West Side Story

The most beautiful sound I ever heard... Por Fernando Solla

“Somebody crowd me with love,
"Somebody force me to care,
Somebody let me come through,
I’ll always be there
As frightened as you,
To help us survive
Being alive, being alive…
Being alive!”Fragmento de Being Alive (Company, Stephen Sodheim, 1970)

Could be… Who knows?… Así se presenta Tony (Richard Beymer) en los dos primeros versos de Something’s Coming, primera canción interpretada por su personaje. Cuántos como él repetirían mentalmente esas palabras aquél lejano 07/12/1962 cuando se plegaron por primera vez los blancos cortinajes del cine Aribau de Barcelona, que dejaban entrever parte del icónico e irresistible Prologue multicolor del talentoso y brillante diseñador gráfico y realizador cinematográfico norteamericano Saul Bass, para descubrir, proyectados sobre su enorme y panorámica pantalla, la sublimación artística de la vista aérea del upper west side de Manhattan, plasmada en los emblemáticos títulos de crédito de la monumental West Side Story. El resto es historia: más de 795.000 espectadores durante las 96 semanas que la película se mantuvo en cartel en la sala que toma el nombre de la céntrica calle de la ciudad condal. Estreno en rigurosa versión original (subtitulada), algo insólito para la fecha (y todavía hoy) en un cine con semejante aforo (casi 1.200 localidades). ¿Quién nos iba a decir que exactamente medio siglo después, el 07/12/2012, el cine Aribau celebraría sus bodas de oro con una proyección especial de su película inaugural? Con todo el aforo vendido anticipadamente, lo que un servidor tuvo el placer de disfrutar (una vez más) fue no sólo de una película modélica en todos sus aspectos, si no de un público emocionado y entregado. Algunos formaron parte del éxito hace cinco décadas y otros nos sumamos empujados por nuestra cinefilia, ansiosos de formar parte de tan trascendente acontecimiento. Pero, sin duda, todos disfrutamos de una emotiva noche de Cine, especialmente a partir del final del número musical America, que arrancó una espontánea ovación, que se repitió en varios momentos más de la noche, llegando a una emotiva catarsis con los créditos finales, donde se aplaudieron a rabiar, cuando aparecieron en pantalla, los nombres del realizador Robert Wise, Natalie Wood y el resto del reparto, pero sobretodo los del también realizador y coreógrafo Jerome Robbins, el músico Leonard Bernstein y el letrista Stephen Sondheim. Una reacción cercana a la que se tiene al presenciar un espectáculo en vivo cuando los miembros del equipo artístico y técnico salen a saludar. Inolvidable noche que el aquí firmante espera poder volver a repetir cuando se cumpla el centenario del estreno.

Y es que West Side Story es una traslación ejemplar, modélica e innovadora a la vez, al formato cinematográfico de la obra teatral homóloga que arrolló Broadway en 1957. Quienes prefieran disfrutar sobre las tablas de este fenómeno perenne tienen una cita en el Sadler’s Wells Theatre de Londres, que entre el 7 de agosto y el 22 de septiembre de 2013 repone el montaje que ya pudimos disfrutar en 2008 en ese mismo recinto y en su fugaz visita al festival Veranos de la Villa de Madrid. Actualmente el montaje ha agotado todas las localidades en el Théâtre du Châtelet de París, donde se representa desde el pasado 23 de octubre hasta el 1 de enero de 2013. Si la opinión del autor de este texto despierta la más mínima confianza en el lector, créanme, no es necesario escoger una sola disciplina artística. West Side Story representa una muestra más que representativa de la divergencia bipolar, casi esquizofrénica, por la que un servidor deambula atribulado en múltiples ocasiones: cine o teatro. Del mismo modo, las tres palabras que conforman el título evidencian la respuesta: ambas. Aún hoy, un mismo montaje del musical se programa tanto en un teatro especializado en danza (Sadler’s Wells) como en lírica (Châtelet). Así mismo, en 2009 se presentó un revival en el Palace Theatre de Broadway, paraíso donde no hay distinción entre teatro musical o de texto.

Este fenómeno no es para nada fortuito. Más allá de preferencias argumentales, que variarán dependiendo de cada espectador, West Side Story es el musical por excelencia, ya que hibrida disciplinas y trasciende formatos (texto, música y danza).

West Side Story

Y la película da un paso más, saltando otra frontera y trascendiendo otro formato: el cine. Para algunos se trata de una historia romántica enmarcada en un contexto de diferencias raciales y violencia urbana, pero de lo que realmente habla es de cine (teatro), cine musical para precisar un poco: una mezcla homogénea que compacta de manera sublime el maravilloso y aparentemente sencillo libreto de Arthur Laurents (guionizado para el cine por Ernest Lehman), música (¿existe partitura más deslumbrante que la compuesta para la ocasión por Leonard Bernstein?), letra (maestro de maestros, aquí todavía alumno, Stephen Sodheim) y, sobretodo, danza (puro arte en movimiento de Jerome Robbins).

¿Cómo consiguieron estas mentes brillantes una obra total a partir de la excelencia en la unión de todas las disciplinas artísticas? Canalizando el talento al servicio de una misma historia: los Jets y los Sharks son dos bandas de jóvenes norteamericanos (de nacimiento, que no de sangre) y de inmigrantes puertorriqueños, respectivamente que viven en permanente disputa por dominar las calles de la zona suburbial donde viven. El conflicto se agrava cuando Maria (Natalie Wood), hermana de Bernardo (George Chakiris), líder de la pandilla de los Sharks se enamora de Tony (Richard Beymer) miembro redimido de los Jets. Todo muy simple y sencillo. ¿Cuál es pues el valor añadido que hace de West Side Story una obra única?

La innovación. En el posicionamiento ideológico que el realizador Robert Wise supo transmitir a través de la integración de los números de baile en la acción dramática. Con la ayuda del coreógrafo Jerome Robbins, la música de Bernstein (que fusionó ritmos latinos, jazzísticos y melódicos) y sobretodo las letras de Sondheim, Wise supo impregnar al largometraje con una constante actitud rupturista hacia todo aquello que estaba establecido hasta el momento. No había que tomar partido por una idea en concreto, si no confrontar y mostrar todos los puntos de vista posibles. El ejemplo más exitoso sea quizá America, donde se contraponen las dos visiones sobre Estados Unidos que tienen el grupo de inmigrantes (liderados carismáticamente por Anita, interpretada por Rita Moreno): ilusión de libertad, modernidad, consumismo, desengaño, marginación racial, pobreza… Algo parecido intentó repetir Wise con Sonrisas y lágrimas (The Sounf of Music, 1965), película técnicamente perfecta, aunque argumentalmente ahogara su amago de alegato antibelicista y antifascista en la edulcorada estructura argumental.

Superando incluso el trabajo de Robert Wise, aquí tenemos dos parejas de genios que ya querrían para sí muchas obras referenciales del séptimo arte. Cuatro nombres, emparejados dos a dos. El coreógrafo Jerome Robbins y el director de fotografía Daniel L. Fapp formaron un tándem que entendió a la perfección que el éxito West Side Story dependía en gran medida de las secuencias de baile, en cuyo resultado tuvo mucho que ver el excepcional montaje de Thomas Stanford. Los tres marcaron un punto de inflexión con respecto a referencias anteriores, que tendían a minimizar los detalles técnicos de la puesta en escena. Dos claros ejemplos serían los números musicales de Guys and Dolls (Joseph L. Mankiewicz, 1955) o Siete novias para siete hermanos (Seven Brides for Seven Brothers, Stanley Donen, 1954). Momentos como Cool, Gee, Officer Krupke! y, sobretodo, el todavía no superado (ni igualado) Dance at the Gym, gracias a la velocidad del montaje, los primeros planos de la acción que transcurre durante la danza (y no los planos generales y estáticos a los que estábamos acostumbrados) y el movimiento de la cámara al ritmo de los golpes de la percusión (igualando al ritmo acelerado de los latidos de nuestro corazón llegados a este punto) hace que olvidemos el academicismo (glorioso, eso sí) de los títulos precedentes. Todavía un paso por delante, Robbins creó unos números de baile que rompían la pureza aséptica del ballet combinándolo con movimientos que expresaban sentimientos o estados de ánimo antes que ejecutar una coreografía ortodoxa y más o menos academicista, influenciando al posterior y también excelente Bob Fosse. Robbins y Fapp dejaron que fueran los actores los que bailaran, pero integrando la cámara como un intérprete más, convirtiendo a la vez a los espectadores en narradores omniscientes de lo que estaban viendo, compartiendo un punto de vista similar al que tendría un espectador de teatro que fuera capaz de abstraer su cuerpo del mismo modo que su mente y zambullirse de lleno dentro de la acción. Una cámara partícipe pero para nada al modo anfetamínico de propuestas más actuales como por ejemplo Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001), otra gran influenciada por el título que nos ocupa.

West Side Story

Mención especial para el tándem compuesto por el genial Leonard Bernstein (que compuso para la ocasión una partitura para treinta instrumentos)  y el artista que ocupa el escalafón más alto de todos los admirados por el que aquí escribe, el señor Stephen Sondheim. Otro de los aspectos que convierte a West Side Story en la obra maestra que finalmente es, resulta de la colaboración de ambos. Imposible nos resulta disociar la música de la letra. Jet Song, Maria, Tonight, A Boy Like That, I Have a Love o Somewhere no existirían ni se repetirían constantemente en nuestra memoria si sonaran otros acordes o las palabras que se cantan fueran otras. Lo insólito es que una conexión así surja de una autoría compartida, que a día de hoy supone una de las más trascendentes colaboraciones artísticas que un servidor ha disfrutado. Precisamente Sondheim es quién es y sus musicales son los que delimitan la historia del teatro por conseguir que música y letra vayan de la mano (se ocupa de ambas) para escenificar las mismas emociones o sensaciones, impulsándose la una a la otra y convirtiéndose la letra en un instrumento más y la música en una caricia tan cercana que parece que nos susurra palabras y no la traducción de un pentagrama. Títulos como Company (1970), Follies (1971), A Little Night Music (1973), Pacific Overtures (1976), Sweeney Todd (1979), Sunday in the Park with George (1984), Into the Woods (1987) o Passion (1994), y más concretamente la música y letra de todos ellos, son los que han permitido que Sondheim trascienda a laureados letristas como, por ejemplo, Rodgers and Hammerstein, Alan Jay Lerner o Frank Loeser que, siendo magníficos en su ámbito profesional y haciéndonos disfrutar como locos con sus partituras y textos, no siempre conseguían (en mi humilde opinión) fusionar las piezas musicales con las historias a las que repercutían, siendo intercambiables de un musical a otro y sirviendo más de acompañamiento que de desarrollo para el argumento de la historia principal. Bravo, pues, por Bernstein y Sondheim.

Quizá uno de los ejemplos más claros de lo aquí expuesto sería el tema Being Alive del musical Company, cuyo último montaje fue interpretado por Neil Patrick Harris en el papel protagonista.

Párrafo aparte merece la sublime dirección artística de Boris Leven y Victor A. Gangelin, así como el vestuario de Irene Sharaff, que apoyados por los efectos visuales del mismísimo Saul Bass y de los totalmente rompedores e hipnóticos efectos fotográficos de Linwood G. Dunn, que junto a la labor del ya citado Daniel L. Fapp, han conseguido que West Side Story sea un ejemplo para los estudiantes de Estética (como ramificación de la Filosofía) de todo el mundo.

Finalmente, un recuerdo para el que quizá sea uno de los rostros más bellos de la Historia del Cine, además de una actriz de talento inconmensurable. Nos referimos a Natalie Wood, actriz que el mismo año en que nos emocionó con su Maria de West Side Story también fue capaz de noquearnos con su desgarradora interpretación de Wilma Dean Loomis en Esplendor en la hierba (Splendor in the Grass, Elia Kazan, 1961), papel que le supuso una nominación al Oscar a la Mejor Actriz Principal, año en el que también competía Audrey Hepburn por Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s, Blake Edwards, 1961), y que finalmente se llevó Sophia Loren por Dos mujeres (La Ciociara, Vittorio de Sica, 1960). Sea como sea, la calidez, candidez y humanidad con la que caracterizó a su personaje ayudaron a que la película se coronara como el musical más oscarizado de la historia, consiguiendo diez estatuillas. Curiosamente ni Wood, ni su compañero Richard Beymer, ni la mismísima Rita Moreno (que si que consiguió galardón) cantaron con su voz, siendo doblados para los números musicales por Marni Nixon, Jimmy Bryant y Betty Wand, respectivamente. La magia del cine. ¿Quién imagina otro rostro, cincuenta años después para Maria, Tony o Anita?

Para terminar, y a la espera del próximo estreno de Los miserables (Les Misérables, Tom Hooper, 2012) nos gustaría reivindicar el género musical, considerado muchas veces ligero o inferior, con el ejemplo de West Side Story, una obra cinematográficamente ejemplar cuyo valor trasciende, como hemos visto, cualquier disciplina. A la vez, aplaudimos la iniciativa del cine Aribau de acercar el cine a los espectadores con eventos como el que disfrutamos la noche del 07/12/2012. Sin duda, un momento significativo que recordaremos, como mínimo, durante los próximos cincuenta años.

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