We The Coyotes
Amanece en L.A Por Martín Cuesta
No sé si a ustedes les pasa que el camino para obtener una interpretación correcta de una obra cinematográfica determinada viene marcado por otras imágenes, por otra secuencia, por otro plano que reafirma, cuestiona o aclara a ese plano original, a esas otras imágenes que, en su momento le hicieron dudar sobre la forma de valorarlas. Me refiero a trabajos aparentemente independientes, a veces separados por años o décadas, pero que se enlazan por extrañas corrientes subterráneas, más o menos explícitas, que despiertan inesperadas conexiones en donde quiera que sea que almacenamos los fotogramas que nuestras retinas han registrado.
La secuencia que abre We The Coyotes, una de las películas que forman parte de la más solitaria sección del Festival de Cannes 2018, ACID, presenta a una joven pareja camino de Los Ángeles en busca de la fortuna y la aventura. La cámara, situada en la parte de atrás del coche que conducen, retrata en un primer plano apenas iluminado por la luz del atardecer, la intimidad del duo protagonista: sus risas, sus juegos, las canciones que entonan, los besos, etc. Por supuesto, al llegar a las cercanías de la metrópoli californiana, tienen que hacer frente a uno de sus conocidos atascos, tantas veces hechos cine en tantas otras películas. “Parejas en busca del éxito en L.A., problemas de tráfico” … sí, parecía obvio recordar La La Land (Damien Chazelle, 2016) y justo en ese momento, observando a esa pareja y sus momentos de felicidad a media luz, comprendí en qué había fallado (al menos en mí) el film de Damien Chazelle. Y era precisamente en eso, en definir correctamente la cercanía de dos personas que se aman, que comparten ilusiones, acortando el tiro de cámara, reduciendo la cantidad de luz que penetra en el objetivo, retratando una mano que aparta un mechón de pelo de la frente de otra persona. Todos esos detalles que la grandilocuencia requerida para montar un número musical tipo termina ejecutando. Empatía, en definitiva, amor no solo por tu trabajo como cineasta sino también por los demás. Es imposible plasmarlo si no lo sientes.
Más allá de esa iluminación (no divina sino furiosamente terrenal) que la secuencia inicial regaló a este cronista, We The Coyotes circula por terrenos bastante trillados, pero no por ello menos atractivos: los pueblerinos que llegan a la ciudad, el recibimiento feroz que esta les ofrece, las puertas que se cierran, el frigorífico vacío, las dudas sobre la capacidad de los protagonistas para superar el naufragio, el cuestionamiento de la pareja, el trauma y, finalmente, la superación. También nos atrae su división hemisférica al estilo (salven todas las distancias del mundo) del Amanecer (Sunrise: A Song of Two Humans, 1927) de Murnau, una primera mitad marcada por las sombras y la amenaza, y una segunda dominada por la luz y la esperanza. Un amanecer que no es solo metáfora de un nuevo comienzo, sino transcripción real de ese momento que todos ustedes han vivido en que, en compañía de la gente que amamos, celebramos que la noche ha quedado atrás y la vida puede seguir adelante.