Insomnio

De Genio a Artesano Por Christian G. Carlos

"La originalidad debe ser la primera cualidad del genio"Kritik der Urteilskraft, Kant (1790)

Dicen que donde entran dos, entran tres. También que a la tercera va la vencida. Más allá de cómo apliquemos las frases hechas, la tercera es una película importante. Sin el relumbrón de la primera, ni la gran prueba que supone una segunda; pero la tercera cinta sigue siendo un duro reto. Especialmente duro en el caso de Nolan, pues tuvo que trabajar por primera vez con una mayor y, muy a tener en cuenta, con un guión que no era suyo. Y eso lo pagó un poco.

El remake que hizo del film dirigido por el noruego Erik Skjoldbjaerg, de título homónimo, Insomnia (íd. 1997), le supuso las primeras críticas del público. Todavía hoy se considera que, en el caso de Nolan, a la tercera va la fallida.

Insomnio

Insomnio es diferente a Following y Memento. La paradoja es que, para este director, que hizo desde la genialidad y la sorpresa sus anteriores obras, trabajar de manera diferente era trabajar de manera convencional. El principal problema de los genios es que su autoría dependa de la sorpresa, fácil de agotar. La película tiene un inevitable aroma de demostración, como la de los pintores abstractos que en ocasiones usan formas más academicistas. Algo así fue Insomnio para Nolan, la constatación que también puede hacer funcionar una película con una narración clásica y una historia que, aunque no sea cotidiana, sí es ya común en el cine, limitando su trabajo como autor a pequeñas incursiones en la trama.

Así es como Nolan se quitó el traje de genio y se puso el de artesano. El resultado fue una buena película, pero un remake innecesario, sin prácticamente huella propia. La historia es la de Will Dormer (Al Pacino), un detective de la gran ciudad que acude a una pequeña villa de Alaska para resolver un asesinato. Las facilidades que a priori suponen los descuidos del torpe asesino pueblerino, dan un giro contra el detective que, por una desafortunada acción, le ponen contra la espada y la pared: debe poner en riesgo su carrera y credibilidad en sus anteriores casos o ceder ante las presiones del asesino. Es aquí donde descubrimos que Walter Finch es un digno Robin Williams, que caracteriza a ese torpe asesino, ahora capaz de mantener su frialdad ante tal situación y jugar a ser uno de sus personajes de las novelas negras que escribe. Es una de las agradables noticias que nos deja la película. El protagonista de Flubber y el profesor chiflado (Flubber, Les Mayfeld, 1997) o Patch Adams (Tom Shadyac, 1998) entre otras, consigue reciclar sus gestos para mostrarnos un Finch comido por su locura, de aspecto controlador y frío por fuera, que debe contener las inseguridades y su conflicto interior para evitar pagar por su crimen. Un personaje desequilibrado, que a ratos nos parece inocente, a ratos culpable, a veces calculador y a veces dominado por la improvisación. Llena de matices, la interpretación de Williams funciona.

Insmonio 2

Hasta este punto, Nolan mantiene milímetro a milímetro lo sucedido en la película original. A partir de aquí se engendra el único cambio, que será en el enfoque, en una decisión que es cuestión de director o de productor. Mientras que en el film original la trama se desarrollaba prestando atención al drama psicológico de un detective inmerso en una situación cada vez más complicada y menos ética, la decisión para la Insomnio de Nolan fue que el detective no viviera esta decadencia, que dudara, pero sin superar los límites de lo moral. Es por eso que podemos afirmar que, como remake, la película no le da gran mérito al director inglés, pues no sólo es que haya sólo un cambio, sino que éste nos deja sin lo más vibrante de la obra en que se basa y que, con las manos del primer Nolan, podría haber sido una maravilla.

A cambio, obtenemos unas buenas actuaciones, sobresaliendo la de un Al Pacino haciendo de sí mismo, disfrutándolo y contagiando. También disfrutamos con varios gestos de cámara y fotografía, la huella más nolanista del film, visible en las escenas que monopoliza Dormer (se basta y se sobra), donde se hace más evidente  que la chispa entre actor y director surgió. Especialmente son dos los momentos más personales y plenos de la cámara: el primero, cuando los detectives persiguen al sospechoso que se esconde entre la niebla, elemento que Nolan integra y utiliza magistralmente, permitiéndole resolver el momento más decisivo para que la trama dé el giro en el que se basa todo el cuerpo de la cinta; el segundo, en las escenas en que el director se atreve a retratar la angustia que la falta de sueño crea en Dormer y se sale de la narración lineal para centrar su atención en el oscuro interior de uno de sus personajes. Entonces sí, entonces reconocemos al Nolan que se recrea en la psicología del personaje y se lo pasa bien profundizando en lo que a él más le gusta.

Pero es breve, y no nos quita esa sensación de que pudo haber sido mejor, de que es una película muy bien hecha, pero que Nolan pudo darnos más. A eso nos habíamos acostumbrado. El ejemplo más claro es que sí, sigue utilizando el espacio extradiegético -marca de la casa- con una imagen de una gasa empapada de sangre que repite y nos mantiene la atención, pero en este caso, cuando se desvela, descubrimos que su influencia en la trama es mucho menor. Pesó más la artesanía que la genialidad.

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