Wolfwalkers – Vaiana

Las nuevas Ariadnas Por Jorge Valle

En el prólogo de su libro Ecofeminismo: para otro mundo posible, la filósofa Alicia H. Puleo reinterpreta el mito de Teseo y el minotauro en clave feminista y ecologista, los dos movimientos que están llamados a transformar nuestra cultura y nuestra forma de vida en el siglo XXI. En la versión original del mito, Ariadna, hija del rey Minos, se limitaba a ayudar al héroe a escapar del laberinto y matar al horrible monstruo para luego ser tristemente abandonada en una isla. No obstante, en un mundo como el nuestro, tan alejado del imaginario griego poblado por héroes gloriosos y esposas e hijas sumisas, la mujer no debería poder conformarse con un papel subordinado a la valentía y fiereza de un hombre que, además, no pretende otra cosa que dominar y destruir a un ser natural. Puleo cree, así, que «la nueva Ariadna ya no se queda esperando a que actúe el héroe. (…) Ella también es protagonista del cambio. Entra en el laberinto junto a Teseo para transformar la cultura en los tiempos del cambio climático. La nueva Ariadna es hija del feminismo y de la ecología. Descubre en las criaturas no humanas un parentesco que ha sido negado, contra toda evidencia, durante siglos. La Naturaleza ya no le produce pavor, sino simpatía. Ya no admira al que mata al «Otro». Quiere «liberar al monstruo». Está decidida a transformar la cultura y alcanzar la justicia social, ambiental y ecológica» 1.

Del cine como espejo de la sociedad que lo produce se ha escrito tanto que insistir en la capacidad de las películas para reflejar tendencias sociales y cambios culturales puede sonar repetitivo e incluso hasta a cliché. Pero las voces feministas y ecologistas suenan cada vez con más fuerza en nuestras sociedades y la industria cinematográfica, como no podía ser de otra manera, se ha hecho eco de ellas. De ahí que en el cine de animación de los últimos años encontremos dos buenos ejemplos de estas nuevas Ariadnas: Vaiana en Vaiana (Moana, John Musker, Ron Clements, Don Hall, Chris Williams, 2016) y Robyn en Wolfwalkers (Tomm Moore, Ross Stewart, 2020). La protagonista de esta última cinta, salida del estudio Cartoon Saloon tras las bellísimas El secreto del libro de Kells (The Secret of Kells, Tomm Moore, Nora Twomey, 2009) y La canción del mar (Sonf of the Sea, Tomm Moore, 2014), rechaza cualquier intento de dominación masculina y reniega de sus tareas domésticas: cambia su atuendo de criada por el de cazadora y aventurera, y sigue a hurtadillas a su padre para adentrarse en el bosque y descubrir no sólo un mundo desconocido a sus ojos, sino otra forma de entender la Naturaleza y de relacionarse con ella. Los lobos dejan de producirle terror y empieza a sentirse uno de ellos. Abandona su arco y sus flechas y abraza una nueva identidad como «wolfwalker», para rebelarse contra la sociedad que la vio nacer —dominada por el miedo al lobo, al monstruo, al «Otro»— y abrazar el valor intrínseco de lo natural. Porque entre una civilización opresiva y una naturaleza que le ofrece cobijo, libertad y la oportunidad de ser ella misma, Robyn se erigirá en defensora implacable esta última.

Wolfwalkers
Wolfwalkers

Así, bajo el desarrollo de la aventura de esta heroína subyace el eterno conflicto entre Naturaleza y Civilización, que tanto ha ocupado a los filósofos desde la antigua Grecia y que hoy se reviste de actualidad en forma de crisis climática y ecológica de tintes trágicos. En Wolfwalkers la ciudad es concebida como un lugar cuadriculado, gris, sucio y contaminado, que contrasta enormemente a los sentidos con la viveza y brillantez de los colores del bosque.

Wolfwalkers
Wolfwalkers

En ella predomina, además, el sometimiento a la autoridad masculina, que representa el Lord Protector, y que aboga por dominar por completo a la Naturaleza con el único fin de explotarla y saciar así su apetito y sed de poder inagotables.

Wolfwalkers

Existe, además, un respaldo divino a las acciones del Lord: el fuerte acento antropocentrista de la tradición judeocristiana, que colocaba a Adán —y con él, a todos sus descendientes— como señor de las demás bestias. Esta visión religiosa de la Naturaleza como una creación divina condenada desde el Génesis a ser dominada por la gran obra maestra de Dios, el Hombre racional, ha tenido su continuidad secularizada en la ciencia y tecnología modernas, como bien ha señalado el historiador medieval Lynn White 2.

Sin embargo, y a pesar de la existencia de algunas corrientes negacionistas estúpidas y peligrosas, desde los años 70 no ha dejado de crecer la preocupación de la ciudadanía por la crisis ecológica, cuyos efectos empiezan a percibirse cada vez de manera más clara y nítida. De ahí que en los círculos políticos y económicos internacionales se haya empezado a hablar del llamado Green New Deal, un capitalismo verde que compatibilizaría la necesidad de crecimiento continuo de nuestro sistema económico con el cuidado del medio ambiente. No obstante, desde algunas posiciones del ecologismo se cuestiona la sostenibilidad de un capitalismo con rostro humano, pues la solución al cambio climático no puede —según ellos— pasar solamente por hacerle un lavado de cara al sistema, sino en transformar de raíz las premisas filosóficas que lo sustentan.

Desde el Renacimiento, el hombre se ha pensado a sí mismo en el centro del universo y, llevado por el ensoberbecimiento de su razón, ha terminado por separarse radicalmente del resto de seres y colocarse por encima de ellos. Guiado por la altísima idea que ha tenido de sí mismo como ser libre y racional, el hombre ha reducido el mundo a su medida por medio de una razón lógica, matemática y «arquitectónica», dirá la filósofa María Zambrano, que ha contribuido considerablemente a aumentar y mejorar el conocimiento que el ser humano posee del mundo natural, pero no ha permitido, en cambio, alumbrar un conocimiento que le permita realizarse en la Naturaleza y mantener una relación de equilibrio y respeto con ella. Zambrano criticaba, en este sentido, que hubiésemos despojado a la Naturaleza de alma: «porque lo físico, la naturaleza física, para la mente occidental, y especialmente a partir de la fundación de la ciencia física por Galileo, está desprovista de alma, es decir, de vida, mientras que la fysis del pensamiento griego está animada» 3. La naturaleza era para los griegos digna de admiración y respeto en tanto propiedad de los dioses —Artemisa castiga al ambicioso Agamenón por matar un ciervo sagrado— pero en el mundo racional occidental no hay cabida ya para lo sagrado.

La Naturaleza ha sido, pues, «desencantada» por la razón humana, como advertía el sociólogo Max Weber en una conferencia que impartió a principios del siglo pasado y que tituló como La ciencia como vocación. Deshabitado de todo tipo de espíritus y fuerzas mágicas, el mundo natural quedaba preparado para su explotación mediante el cálculo y la previsión de todo cuanto acontecía en él. Los filósofos Horkheimer y Adorno consideraban, asimismo, que la Ilustración había desencantado el mundo al liberar a los hombres del miedo y de cualquier superstición religiosa y mística y prepararles el camino para hacerles dueños de sus propias vidas. Muerto Dios (o los dioses), todo le estaba permitido al hombre. Asistimos, como bien advertía Zambrano en su obra El hombre y lo divino, al advenimiento de una nueva religión sin Dios, la religión de lo humano, dueño y señor de una Naturaleza mecanicista y sometida a la razón humana.

El cine de animación ha sido un terreno propicio para la representación de una Naturaleza sagrada, mágica y asombrosa, poblada por duendes, hadas y espíritus del bosque que cobran vida frente al poder caótico y violento de la civilización. Esta visión idealizada y romantizada del mundo natural que ofrecen películas como Pocahontas (Mike Gabriel, Eric Goldberg, 1995), La princesa Mononoke (Hayao Miyazaki, 1997) o Wolfwalkers, donde los animales y los árboles hablan, piensan y sienten, no se corresponde lógicamente con la realidad de la Naturaleza, pero ni falta que hace. La ficción nos permite imaginarnos lo maravilloso e irreal, pero también moldear nuestra visión sobre la realidad y el resto de seres con los que convivimos a través de lo fantasioso. Porque no se trata de volver a ver espíritus en las copas de los árboles o de erigir templos en los que entrar en comunión con lo sagrado, sino de hacer de una Naturaleza en peligro de extinción algo digno de respeto y empatía. De devolver a la humanidad a la posición que le corresponde, y que no es la de un Dios omnipotente separado radicalmente de la Naturaleza, sino la de un ser que, desde la humildad, se sabe integrado y necesitado de ella.

Los griegos hablaban, en este sentido, de hybris para referirse al exceso de ambición del ser humano, que le llevaba a trasgredir sus propios límites y romper el orden establecido en la Naturaleza. Quizá el mito donde mejor se expresa esa desmesura que merece ser severamente castigada sea el de Prometeo, el titán que engaña a los dioses y les roba el fuego para entregárselos a los hombres. Zeus, regidor del cosmos, le encadena a la roca más alta del Cáucaso por su osadía. En Vaiana, es también un semidios, Maui, amigo de los hombres, el que altera el orden natural de las cosas robándole a Te Fiti, la diosa de la naturaleza, su preciado corazón.

Esta, encolerizada, se transforma en un terrible monstruo que, incapaz de crear, se entrega a la destrucción despiadada del planeta.

Maui, por cierto, recibirá, como el titán griego, su correspondiente castigo. Pero mientras la naturaleza se marchita poco a poco, el pueblo de Vaiana vive felizmente en su isla-burbuja, sin ser conscientes de encontrarse al borde de un colapso. Como nosotros, vamos. El peligro se acerca, pero a nadie, salvo a la protagonista, parece importarle. Nuestra heroína, animada por la llamada de lo desconocido que representa para ella el Océano, tendrá que recomponer el equilibrio roto que amenaza la supervivencia de su pueblo y de la Naturaleza entera. Ella es la elegida porque, a diferencia de sus padres, no siente miedo hacia el mar y sus criaturas, sino admiración y compasión.

Vaiana y Robyn abanderan, en definitiva, una nueva forma de pensar y sentir la Naturaleza, conquistando además su derecho a «salir del mundo del día a día» y aventurarse «en una región sobrenatural, maravillosa» donde encontrar «fuerzas fabulosas» y alzarse «vencedor(as) en una batalla decisiva», para regresar «de esta aventura misteriosa con el poder de otorgar dones a sus congéneres» 4. El tradicional viaje del héroe —ese héroe de mil caras, como bien señaló Joseph Campbell— que abandona el calor del hogar para enfrentarse a multitud de obstáculos en forma de terribles monstruos que amenazan la supervivencia de su grupo, es ahora realizado por mujeres que rechazan la visión heteropatriarcal que la sociedad les impone y que son conscientes de la necesidad de entablar un nuevo pacto, más equilibrado y basado en el respeto y la empatía, con el mundo natural y los seres que lo pueblan. Porque el monstruo que Vaiana o Robyn combaten no es otra cosa que esa hybris, esa soberbia humana que ha convertido a la Naturaleza en un monstruo vengativo y hostil (Vaiana) o en un paraíso en peligro de extinción (Wolfwalkers).

  1. PULEO, Alicia H. (2011). Ecofeminismo: para otro mundo posible, Madrid, Cátedra, p. 8.
  2. WHITE, Lynn. (1967). «The Historical Roots of Our Ecological Crisis», en Science, nº 55, pp. 1203-1207.
  3. ZAMBRANO, María. Algunos lugares de la pintura, en: ZAMBRANO, María. (2019). Obras completas IV, Tomo 2, Libros (1977-1990), Barcelona, Galaxia Gutenberg, p. 224.
  4. CAMPBELL, Joseph. (2020). El héroe de las mil caras, Girona, Atalanta, p. 51.
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