno se manifiesta a través nuevamente de pequeños gestos que relegan a Leonor a porciones del encuadre de escasa atención visual. Por su parte, Estrella se entrega a su hija tras la pérdida del marido, y por consiguiente su hija estima que la mente de la madre es incapaz de volver a ser independiente tras el episodio. En ese planteamiento madre e hija están próximas físicamente, pero al mismo tiempo la tensión es inexistente y la relación pende de una fina cuerda. La relación de poder está claramente establecida: la figura materna ejerce de autoridad un tanto intransigente ante la taciturna rebeldía de la hija. El reconocimiento de esa autoridad se funda en las diferencias entre ambas, no en las similitudes. Es en ese desequilibrio donde el amor materno-filial parece estar a punto de perder el equilibrio.
Cómo reconstruir la tensión entre madre e hija para mostrar finalmente lo que es amor parece la labor de Celia Rico. Construir empatía a través de la reivindicación de las semejanzas una vez representadas las diferencias. El detonante narrativo es el viaje a Londres de Leonor en busca de trabajo y sobre todo, de libertad. Episodio traumático para ambas, pero especialmente para Estrella, personaje incompleto que amenaza con fagocitar las expectativas pero siempre recula a tiempo. Viaje al cuarto de una madre es, por lo tanto, un filme que aspira a reconstruir la empatía a través de la telepatía emocional de una madre y una hija separadas por primera vez. El filme de Rico juega con el espacio único — salvo contadas excepciones — y la función sensorial del espacio doméstico — revestido de una carga psicológica —, pero su propuesta es tan tímida — que no intimista — que termina por carecer de un genuino carácter dramático.
El cortometraje anterior al debut en el largometraje de Rico, Luisa no está en casa (2012) merodeaba por coordenadas similares proponiendo el conflicto marital entre un marido y una esposa ancianos a raíz de una lavadora estropeada. En ese cortometraje Rico cuestionaba la génesis de las dinámicas de pareja ahondando a través de una ama de casa “insumisa” a ojos de su marido en un tono más vehemente y explícito. En el filme el conflicto entre agentes sociales queda elidido, y la representación de lo femenino se ciñe al plano emocional, quedando en segundo plano cualquier componente de crítica social. En su lugar, y frente a tibieza inserta en la timidez narrativa, Rico sí perfila una voz como narradora capaz de respetar el silencio de sus personajes y privilegiar el trabajo actoral. El logro es que de esa timidez narrativa surge esta vez sí una hábil labor de representación de las similitudes entre madre e hija que aportan la tensión necesaria para mostrar un amor renovado a partir de esa telempatía motivada por la distancia física — y la aproximación emocional —.
Expuestas las diferencias al principio del filmE y construidas las semejanzas durante el desarrollo, Viaje al cuarto de una madre tensa la cuerda del amor entre una madre y una hija para mostrar una relación de mutuo reconocimiento, de autoridad compartida y de una dialéctica emocional que se expresa en silencios más que en la estilización del drama o el abuso de la palabra. Rico demuestra en su debut un esmerado interés en los silencios y en los intersticios tanto físicos como emocionales. Próxima al hermetismo espacial y al distanciamiento emocional de Fernando Franco en Morir (2016) o La herida (2013) — lejos en cuanto a impacto —, Rico merodea entre un discurso íntimo y empático. Sobrevuela la tentación de caer en un determinado gesto aséptico que cierra la puerta al comentario social, y a través de la cámara fija y angulación neutra reniega de una construcción del punto de vista subjetivo.
El filme corre el riesgo de insertarse en una corriente coetánea del cine español que incurre en deshidratar las emociones y desvelar inánimes estudios de personajes donde la logofobia y el silencio no aportan una cualidad introspectiva y psicológica y el registro del presente es nulo.
Viaje al cuarto de una madre salva más riesgos que oportunidades y se perfila como una obra capaz de construir y desvelar la complicidad entre dos personajes elevados en silencios. Madre e hija que entienden que el amor es una cuestión de tensión, y donde esa telempatía marcada por la distancia cristaliza no tanto en la concreción de la puesta en escena como en los umbrales en los que se detiene una cineasta que desvela un viaje a la intimidad del hogar donde la distancia se mide en el tiempo de un abrazo.
- BENJAMIN, Jessica (1988). The Bonds of Love: Psychoanalysis, Feminism, & the Problem of Domination. Nueva York: Pantheon. ↩