Yakuza Apocalypse

Yo fui un yakuza vampiro adolescente. Por Domingo López

Cuando un director como Takashi Miike lleva tantos años en activo es normal que parte de la crítica especializada llegue a olvidar qué tipo de películas fueron las que le colocaron en el mapa del cine mundial. En Yakuza Apocalypse, mal que le pese a algunos, Miike le da una patada en el culo al mainstream y a las convenciones cinematográficas (de género o no) para lanzar un grito de libertad creativa, regresando a ese cine en el que todo es posible, incluso, que haya quienes no se den cuenta de que están ante una de las mejores películas firmadas por este prolífico e indómito director.

Miike había empezado este 2015 con el estreno de The Lion Standing in the Wind, una de esas cintas domesticadas y domésticas que los fanboys del director sistemáticamente ignoran (algo que también les sucede a otros directores de culto como Johnnie To con todas sus películas alejadas de la visión estereotipada del aficionado), las hazañas de un médico en territorio africano, dignas de la sobremesa de cualquier televisión convencional.

Sin previo aviso, el nombre de Yakuza Apocalypse apareció en el horizonte como un halo de esperanza. Era fácil presagiar que la cinta podría seguir los pasos de los últimos blockbusters firmados por el realizador nipón basados en manga: cine fantástico popular, ideal para plateas y festivales internacionales. Nada hacía presagiar que Miike iba a abrir la caja de pandora de lo insólito para no dejar a nadie indiferente.

Yakuza Apocalypse

El universo que sirve de base a la trama del filme no puede ser más sugerente: bandas de yakuzas vampiros que tienen prohibido atacar a la población civil y solo pueden morderse entre ellos, algo que también sirve de prevención para que la población de chupasangres se mantenga dentro de un orden. Hay que advertir que los vampiros de la película no dejan de ser algo peculiares. No parecen sentir molestia alguna al pasear bajo el sol abrasador de media tarde, ni tampoco mueren bajo estacas, crucifijos o ajos. Antes que vampiros son yakuzas, tipos duros, y han de morir matando, en el campo de batalla urbano.

Lily Franky, uno de los actores más ocupados del cine japonés actual, da vida (y muerte) al jefe de una facción mafiosa que, en sus últimos minutos antes de expirar, cede su cargo y su condición vampírica a su hombre de confianza. Ahora será cosa suya poner en vereda a su propia banda, a sus enemigos, a un Van Helsing japonés con cuello cervantino que lleva a su espalda un ataúd (ecos de Django una vez más), a un melenudo otaku indonesio experto en artes marciales interpretado por Yayan “Mad Dog” Ruhian, quizá el luchador más talentoso salido de las entrañas de la saga The Raid, a un kappa que parece escapado de aquel pinku demencial y musical titulado Underwater Love (Shinji Imaoka, 2011), a un muñeco de peluche de tamaño king size y mirada hipnótica y…me detengo aquí, para no revelar todas las sorpresas del filme, que no son pocas.

Yakuza Apocalypse 2

Si bien el arranque hace presagiar que discurriríamos por una senda similar a la de la saga Crows, con esas ruidosas y descuidadas secuencias de acción, según avanzamos por el metraje y nos dejamos llevar por el teatro del absurdo que Miike nos tiene preparados, no tardamos en encontrar más y mejores secuencias de acción, coreografías de kung fu de las de verdad (no de las de truco y montaje, como en The Raid), y con una explosión de furia e imaginación que decide conscientemente abandonar todas las reglas de juego para arrojarnos a una montaña rusa de diversión nonsense, como en los viejos tiempos de la saga Dead or Alive (Takashi Miike, 1999).

Cualquiera se estaría preguntando cuanto ha dejado Miike sin alterar del guion original de Yoshitaka Yamaguchi, especialmente cualquier espectador que haya podido ver el Neko Zamurai (2014) escrito y dirigido por éste, una sobredosis de comedia amable y familiar que funcionó tan bien en los circuitos indies que se vio recompensada con una secuela. Seguramente pensar mal nos llevaría a errar, ya que Yamaguchi ya se había labrado una carrera como ayudante de dirección de Miike en títulos como Yatterman (2009) o el episodio que el japonés dirigiera para la serie de terror para la tele de pago, Masters of Horror, Imprint (2006).

Yakuza Apocalypse está pensada más para los fieles del director que para el público convencional, eso es indudable, pero no por ello deja de ser una muestra sin mácula del Miike autor, creador de un universo propio y personal en el que, cualquier intento por nuestra parte de predecir lo próximo que va a ocurrir en la pantalla solo puede terminar en fracaso. Si en el pasado Miike fue capaz de pergeñar alguno de los finales más desconcertantes e inesperados del cine japonés (recordemos Audition o la mencionada Dead or Alive, por poner un ejemplo) aquí riza el rizo de la desvergüenza y la imaginación, regalándonos un desenlace capaz de poner a la platea en pie, o de provocar críticas furibundas por parte de los advenedizos. Como ha de ser.

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