Ulises
Sobre Ulises, de Agnès Varda Por Manuel Quaranta
¿Cómo recuperar el pasado? ¿De qué manera interrogar a un acontecimiento para que nos responda? ¿Qué es, en definitiva, lo que sucedió en una playa de Francia el 9 de mayo de 1954? ¿Sucedió algo?
Evidentemente, el sentido común supone que nada mejor que una fotografía para captar el instante único e irrepetible en el que un hecho ocurre. Sin embargo durante el recorrido de Agnés Varda emerge la vieja disputa de la objetividad y veracidad de la imagen fotográfica respecto a la realidad que capta, poniendo en jaque la sensación de haber estado allí. Esta idea, como garantía de lo real, es refutada de distintos modos explicitando el hecho de que haber estado allí no alcanza para reconstruir el pasado. Nadie sabe nada. Nadie recuerda nada: ¿quiénes son entonces los que aparecen en la imagen? La pregunta es cifra de una especie de derrota que sufre la objetividad “en beneficio de un perspectivismo múltiple y siempre inseguro, como si la opción por la inseguridad y la falta de base de lo observado fuese la más correcta para un ser finito como el hombre”.
Ulises es el intento de reconstrucción de una fotografía que tiene para decirnos infinitas cosas. Lo que significa también que no tiene para decir nada.
Agnés Varda emprende un camino que intuye intransitable. Lleva la imagen a los protagonistas. Nada. Antes, ellos, podían. Ahora, en cambio, en palabras de Francis Ponge: «es como cuando se nos muestra una foto: nada más desagradable; no sé ustedes, pero yo, en las mías, me parece que me asemejo a todo, salvo a eso. Es muy grave, uno se encuentra cambiado y uno es cambiado». ¿Quién es ese yo que «fluye como el agua y nunca deja de correr»? ¿Es suficiente con captar un momento para saber cómo es la totalidad?
Es en el sentido de la última pregunta que el corto de Varda se inscribe en una tradición que, al menos, tiene como representantes a dos films: Citizen Kane (Orson Welles, 1941) y Blow-Up (Michelangelo Antonioni, 1966). En ambos existe una pasión por los fragmentos que deben ser armados o, mejor dicho, rearmados, como un rompecabezas, por el espectador. En ambos proyectos sólo hay indicios, marcas, sospechas, piezas, al parecer inconexas, cuyo propósito central es hacerle reconocer a los otros la oscuridad. No porque ellos se encuentren exentos y puedan decirnos cómo son las cosas; al contrario, lo único que los aventaja es estar más empantanados que nosotros en la espesa selva de lo real.
Comprendemos así que los fragmentos no están regidos por una secreta unidad, más bien se produce un estallido de la totalidad que causa caos y fragilidad: La pude haber tomado el domingo pasado o ayer… yo u otra persona. Ahí está la imagen, eso es todo. Puedes ver lo que quieras en ella. Una imagen es esto y más.
Ulises, de este modo, deviene una obra sobre lo infinito: lo real, el recuerdo, la memoria, las cosas, la verdad. El corto de Varda es un precipicio que anuncia, como tal, un abismo: un mundo mudo que es, en realidad, nuestra única patria. Porque claro, para Ulises había algo peor que el canto de las sirenas: su silencio.