When She Runs

Sobre enfrentar a lo imposible Por Damián Bender

Dentro de las características que definen las arenas movedizas del “sueño americano”, la más importante de todas es la perseverancia. “Impossible is nothing”, dijo alguna vez Muhammad Ali sin llegar a imaginar que décadas después su frase sería el ingrediente principal de esos panfletos aspiracionales para vender zapatillas deportivas. La perseverancia, el jamás rendirse configuran una realidad en la que el individuo (siempre solo, jamás en grupo) debe luchar contra todo y contra todos para llegar a la meta y sentirse realizado. No importan las probabilidades, hay que llegar al objetivo y no fracasar. El fracaso es el triunfo del miedo, porque nada es imposible y si se hace imposible es por tu propia debilidad. El perseverar y luchar contra las adversidades es un hecho imprescindible para alcanzar los objetivos personales que nos lleguemos a proponer en cualquier sociedad y en cualquier país, es algo que fortalece y moldea la personalidad para el resto de nuestras vidas. Sin embargo, en Estados Unidos el concepto es glorificado hasta el punto de condenar al individuo que fracasa. El individuo está en una punta, el objetivo del otro y en el medio el abismo del fracaso, trauma y flagelo imperdonable. When She Runs, película dirigida por Robert Machoian y Rodrigo Ojeda-Beck, se asoma a mirar ese abismo y lo hace desde una perspectiva diferente.

When She Runs

Conozcan a Kirsten, joven de unos veintitantos años que tiene el sueño de correr en los Juegos Olímpicos siendo una deportista amateur. Y cuando digo amateur el término no incluye rastro alguno de becas universitarias o institutos deportivos que financien los objetivos deportivos de la protagonista. Es amateurismo en un sentido real, sin sustento económico relacionado a la actividad deportiva. Tiene que alternar entrenamientos con su empleo de medio tiempo y por supuesto, realizar varios sacrificios por la causa. Seguir una dieta alimentaria estricta y vivir alejada de su pareja e hijo son algunos de los escollos a superar para poder centrarse lo más posible en conseguir ese objetivo que si ya para una atleta universitaria puede verse muy lejos, para ella bordea lo imposible. En la línea temporal de la película falta apenas un día para la primera carrera, primer filtro del proceso de selección y desde ese entonces seremos testigos de la perseverancia puesta en duda.

Los directores plantean la historia y las situaciones de un modo anti-dramático. Reniegan de la utilización de música y plantean el uso de planos estáticos, sin muchos paneos o travellings de ningún tipo. Todo lo que se muestra es registrado con sencillez y sin puntos de exclamación, para capturar un sentido de lo cotidiano que de otra forma no estaría allí. Es una puesta en escena minimalista en la que predominan las acciones por sobre los discursos, en la que no hay grandes diálogos sobre el esfuerzo, pero sí hay esfuerzo. En When She Runs las acciones que Kirsten realiza tienen un peso dramático específico que se pierde cuando se pretende poner en palabras. No hay mejor forma de explicar la lucha interna en momentos de crisis que ver a Kirsten devorar una hamburguesa contra todas las reglas, como si estuviera en desacato. Esa simple acción simboliza todo lo que debemos saber sobre ella en ese preciso momento y lo hace de una manera sencilla, sin que le sobre ni que falte. Esta puesta en escena también ayuda a simplificar la labor actoral: en la única escena en que se trata de establecer un conflicto en base al diálogo, el resultado se siente impostado, casi teatral. El realismo granítico construido hasta ese entonces se resquebraja un poco.

Lo que tenemos aquí es una puesta en escena sencilla para una historia mínima, que lucha todos los días para no caer en el vasto caudal de las aguas del olvido. Olvido en el que Kirsten probablemente camina todos los días. El lugar en que vive no es especificado, sin embargo la falta de actividades, la tranquilidad de los espacios urbanos y la poca cantidad de gente no habla de grandes ciudades. La película es consciente de eso y se adapta al mundo que busca retratar, a la vida fuera de las grandes urbes. La lucha de la protagonista por concretar su sueño se da en un entorno que homogeneiza a sus habitantes y en el que una historia de este tipo puede atribuirse un cierto carácter especial al resto, épico. Sin embargo, cualquier acercamiento a dramas deportivos como Yo, Tonya (I, Tonya, Craig Gillespie, 2017), por citar uno reciente, resulta incompatible en este caso. Machoian y Ojeda-Beck no retratan un gran talento con una gran historia de superación, sino que ponen la mirada en una persona común con una vida regular y sin talento nato que la separe del resto de la competencia. Es la lucha de lo ordinario por arañar lo extraordinario.

When She Runs BAFICI 2018

Esa condición anquilosada en lo cotidiano es lo que también determina su relación con el sueño americano. El “todo o nada” permanece intacto, el sacrificio no valdrá de nada si no se consigue un buen resultado en la carrera, lo que cambia es la dificultad de los obstáculos y la resistencia del individuo común al enfrentar la adversidad. Aquí la fragilidad es algo más normal, lo que permite mirar a los ojos al fracaso y perdernos un rato en él, pero sin fatalismos. En este caso el cielo se encuentra más lejos que el suelo y Kirsten es consciente de ello.

When She Runs es una película reflexiva, que observa lo imposible desde el punto de vista más alejado de él, lo acepta y lo enfrenta a pesar de todo. Su puesta en escena prioriza la acción como discurso poético en lugar de las palabras y aprovecha cada silencio para evocar sensaciones adscritas en la cotidianeidad. Eso la distingue, y la transforma en un poco más que una película discreta, en una película sencilla pero segura de lo que dice y cómo lo quiere decir. De esas cosas y no de propuestas extravagantes es de donde surgen las buenas películas.

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