Wakaranai

Antoine Doinel Por Manu Argüelles

Existen películas que su deuda es tan grande con largometrajes precedentes, que corren un serio riesgo de anular su valor. Es el caso de Wakaranai : Where are you? vista también en Festival de Gijón y en el BAFICI 2010.

Por un lado, tenemos la explícita referencia a la inmortal Los cuatrocientos golpes (Les Quatre cents coups, 1959) y especialmente a Antoine Doinel, a quien va dedicada. Hasta aquí bien. Porque podría ser una reformulación sumamente árida y sobria, rigurosamente implacable y alejada de cualquier atisbo de lirismo. Como Tsai Ming Liang en Visage (2009), parece existir una obsesión oriental por ese personaje que representa un icono de la modernidad de la Nouvelle Vague. Este homenaje se hace particularmente explícito en la secuencia del desenlace cuando es capturado por unos policías. El interrogatorio posterior está filmado exactamente igual.

Los adultos también son retratados en la película de Kobayashi, Wakaranai, de forma seca y dura, sin concesiones y llevando al extremo la crueldad de unos adultos que no atienden a otra lógica que no sea el dinero. Ya que, con este relato en clave de monólogo silencioso de un adolescente sin padre ni madre, realiza una crítica a la rigidez del sistema japonés y con ello denuncia un estado asistencial completamente ineficaz. Y por aquí se evidencia el débito contraído con la película Nadie sabe (Dare mo shiranai, 2004) de Hirokazu Kore-eda.

Wakaranai

El film de Masahiro Kobayashi recoge la tradición de dinamitar los límites entre ficción y documental, siguiendo la tendencia actual de cierto cine europeo actual con trasfondo social, en el que la misma Fish tank (Andrea Arnold, 2009) es uno de sus últimos exponentes. Como en la película de Andrea Arnold, la cámara se engancha a la nuca de su protagonista principal sin dejarlo escapar, salvo contadas ocasiones. Aquí es casi más drástico este principio, ya que la narración se centra en un único personaje, el chico protagonista, hijo del director. Es un largometraje cargado de mucho silencio y plenamente introspectivo. Existe un realismo casi quirúrgico  que inspecciona y registra,  tremendamente parejo al que utilizó Kore-eda en Nadie sabe, aunque eso no es óbice para que Kobayashi rompa en determinados momentos este realismo fenomenológico mediante secuencias en las que satura el foco de luz al máximo, configurando una especie de espacio mítico. Se verá en dos momentos. Uno, en su habitual encierro inmovilista, en el interior de su casa, solo es interrumpido abruptamente por la única visita que tiene, la de su compañero del supermercado. Cuando se aproxima al exterior para ver quién llama a su puerta, solo vemos luz. El otro, es una de las veces que va hacia la playa tras recorrer el bosque. Si en el primero, el efecto está creado para reforzar la oscuridad anímica en la que está sumido en su auto confinación, el segundo le sirve para dotar a la playa de resonancias mágicas o espirituales. Ya que esa orilla y la barca abandonada que hay allí se establece como un remanso de paz. Un espacio para resguardarse de las inclemencias que desbordan la soledad del personaje. Por ello, su presencia en el piso siempre es inquieta y tumultuosa.

Todo está planteado en términos secos y cortantes sin dar tregua alguna a ningún tipo de sentimentalismo ante la exposición de la situación crítica de ese joven. Para ello, Kobayashi se sirve de la serialidad, repitiéndose de forma persistente acciones que caracterizan de forma gráfica el momento que vive nuestro adolescente desamparado. Tomemos como ejemplo cuando come fideos en primerísimo primer plano. Una captación, donde el sorbo que se deriva de esta forma de comer, está sobreexpuesto sonoramente, para enfatizar la ansiedad del personaje. Un ejemplo que nos sirve para ver cómo trabaja con el sonido en una película, en la que importan más los silencios contemplativos (de ahí la exacerbada expresión sonora) que las acciones o diálogos.

Mientras que Antoine Doiniel es un adolescente vivaz y dinámico, el joven de Wakaranai : Where are you?,  vaciado de sí mismo ante la ausencia paternal y familiar, por mucho que lo veamos correr padece de una impotencia  motriz en términos psicológicos y anímicos. Kobayashi recoge la importancia de la infancia quebrada que ya se lanzó sonoramente en la modernidad. Esta convocatoria grave vuelve a servir para mostrarnos las averías del mundo adulto y su progresiva deshumanización.

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