Videofilia (y otros síndromes virales)

La nueva mente Por Yago Paris

¿Una experiencia ha existido si no queda registrada? Toda visita a una gran ciudad arrastra a una horda de turistas con cámaras colgadas al cuello o insertadas en los propios dispositivos electrónicos de bolsillo. El objetivo de tales tours parece ser el de la captura de todo espacio retratable. Los aparatos echan humo; hay que guardar para la posteridad todo lo que está siendo observado. Tal es la obsesión documentalista, que asalta la duda de si el objetivo es conocer nuevos lugares o guardarlos en la memoria de estos aparatos. Vacaciones vividas a través de las pantallas, experiencias sólo entendidas a través de estos recuadros electrónicos. Llega un punto en el que los ojos no levantan la mirada del aparato electrónico, a través de él se pasa a observar el horizonte, y asalta la duda de si el mundo real ha pasado a ser el cibernético. ¿La nueva realidad ha pasado a ser la virtual? ¿Se siente, se vive, se experimenta fuera de este marco?

Esta situación se puede extrapolar a la interacción humana. ¿Se tiene vida social si no se está en redes sociales? ¿Has estado en un sitio si no te sacas un selfie y lo compartes en tu muro virtual? Relaciones que se entienden a través de teclados en conversaciones escritas, sexo a través de webcams, entretenimiento con videojuegos multijugador vía online. ¿La nueva sociedad es la virtual? ¿Las verdaderas relaciones son las que se establecen, nuevamente, a través de pantallas? ¿La conversación cara a cara ha dejado de ser una interacción real? ¿El mundo físico se ha convertido en la imitación insulsa del virtual? Cuestiones, muchas, las que se plantean en Videofilia (y otros síndromes virales) (2015), la segunda película de Juan Daniel F. Molero –tras Reminiscencias (2010)- y su primer largometraje de ficción, que llega a la Sección Oficial del Atlántida Film Fest tras haber ganado el Tiger Award en la última edición del festival de Rotterdam.

Videofilia

La experiencia existe si queda registrada.

La obra del peruano se sitúa, sin tampoco acabar de determinarlo, en una suerte de futuro muy cercano –mucho más que lo que propone la serie Black Mirror (2011-), pero sin llegar a ser una disección de la sociedad actual, como las que realiza David Fincher [La red social (The Social Network, 2010); Perdida (Gone Girl, 2014)]–. Una especie de “pasadomañana distópico” en el que la videofilia comanda la conducta del ser humano. Una tendencia que provoca que una simple conversación de colegas necesite ser grabada por uno de sus participantes. La sociedad, en absoluto futurista, aparece representada como un maremágnum de imágenes digitales procedentes del triunfo de la multipantalla. Un cuasipresente en el que la realidad ya sabe a poco y cualquier nueva vía de evasión está en busca y captura. Jóvenes sin un referente claro pasan de todo tipo de pornografía a la violencia del videojuego, deteniéndose por el camino a drogarse con lo primero que llegue a sus manos. La videofilia comanda sus mentes y ya no entienden sus vidas de otra manera que no sea estando constantemente conectadas a dispositivos electrónicos y de videograbación.

Videofilia

A través de una pantalla todo es más intenso.

Sin embargo, en este mundo de hiperdigitalización, las tendencias de la moda no se han perdido, por lo que lo retro triunfa. El VHS ha vuelto, los videojuegos son los antiguos –bien pixelados– y las grabaciones amateur pierden calidad de imagen, hasta el punto de que el “pasadomañana distópico”quizás sea un “anteayer”. En las sustancias de abuso, el alcohol nunca ha pasado de moda, pero el LSD vuelve a liderar el grupo de drogas fuertes. Lo que ha cambiado es la mente que recibe estos alucinógenos. Ya no hay psicodelia hippie; ahora el viaje es digital. Es aquí donde el talento visual de Molero alcanza su máximo. Toda la película supone un constante juego con la percepción y el formato de imagen –su formación en videoarte se hace notoria–, pero su idea más brillante llega con la ingestión de un sello de ácido lisérgico por parte de su protagonista femenina –Muki Sabogal, debutante en el largo–. La imagen se convierte en la representación visual del subconsciente estimulado por esta sustancia, y es entonces cuando el fotograma se distorsiona, se pixela y aparecen fallos, todo ello propio de lo digital. La videofilia controla la nueva conducta humana, su nuevo subconsciente, que se libera y manifiesta en estos términos.

Videofilia

Un viaje psicotrópico-digital.

El director peruano acierta al no juzgar a sus personajes, ni siquiera en sus decisiones más turbias. Esos momentos en los que la videofilia se torna más desatada y provoca que sus encuentros sexuales precisen ser grabados mediante cámaras adaptadas a gafas, o que su necesidad a la hora de explorar nuevos fetiches los lleve a representar y grabar asesinatos fingidos, para poder difundirlos por la red. Los ambientes son lúgubres, la decadencia se palpa y el sudor se respira a través de los poros de una imagen en constante mutación. Una imagen que bien puede ser la representación absoluta de la nueva mente –como fue en su día la nueva carne de David Cronenberg [Videodrome (1983), La mosca (The Fly, 1986)]–, que quizás se ha convertido en otro aparato electrónico más. Un nuevo sistema operativo, que, como tantos otros, puede acabar sufriendo la infección de virus informáticos, como la propia película representa. El fotograma se bloquea, cual pantallazo de ordenador,y se superponen imágenes obscenas y perversas. ¿O acaso este virus no es otro que la propia videofilia, que se instala en la mente y colapsa el subconsciente?

Videofilia

La nueva carne de Videodrome (David Cronenberg, 1983).

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