White God

Nuestro querido Franky Por Jose Cabello

Las razas de perro que hoy conocemos nacen como fruto de la decisión humana. En cierta medida, el mantenimiento de las razas del animal en la actualidad se debe a una creación nuestra. Si echamos la vista atrás, concretamente hasta el siglo XIX, podemos documentarnos y corroborar que, aunque también existían razas, no poseían rasgos tan marcados, eran animales mucho más híbridos que en la actualidad. El ser humano sentenció al perro al disponerlo como su fetiche doméstico y el animal se empezó a utilizar como medidor del nivel de poder adquisitivo del dueño. Los apareamientos entre las razas estaban cada vez más controlados para no manchar su “pureza”. Al mismo tiempo, podíamos controlar las características físicas de cara a un posterior apareamiento. Genética seleccionada. Una vez más, jugamos a ser Dios, quebrando la teoría de Darwin y decidiendo provocar una reproducción en base a otros criterios selectivos, relegando la naturaleza intrínseca a los animales. Quizás por este motivo, los vestigios del perro hacen de él un animal muy dependiente del Hombre.

El realizador húngaro Kornél Mundruczo extrapola el origen sumiso del perro para crear los cimientos de White God, y aplica la teoría de la inmutabilidad de las razas, propiciada por el ser humano, para juzgar el maniqueísmo del Hombre. Mientras, en la superficie de la película, el can inicia una revolución contra lo establecido. La trama se desarrolla en Hungría, un país donde hay que pasar por caja si decidimos criar un perro en casa. El impuesto, como tantos otros, no es progresivo, no afecta a todos los perros por igual, ya que quedan exentos de cumplir con él todos aquellos dueños que posean un perro de raza. El director, no sólo utiliza su propio país para poner en tela de juicio lo ridículo que podemos llegar a ser en nuestra relación con la naturaleza, sino que juega al despiste antes de desvelarnos quién cargará el peso argumental de White God.

La película abre con un flashforward donde aparece la protagonista, Lili, huyendo de una manada de perros por las calles de una ciudad que se nos presenta casi desierta. La cámara focaliza los pies de la niña que pedalea a duras penas debido al calzado que lleva, el más inapropiado para ir en bici. El resto de White God enlaza hasta esta escena. Los padres de Lili están separados. Durante la ausencia de su madre, Lili pasa a vivir con su padre, pero éste no tolera la presencia del perro, Hagen, al que hará la vida imposible para terminar abandonándolo en la calle. Lili busca a Hagen, pero no consigue dar con él hasta que un día descubre que su perro es líder de la Revolución que está a punto de estallar en la ciudad.

White God 2

Kornél Mundruczco provoca un efecto espejo en las miradas del humano versus perro, usando incluso el título de la película como un anagrama donde puede leerse tanto ‘God’ como ‘Dog’. De hecho, si volvemos a pensar en la película una vez abandonada la sala, tenderemos a superponer ‘Dog’ a ‘God’, aunque finalmente el director optara por ‘God’ para enfatizar el comportamiento de semidiós del que creemos gozar ante los animales. Y aun así, aunque White God escoja a los perros sin raza para construir un paradigma, quizá el tema sólo sea una excusa para hablar de las minorías puestas al servicio de las mayorías, pues los animales instrumentalizan el fin mismo de White God. Pero el film no debería ser entendido como una manera de reforzar el sentimiento animalista ni auxiliador de los animales con una mirada paternalista y condescendiente.

Hagel podría entenderse como un alter ego de César en El origen del planeta de los simios (Rise of the Planet of the Apes, Rupert Wyatt, 2011), ambos capitanean una especie de Revolución Francesa a lo animal. Lo mismo ocurría en un especial de La casa-árbol del Terror cuando en la temporada doce de Los Simpsons los delfines deciden poner fin a la frágil superioridad del Hombre. Aunque White God no contiene secuencias tan sangrientas, sí que marca un estilo muy en la línea de otro film de terror, Cujo (Lewis Teague, 1983), protagonizada también por otro perro.
Y a pesar del contenido político de la cinta húngara, White God se distancia de otras películas de corte subversivo cuando introduce un tono macabro en el desarrollo del film. Se cierra así el círculo de un rompecabezas engendrado por el Hombre y quedan latente las motivaciones que llevan al director a filmar una historia que, en apariencia, tanto dista de su anterior trabajo Semilla de maldad (Tender Son, Kornél Mundruczo, 2010), con la que posee vasos comunicantes: Semilla de maldad reconfigura, por enésima, el personaje de Frankestein para enmarcarlo en otro ambiente y bajo otras circunstancias pero manteniendo la esencia de Mary Shelley;

White God, sin embargo, erige como personaje principal a otro Frankestein del que muchas veces nos olvidamos: el perro.

White God 3

 

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